LA NOCHE

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Mis escasas ropas no me protegían lo suficiente para ahuyentar el frío, y aún me lamentaba por no haber tenido el tiempo de tomar las ropas de nuestros atacantes, por otra parte haberlo hecho me habría significado perder tiempo valioso, pues era hora de recambio de patrullas.

Mientras mi cuerpo se movía de lado a lado producto del galope tranquilo de nuestras monturas, comencé por vez primera a pensar en mi situación y de como había llegado al punto de no tener asidero de mi vida.

El viaje me resultaba extraño, era inquietante saber que a cada paso me alejaba de la inseguridad, pero se asomaba la incertidumbre y junto a ella, la intranquilidad.

No sabia si los cuervos volaran más rápido que el traqueteo de nuestros caballos, o si las ordenes de captura estarían dadas en la ciudad para cuando arribásemos, o si por el contrario nuestro incidente habría sido tan insignificante que no se levantarían las alarmas a tan lejana urbe.

—Debemos acampar antes que anochezca, buscaremos un refugio y seguiremos al despuntar el alba —Me indicó Luccio con tono sereno.

Asentí con la cabeza agregando que si buscábamos refugio tendríamos que comenzar a transitar fuera de los caminos demarcados en los mapas, ya que de lo contrario seríamos presa fácil de asaltantes o lo que era peor aún, de la guardia que por esos días buscaba la manera de mantenerse entretenida.

Acordamos desviar en el próximo árbol y adentrarnos en los bosques cercanos. Mi padre en algún momento de su vida me había contado los peligros del bosque de Roca Redonda y de mantenerme alejado de la espesa niebla que cae cuando la luz del sol está muriendo.

Habían leyendas e historias por doquier, y claramente muchas invenciones, pero lo que sin duda era cierto, es que encontraríamos innumerables peligros si no andábamos con cuidado. Desde bestias hasta seres alejados de la sociedad, privados de todo rastro de civilización.

—Deberíamos buscar una cueva a los pies de esos cerros, así podremos calentarnos con fuego y preparar algo con el jamón a medio asar que trajiste —Espeté al momento que Luccio ya comenzaba a abrir su boca para darme una respuesta negativa.

El viejo insistió en dormir lo antes posible, y en dejar la labor de alimentarnos para cuando el brillo del sol nos bañara los rostros. Su insistencia fue tal que le ganó a mis ganas de querer acallar el ruido de mis tripas y caí finalmente presa del cansancio acumulado. El stress mental y la fatiga física no eran buenos aliados en estas situaciones, y mis huesos me lo hacían saber en la posición horizontal en la que me encontraba.

En otras circunstancias las pequeñas piedras que se enterraban en mi espalda me habrían impedido el sueño, pero ahora - extrañamente - me resultaba reconfortante sentir pequeños puntos de presión en mi magullado cuerpo.

De apoco la tensión se fue liberando, dejando paso a pequeños temblores producto de los movimientos involuntarios de mis músculos. Los cardenales de mis brazos y piernas aprovecharon la tranquilidad del momento para indicarme con un palpitar constante, donde se encontraban reposando. Pasados unos minutos comencé a sentir tranquilidad, y mientras mis ojos se maravillaban ante la inmensidad de los astros, pude divisar lo que a mi juicio fue el destello de una fugaz estrella.

La negrura de la noche comenzó a abrazar mi consciencia. La intensidad del azul se tornó en un negro que ya sentía en mis párpados. Sólo unos segundos más y podría caer en el descanso que tanto necesitaba... De pronto algo impidió que me sumiera en la espesa selva de mi subconsciente. Sentí claramente el chasquido de las ramas a varios metros de nuestro improvisado refugio. Algo se agazapaba buscando darnos acecho, pero mi sensible oído lo percibió tan claro como el olor de un buen hidromiel.

Kaled Donde viven las historias. Descúbrelo ahora