Capitulo 7

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“A familia prestada…”

Una hora después, la ensalada de papa y zanahoria esta lista, y se ve tan horrible e incomible como si yo la hubiera cocinado. ¡Esta vez Cristian se había esmerado!

Yo estaba vestida, maquillada y lista.

Me había vestido con un pantalón color crema y unas botas de montar, una camisa floreada con algunos colores pastel y un pañuelo; me había planchado el cabello, y dejado suelto, salvo por algunos mechones que sujete con una hebilla. Yo ya estaba lista. Tomamos las cosas que debíamos llevar y nos subimos rápidamente al coche para no llegar tarde.

El viaje, dura más de una hora, pero ninguno de los dos tiene ganas de hablar, mantenemos un tenso silencio solamente interrumpido por la música de la radio.

Me dedico a mirar por la ventanilla, el paisaje  comienza a lucir el look otoño. Las hojas de los álamos parecen una pared de color marrón y amarillo, los frutales esperan con ansias el verano y el suelo luce una fina capa de hielo. Después de transitar por varios caminos internos llegamos hasta la entrada. 

Todos están allí, veo dos Mercedes-Benz, una camioneta enorme y un par de coches más. Cris estaciona el Audi junto al coche de su padre.

Aun estoy fastidiosa, pero aquello se desvanece cuando una voz chillona grita mi nombre.

Bea, la sobrina de Cristian de doce años, me ve y corre hacia mí, con los brazos abiertos, como en las películas.

—¡Ema! ¡Has venido! La abuela dijo que vendrías —me da un caluroso abrazo y la aprieto con fuerza. Es hermosa.

—Hola pequeña. —Agachándome un poco le doy un beso en la mejilla.

—¡Hola a ti también!, es un gusto verme ¿no? —Cristian luce un poco ofendido por la falta de atención de su sobrina.

—Hola tío Cris —ella me suelta y le da un beso rápido —es lindo verte. ¡Oye Ema debo mostrarte mi nuevo perro!

—¡Oh si! Déjame saludar a los demás, y soy toda tuya —le digo y eso la pone feliz. Su pequeña mano envuelve la mía y caminamos el resto del trayecto de ese modo, mientras me cuenta de la escuela y sus clases de equitación. El camino de entrada a la hermosa casona antigua es de grava, en verano hay una hilera de flores acompañando el camino, subimos la escalera principal y pasamos bajo la hermosa parra que enmarca el atrio de entrada.

Es una casa de ensueño, ya saben, ventanales altos, en la parte superior del vidrio tiene unos tintes de diferentes colores que proyectan hermosos arco iris, el piso color marfil de baldosones. La puerta es de tres metros de altura, y las habitaciones son enormes y luminosas.

Ya dentro de la casona Bea corre hacia el patio y Pilar, la madre de Cris me llama apenas entramos. Esa mujer tiene un radar, o tal vez un oído como Spiderman.

—¡Ema! —Se seca las manos en el delantal y me toma de la mano jalándome hacia la cocina —Hola hermosa, —me da dos besos —que bueno que estas aquí. Hola hijito —le da un dulce beso en la mejilla, y Cris le tiende la ensalada. —¡Ema! no te hubieras molestado. Gracias cariño, siempre tan linda.

Echo un vistazo rápido a Cristian y noto como una sonrisa cómplice se desliza en sus labios. Pilar me da una palmadita en la mano y vuelve a mirar a su hijo.

—Cariño, tu hermano ha estado buscándote. —Cris se marcha echándome una mirada rápida, pero sin develar el secreto de la ensalada.

Me quedo con las mujeres ayudando en la cocina. Ayudando es una forma de decir. Cuando entro, Margaret me recibe con un efusivo abrazo. Es la mujer de Nicolás, el hermano de Cristian, y la madre de Juan y Bea. Me lleva de la mano hasta una mesita cerca de la ventana y me ofrece un café. Ella sabe cuan inútil soy en la cocina así que ya no intenta enseñarme, me quedo en un rincón hablando de todo un poco, mientras las veo ir de un sitio para el otro como abejitas obreras.

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