Capítulo 1

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El pulso se me aceleró tanto que casi no daba respirado sin que se oyese.
Desde el otro lado del muro, Daila parecía tener todo bajo control. Con la pistola en la mano apuntó al objetivo y con mucho cuidado apretó el gatillo.

Un sonido sordo hizo de mis oídos toda una orquesta.
Las dos nos miramos, esta vez tuvo que acertar. Sin embargo no pasó nada. La oscuridad nos envolvió aún más.

- Halcón a plumas ¿ Me recibís?- Desde la azotea del edificio, Mario nos hablaba por el retransmisor.

- Afirmativo- contestó Daila.

- ¿ Qué demonios estáis esperando, a que sea navidad?

- En realidad a tu funeral. Ya estamos vestidas de negro, nos falta el muerto.- dije entre risillas.

- Aileen, deja de bromear en momentos serios.- por su tono, diría que no tuvo un buen día.

Daila se giró para que viese su gran sonrisa contenida entre las manos.

Me levanté del suelo y caminé hacia ella - Mario, baja de ahí. Se nos ha escapado.

Se le oyó maldecir a todos los dioses existentes e inventados.

- Otro intento más fallido. Apunta en el registro.

Noté una sombra moverse por el callejón donde nos encontrábamos. Una enorme masa negra corría hacia Daila y sin previo aviso se abalanzó sobre ella, cayendo al suelo los dos.

Un hombre la tenía cogida por las muñecas con una sola mano y en la otra sujetaba firmemente un cuchillo gris, como los que te dan en los restaurantes.
Cogí la pistola rápidamente del suelo, afortunadamente cayó al lado de mis pies cuando Daila fue sorprendida. Apunté al hombre y sin dudar apreté el gatillo. El silenciador amortiguó algo el sonido, pero no pudo evitar el eco sordo que sonó por todo el callejón.
El hombre, que resultó ser un chico de más o menos nuestra edad, giró la cabeza para encontrarse con mis ojos. Una mirada de sufrimiento y dolor llegó a la mía como un tsunami, inundando cada rincón de mi cerebro. De sus ojos dorados cayeron un par de lágrimas antes de soltar el cuchillo y caer encima de Daila.
Y antes de darnos cuenta su cuerpo se convirtió en una luz cegadora que ascendía al cielo lentamente.

- Daila, ¿estás bien?- corrí hasta ponerme a su lado.

- Recuerdame comprarte una tarrina de helado.

El pulso se me normalizó cuando dijo aquellas palabras, sacando una sonrisa después del susto.

Mario apareció por la puerta trasera del edificio justo cuando ayudaba a Daila a ponerse en pie.

-¿Qué demonios ha pasado aquí? Desaparezco unos segundos y ya os estáis restregando por los suelos.

Lo miré sin decir nada, él a su vez miró hacia arriba donde la luz seguía ascendiendo. Corrió hasta llegar a nosotras y nos inspeccionó de arriba a abajo.

- Tranquilo, estamos bien- dijo Daila con un tono algo más agudo de lo normal.

Y de la nada Mario nos abrazó fuertemente. - Menos mal- suspiró.

-Vámonos a casa- añadí entregándole la pistola a su dueña.

El autobús que tomaba cada día para ir a casa ya se estaba retrasando más de lo normal. Tras el espectáculo de antes todo quedó en un susto con mal sabor de boca. La mochila pesaba más de lo normal, a parte de los libros que suelo llevar a la facultad hay que añadirle el peso extra del traje, a parte de la funda de una guitarra, la cual uso para guardar mi katana sin que levante sospechas.
La noche era fría y las nubes cubrían el oscuro cielo, ocultando a la luna y estrellas, sin previo aviso comenzó a llover. No me molestaba la lluvia, sentir cada gota resbalar por mi mejilla lentamente era una sensación que me tranquilizaba y me hacía percibir con más fuerza la realidad.

Llegué a casa empapada de pies a cabeza. Mi madre estaba tumbada en el sofá con el móvil entre las manos como si esperase un mensaje importante. Los rizos rubios estaban sujetos en un moño casi desecho. Llevaba puesto un jersey gris a juego con el color de sus ojos y unos vaqueros blancos. Eso me indicaba que no hacía mucho que había llegado a casa.

Siguiendo su ejemplo también até mi pelo en un moño. En la habitación cogí del armario unos leggins negros y una sudadera verde ancha.
Saqué de la mochila el traje negro que odiaba con todo mi ser. Me quedé de pie con él entre las manos, mirando las alas bordadas cuidadosamente en la espalda con ese color rojizo que me recordaba a la sangre. En ese momento se me vino a la cabeza la imagen de aquél chico llorando. Nunca antes había visto esa actitud de un Filii de Caelo y menos el que a la primera acertara a darle. Normalmente son muy escurridizos y no muestran sus sentimientos, a excepción del odio hacia nosotros.
En ese momento mi madre entró por la puerta. Rápidamente tiré el traje al suelo y cambié la expresión de la cara para no levantar sospechas.

-"¿Qué tal os fue hoy?"-preguntó gesticulando más pausadamente de lo normal.

Hace ya tiempo, cuando apenas aún no sabía distinguir la izquierda de la derecha, mi madre sufrió un accidente en una de sus patrullas nocturnas. Un Filii de Caelo hizo explotar un artefacto cerca de ella con intención de matarla, pero mi madre reaccionó a tiempo y pudo esquivarlo, dejándola inconsciente en el suelo. El Filii de Caelo se dio cuenta de que aún seguía viva y con un cuchillo cortó su cuello sin éxito, ocasionándole daños en las cuerdas vocales. Como consecuencia perdió la voz y más tarde dejó de escuchar debido a que la bomba le causó daños irreversibles en los tímpanos. Poco a poco mi madre y los más cercanos a ella tuvimos que aprender el idioma de signos para poder comunicarnos, ya que estar escribiendo todo el rato en una pizarra no era muy ventajoso.

-"Bien, hemos acabado con uno de ellos"- hice una leve sonrisa para tranquilizarla.

En ese momento no me apetecía hablar y menos contarle las cosas que habían sucedido. Por su parte no volvió a decir nada más, me tocó la cabeza y se fue de la habitación.

Esa misma noche soñé con aquel Filii de Caelo. Sus ojos me envolvían en una manta de desesperación y miedo. Me desperté varias veces por culpa de aquellas pesadillas que me estaban atormentando, pero en la última vez alguien se encontraba en mi habitación. Logré distinguir unos ojos dorados sin pupilas entre la oscuridad y, cómo se acercaban cada vez más a mí. Unas manos tenían mi cuello rodeado, pero sin hacer fuerza.

El corazón me iba a mil por hora y se me oía respirar pesadamente.

-Grita y será lo último que hagas- dijo el ser con toda la frialdad del mundo.

EAGLE HUNTRESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora