III

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   El tiempo pasó volando, quedando el incidente de la carta totalmente olvidado, gracias a las nuevas preocupaciones y cargas que ahora tenía que soportar Alex

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   El tiempo pasó volando, quedando el incidente de la carta totalmente olvidado, gracias a las nuevas preocupaciones y cargas que ahora tenía que soportar Alex. El muchacho continuó ayudando a su madre en el pequeño negocio cada día mientras ella intentaba -sin éxito- recuperarse de su extraña y repentina enfermedad estomacal. El deterioro de su salud era visible en su organismo. Comía y dormía muy poco. Se la pasaba en una especie de trance, donde lo único que estaba presente era su dolor No pronunciaba más de varios monosílabos cuando Alex intentaba establecer una conversación con ella. Su piel se había vuelto más pálida de lo normal, y sus ojos ya no portaban ese brillo que los caracterizaba. Ni siquiera se molestaba en ocultar su dolor, era más que obvio que Alex era consciente de su delicado estado. Había perdido toda esperanza, todo rastro de la mujer que antes era.

Y Alex... él se sentía impotente. Furioso. Preocupado. Inútil. Deseaba hacer algo por su madre, lo que sea, cualquier cosa que le ayudase a salir de aquel horrible estado en el que se encontraba cautiva. El dinero no era suficiente como para llevarla a algún doctor, los cuales eran escasos en aquel pueblo y sólo aquellos pertenecientes a la alta sociedad tenían acceso a ellos.

Las pastillas y remedios caseros se habían agotado. El dinero apenas alcanzaba para comprar algunos vegetales en el mercado. El negocio iba poco a poco dirigiéndose a la quiebra, ya que los clientes fueron disminuyendo. Don Javier era el único que se aparecía con frecuencia por el local y dejaba algunos billetes de más sobre el mostrador, no sin antes regalarle una mirada de lástima al muchacho.

—Buenos días, hijo.—Le saludaría su vecino en voz baja cada mañana. Había cambiado su habitual "Buenos días, muchacho" por un "Buenos días, hijo". Al parecer la situación le había hecho sentir algo de empatía hacia él.

—Buenos días, don Javier—respondería él. Luego le extendería una bolsa con varios limones y algunos vegetales. Como siempre.

—Gracias, hijo.—Diría él esta vez, haciendo énfasis en "hijo". Esa palabra empezaba a molestarle. Luego le daría el pago por la compra, dejando así varios billetes más. Ayudaban mucho aquellos regalos, había que admitirlo, pero realmente resultaba agotador la actitud empleada para hacer aquello.

Luego de esto, su vecino se dirigiría a la salida, no sin antes preguntar por su madre y añadir en tono lastimero: "Ojalá se mejore. Nos vemos mañana, hijo." Alex se limitaría a asentir y forzar una sonrisa a su vecino mientras éste salía, cerrando la puerta tras de sí, haciendo sonar la campanilla del negocio.

Sin embargo, don Javier no se presentó esa mañana. Hasta él se había cansado de ellos.

El muchacho suspiró y jugueteó con las llaves que se encontraban sobre el mostrador. Su estómago gruñía por el hambre. Anoche no había comido de la sopa que le había preparado a su madre -ya que era muy poca- y cuando se despertó sólo bebió un poco de jugo que quedaba del día anterior.

A pesar de todo, esperaba con ansias la llegada de su vecino, así podría satisfacer, al menos un poco, el hambre.

Pero él nunca llegó.

                             ◆

   El muchacho se encontraba dormitando apoyando su rostro en el mostrador del pequeño negocio. Varios mosquitos rondaban cerca de sus piernas y el calor asfixiante de esa tarde le había hecho sudar. Su madre había estado durmiendo en su alcoba, cubierta por varias mantas, debido al frío que sentía gracias a la fiebre, pero una ferte arcada la había despertado. No había comido nada desde la mañana y apenas se sentía con ánimo de hablar. Era uno de esos días.

Habían ocasiones en las que ella tenía fuerzas para sentarse sobre la cama, comer algo y conversar con su hijo, pero aquella tarde, sentía cómo la esperanza de curarse se encontraba tan lejana e inalcanzable...

Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.

Alex, ajeno a los pensamientos que ocupaban la mente de su madre, aún se hallaba dormitando sobre el mostrador, cuando la campanilla de la puerta del negocio tintineó.

El muchacho levantó la cabeza al instante, esperando encontrarse con un hombre de guardapolvo, sombrero y espeso bigote.

Sin embargo, una silueta muy diferente a la que él esperaba, fue la que finalmente se asomó por la puerta del local.

Número de palabras: 724

Alma Incandescente  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora