—¿Segura que estás bien?—cuestiona el muchacho con notable preocupación.
—Sí, estoy bien. No te preocupes.—contesta su madre. Se encontraba tendida en el sofá, ya que el insoportable dolor no le permitió llegar hasta la habitación.
—Ya se me pasará —agrega, intentando calmar a su hijo. El aludido suspira con pesar y se sienta en una de las sillas cercanas. Su madre había estado sufriendo fuertes dolores estomacales en las últimas semanas, los cuales persistían por horas e incluso días. Cada vez se hacían más duraderos, más fuertes e imposibles de soportar, pero a ella le disgustaba angustiar a su hijo, por lo que se excusaba diciendo que un alimento no le había caído bien; sin embargo, Alex estaba consciente de que algo andaba mal.
El muchacho ocultó el rostro entre sus manos, mientras intentaba pensar con claridad. ¿Qué podría ser el causante de esos dolores tan terribles? ¿Dieta de escasos alimentos? ¿Mala digestión? ¿Embarazo? Era imposible. Hacía años que no sabían nada de su padre y su madre no había tenido pareja en todo ese tiempo.
Un quejido proveniente de su madre lo pone en alerta. Aleja las manos de su rostro y se queda observándola. Se encuentra enrollada en una esquina del desgastado sofá, apretando con fuerza su abdomen. Su cabellera oscura cae como cascada y está amarrado en un moño desordenado. Su tez es pálida y su rostro se encuentra enmarcado por dos cejas delgadas, seguidas de ojos grandes, culminando en largas pestañas. Las ojeras están presentes, debido a las horas de continuo y arduo trabajo.
El muchacho se decide a tratar de buscar algún medicamento para calmar el dolor de su madre. Levantándose de la silla, se encamina a los estantes. Los abre. Se encuentra con latas vacías de vegetales, periódicos viejos y algunas fotos ajadas y sucias. Continúa buscando. Al fin divisa unas pastillas entre todo aquel desorden. Inseguro de si estarían en buen estado, las revisa. Luego agrega agua a un vaso y se lo lleva todo a su madre, a la que encuentra profundamente dormida, con la boca entreabierta. La imagen le parece algo cómica por lo que se permite una sonrisa. Pocas cosas le hacían sonreír y entre ellas estaba su madre, a la cual le tenía mucho aprecio; no sólo por el hecho de estar unidos por lazos de sangre, sino también porque juntos habían sobrevivido a las más difíciles situaciones. Ella siempre estuvo ahí para él, aún cuando las circunstancias eran preocupantes.
Coloca el vaso con agua y las pastillas en la mesa mientras decide dejarla dormir en el sofá, ya que teme despertarla si la mueve para llevarla a su dormitorio. La cubre con una manta blanca y se despide de su progenitora regalándole un suave beso en la frente, que arde por la fiebre. Finalmente, Alex se dirige a su habitación y se tumba en la cama, anhelando que la suavidad de ésta le abracen y le haga olvidar sus problemas aunque sólo fuese por varias horas.◆
Ya había oscurecido y Alex se encontraba tendido en su pequeña cama, con la vista fija en el techo. Había tenido un sueño irregular e intranquilo, todo lo contrario a lo que necesitaba en esos momentos. Se sentía abrumado y cansado en demasía. Con el ceño fruncido, observaba las manchas presentes en el techo de su alcoba, que le daban una tonalidad grisácea a aquella pintura blanca, mientras esperaba que el sueño se hiciera presente. Se sentía intranquilo y nervioso por alguna razón, la cual desconocía. Desde su cama, podía escuchar a su madre vomitar; estaba claro que se encontraba mal, aunque lo negase rotundamente. Pero aunque aquello perturbaba al muchacho, había algo más allá que le impedía dormir con tranquilidad... No estaba muy seguro de qué podría ser pero era capaz de sentirlo cada vez que cerraba los ojos, impidiéndole tener una noche de sueños pacíficos.
Decidido a encontrar eso que le robaba el sueño, Alex salió de su dormitorio, apagando la luz tras de sí. Echó una breve ojeada a la sala de estar y a la cocina mientras un fuerte relámpago hizo eco en sus oídos, asustándolo. Recordó que había estado lloviendo desde la tarde y al parecer la lluvia no había menguado.
Se percató de que su madre ya no se encontraba en el sofá y que la manta que utilizó para cubrirla en la tarde se hallaba revuelta y manchada de vómito. También vio que las pastillas estaban intactas, a diferencia del vaso con agua, que al parecer se había derramado por el piso, formando un pequeño charco en medio de la diminuta sala de estar.
Alex avanzó varios pasos y entró en en el área de la cocina, donde se encontraban los estantes, en los cuales había encontrado las pastillas horas antes. Notó, algo confuso, que las puertas de los mismos estaban abiertas y papeles se hallaban esparcidos por todo el piso.
El muchacho frunció el ceño, aún más confundido que antes y mientras se inclinaba a recoger los papeles, otro trueno interrumpió el silencio en aquella noche. La lluvia cayó con más fuerza, haciendo que varias gotas salpicaran a Alex desde la ventana de la cocina, que se encontraba abierta. Con prisa, fue a cerrarla para que no estropeara aquellos papeles desperdigados por el piso. Con el ceño fruncido y claramente extrañado, se dispuso nuevamente a recoger aquellos papeles. Se agachó y tomó varios de ellos al azar para guardarlos, cuando uno en especifico captó su atención. A simple vista parecía un documento común y corriente, envuelto en un sobre amarillento y manchado por el paso de los años. Pero no era aquello lo que le sorprendía; era la inconfundible letra de su madre, redonda y delicada, dedicándole aquel sobre a un tal Alejandro H. C. Aquello le pareció muy extraño, ya que su madre no era muy dada a escribir.
A juzgar por la apariencia del papel, era obvio que la carta había sido escrita hace mucho tiempo, probablemente cuando Alex apenas era un bebé.
Alejandro H. C.
Frunció el ceño, aquel nombre repitiéndose en su mente una y otra vez. Estaba casi seguro de que lo había escuchado en algún lugar. Le parecía demasiado familiar...
Arrugó la nariz, gesto característico de él cuando se encontraba concentrado, e intentó recordar, sin éxito, la procedencia de aquel nombre; sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por un breve pero notorio sonido, proveniente de la ventana, aquella que había cerrado minutos antes.
El muchacho se incorporó con un movimiento rápido, causando que los papeles que sostenía momentos antes, incluyendo aquella misteriosa carta, cayeran nuevamente al suelo. Se giró hasta quedar frente a la ventana, expectante, por si aquel ruido reaparecía; pero notó, algo sorprendido, que todo se encontraba sumido en un profundo y misterioso silencio, que sólo era roto por la lluvia, que había menguado en los últimos minutos.
Pasados unos breves segundos, Alex exhaló un largo suspiro. Ni siquiera se había enterado que estaba contendiendo el aire.
Llegó a la conclusión que todo había sido producto de su imaginación o del estrés y que probablemente debía volver a la cama y olvidar todo aquello. Ya se estaba dirigiendo a su alcoba, cuando recordó algo: Alejandro H. C.
Se dio vuelta y regresó a la cocina. Buscó rápidamente con la mirada aquel sobre desgastado y manchado, llevándose una gran sorpresa.
El sobre ya no estaba.
Número de palabras: 1,230
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Alma Incandescente ©
Short Story❝La verdad no mancha los labios de quien la dice, sino la conciencia de quien lo oculta.❞ Relato escrito para el concurso Colores Del Alma por @Clau_Star Virtud: Honestidad Color: Blanco No. De palabras: ? Hermosa portada por: @ALANAWENGEL Gracias g...