Su presencia fue el primer contacto vital humano que tuve. Me demostró cariño desde el primer instante; fue el primer amor inocente que sentí y con el que aprendí a amar sin frenos. No todos tenemos el privilegio de poder sentir la calidez de ese sentimiento tan verdadero, incondicional, libre y sin recelo de una madre como la mía. Probablemente antes de conocerme, ya sabía que estaba preparada para darme todo de ella. Darme sus pasiones, sus enojos, su tiempo, sus sueños, su cariño, sus caricias y más. Me dio regalos excepcionales como la educación, los valores, el respeto y mucho más.
Ella se volvió mi admiración, mi hogar, mi fuerza y mi sustento. Y aunque es maravillosa, a veces se volvía mi enemiga y mi enfado. Admito muchas veces fallarla, pero tiene que entender que a pesar de ser su hija, también soy persona y las personas cometemos errores. No somos perfectas.
Muchas veces fue mi amiga, mi alegría, mi apoyo, mi heroína, mi vida, mi todo. Y se que lo seguirá siendo por siempre. Juntas hemos sobrevivido a los días más oscuros y también hemos disfrutado de los días más bellos.
Cada vez la veo más hermosa, como una vez le dije hay gente a la que le sientan mal los años; en cambio a ella le hacen ver mas bella. Una palabra que la describe a la perfección es inigualable. Es demasiado fuerte, independiente, inteligente, responsable y dedicada. Sin duda alguna, una mujer para admirar, una mujer para respetar y una luchadora en toda costa. Una mujer para la cual se necesitaría no un solo día para decirle todo esto, sino todos los días. Para admitir lo extraordinaria que es y respetarlo. Porque le debo todo, porque literalmente es la que me rescata de mi misma.
Siempre cumplió todos tus labores en el hogar, siempre estuvo sacrificándose por mi para que yo saliera adelante. Me sufrió, me sudó, le dolí y le sangré. Como si estuviera poniendo las manos en el fuego por mi.
Gracias mamá. Te amo muchísimo.
