Capitulo 9

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“Necesitas el trabajo”

A la mañana siguiente me levanto sin problemas, me alisto y me dispongo a ir al trabajo. Camino las diez cuadras pensando, como decirle a mi nuevo jefe, que si vuelve a ponerme una mano encima, pondré en práctica por primera vez mis clases de defensa personal y le dejaré un ojo morado. Lo pienso un millón de veces mientras camino apretada a mi abrigo y bufando como un camionero, pero caigo en la conclusión que no hay buenos términos para decir algo como eso. Me lo replanteo una y otra vez, pero no hay forma de decirlo sin que me echen del trabajo y me hagan una denuncia. Entre resignada y molesta llego para darles la bienvenida a todos los que me esperan sonrientes como cada día.

Preparo los consultorios uno a uno y los equipo como de costumbre. El primero en llegar es el doctor Cross, médico traumatólogo especialista en miembros superiores. El cual, no para de repetirme que debería hacer ejercicio para evitar las contracturas.

Mientras le sirvo café me dedica un momento para explicarme todos los problemas que puede acarrear el encurvamiento que sufro con el cuello, lo mal que hace usar el teléfono en una oreja mientras lo sostengo con el hombro y escribo en la computadora, y le explico que no hay un mejor modo de trabajar, podría usar esos auriculares con micrófono pero ni loca los compraría con mi sueldo. Hablamos un poco más, le dejo los estudios y vuelvo al mostrador.

Afuera ha empezado a llover y me maldigo por no haber cargado en mi “pequeña” cartera el paraguas.

A media mañana llega mi Némesis, con los lentes gruesos colgándole del cuello, su barriga cervecera, aquel bigote que me da la sensación de que siempre esta sucio y su intento de lucir como un doctor sexy, aunque esta pasado en kilos y años. Apenas lo miro se me descompone la cara y no hay modo de disimular que me desagrada así que no me molesto en disimularlo. Echo un vistazo al doctor Cross quien se asoma para llamar a su siguiente paciente, y me planteo la idea de contarle las causas de mis últimas contracturas, pero no quiero comprometerlo así que lo descarto de inmediato.

Mi enemigo número uno se interpone en mi línea de visión y entrecierro los ojos cuando me sonríe.

—Ema, que bella estas hoy —me dice y no se porque me siento sucia, apenas suelta las palabras. Cecilia intenta distraerlo pero él no es de los que saben entender las indirectas. —Ven a mi oficina en cuanto tengas un momento.

Le respondo que si, e intento mantenerme ocupada toda la mañana, pero al medio día no hay mas remedio. Cuando se marcha su último paciente se asoma por la puerta y vuelve a llamarme. Refunfuñando y recordándome como dar un golpe y esquivar un ataque, me acerco a su consultorio con mala cara. Tomo una bocanada de aire y golpeo despacio la puerta, me hace entrar y paso a duras penas. Procuro dejar la puerta abierta pero insiste en que la cierre y con mala cara lo hago. Internamente me recuerdo no gruñirle, al fin y al cabo puede que yo malinterpretara mal las situaciones ¿no?

Corroboro que no estaba equivocada, cuando lo veo lamerse los labios de una forma tan repugnante que se me revuelve el estomago.

—Quería hablar contigo por el horario y la paga. —Dice mientras se sube los anteojos sin apartar sus ojos de mi.

—Creo que eso debería hablarlo con Rebeca, —respondo con dureza apretando los dientes como tantas veces vi a Nicolás hacer —ella es la que esta a cargo de ese tema.

—Lo se, —murmura de un modo repulsivamente meloso —es que prefiero primero hablarlo contigo ¿Por qué no tomas asiento?

—Estoy bien así —respondo cruzándome de brazos para reafirmar mi postura. Sonríe sabiendo que no seré fácil, y lo que mas odio es que parece gustarle.

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