Memorias perdidas

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Solo decir, que esta pequeña historia la escribí para mi pareja, puesto que me pidió que inventara una para él. Pese a que no fue está la que finalmente le di, la llegué a terminar. Está basada en una novela y película. Cuando la terminéis de leer, sabréis a cual.
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Recuerdo la primera vez que te vi. Cada detalle. 

Te encontrabas sentado en el pupitre, con la ventana abierta y la suave brisa meciendo tu cabello de azabache. Llevabas una camisa azul cielo que contrastaba con tu tez morena y que marcaba los músculos de tu espalda. Leías un libro con el semblante serio y calmado, un libro que más tarde me dejarías. El sol hacía reflejo en tus gafas, pero pude vislumbrar que eran marrones, cálidos y amables. El corazón me dio un vuelco en el pecho solo con esa imagen. La clase empezó y no tuve más remedio que sentarme a tú lado, puesto que era ya el segundo día, y el primero había faltado, así que todos los sitios estaban ya ocupados. Tú debías ser nuevo, como yo, y estabas solo. Al principio eras muy serio, no sonreías casi nunca, y eso hacía que me fuera más difícil hablar contigo. Pero poco a poco me fuiste regalando más expresiones risueñas. No podía evitar que mi boca siempre se curvara hacia arriba en consecuencia. Tu sonrisa era la más bonita que había visto nunca. Que he visto nunca. Te lo puedo asegurar.

Notaba que la alegría al verte cada mañana iba a más por momentos. Encajamos al instante y nos llevamos bien desde el primer momento. Pero las cosas fueron cambiando. Al principio nos quedábamos mirando. Sin más. El profesor seguía hablando, pero nosotros no le escuchábamos. En esos instantes solo estábamos tú y yo. Tu mirada era muy tierna, sonreías suavemente, con el ceño ligeramente fruncido y la cabeza ladeada. A veces, todavía me miras así, cuando vuelves a ser tú. Terminaban las clases y me acompañabas la mitad del camino. Paso a paso nos fuimos volviendo más cercanos. Nos chinchábamos todo el rato y nuestras manos se encontraban cada vez más a menudo. Recuerdo cuando empezamos a cogernos de las manos. Nos parecía tan natural. Parecían hechas a medida, para encajar perfectamente la una en la otra. Recuerdo aquel día en el parque, un mes o así después de conocernos. Nos debimos pasar horas hablando allí. Quedaba justo a mitad de nuestras casas, la tuya hacia la derecha, la mía hacia la izquierda. No me quería marchar, pero era ya muy tarde... Fue cuando empecé a notar que mi corazón estaba confuso.

Un par de semanas después fuimos a pasar el día a la playa. El agua estaba muy fría, así que no nos bañamos mucho. Nos subimos hasta el acantilado. A ti te dio algo de miedo al principio, ya que tienes vértigo, pero como era muy ancho, nos pusimos justo en el centro. Estuviste tocando un poco la guitarra, y tarareamos algunas canciones que nos gustaban. Poco a poco fue anocheciendo. Estábamos sentados hombro con hombro, viendo los colores cambiantes del cielo. Hice muchísimas fotos, era un anochecer precioso. Cuando fue por completo de noche nos tumbamos. Quería apoyarme en tu pecho, pero me daba demasiada vergüenza. Las estrellas danzaban de una forma mágica sobre nosotros. Te quedaste dormido al rato pero yo estaba demasiado nerviosa para moverme siquiera. No sé cuánto tiempo había pasado pero te giraste de pronto y me abrazaste. No moví ni un músculo. Mi corazón latía desenfrenadamente. Me di cuenta que seguías dormido por el ritmo de tu respiración y sin embargo yo no podía relajarme. Me moví despacio y te miré. ¿Estabas haciéndote el dormido? No lo sabía... Pero solo de pensar que te podías despertar en cualquier momento... Si eso ocurría íbamos a pasar mucha vergüenza los dos. Creo que me quedé mirándote toda la noche. Lenta, muy lentamente me acerqué a ti y te di rocé la mejilla con los labios. No sé ni siquiera si eso fue un beso, pero para mí supuso un pequeño infarto por si te despertabas. Me había enamorado de ti. 

Cuando se nos hizo de día (en algún momento me había quedado dormida también) estábamos separados. No dijiste nada sobre lo ocurrido, excepto que nuestros padres nos iban a matar, así que supuse que realmente habías estado dormido. Sin embargo, a partir de ahí, hubo un gran cambio. Tu mano en la mía era ya algo realmente natural. Abrazos, sonrisas cariñosas, miradas cómplices. Y un día, sentados en el banco de nuestro parque favorito, mientras tenía la cabeza apoyada en tu hombro, finalmente te lo pregunté:

-¿Qué sientes por mí?- El tiempo se detuvo por un instante. El sol cesó su atardecer, con el cielo pintado de colores cambiantes. Nos separamos y me miraste, tímido.

-No lo sé. Solo sé que contigo todo es diferente. Y que no te veo como al resto de chicas, y que me gusta estar contigo y... - Las palabras se te iban enredando cada vez más.

-Te quiero. - Y antes de que pudieras ni siquiera asimilar mis palabras, te besé. Un beso dulce y torpe. Fue el instante en que nuestras almas se volvieron una para siempre.

Y este es el inicio de nuestra historia de amor. Obviamente he resumido mucho, pero los detalles te los contaré en otra carta, como te dije. Ahora estás sentado en el patio de la residencia. No sé si es el mejor momento para entregarte la carta, al verdad. Estás con los ojos fijos en el cielo, con la mirada perdida. Últimamente cada vez te pasa más... Ya me han dicho que la enfermedad solo puede agravarse. Cuando me preguntan por qué he decidido quedarme en la residencia, por qué sigo insistiendo en pasar cada momento a tu lado, solo les respondo, cansada: "Yo le sigo recordando, y para mí, eso es lo importante". Me da pánico no estar a tu lado en esos pequeños momentos en los que recuperas la memoria. Quiero aprovechar esos instantes, cada vez más escasos. Y siempre te prometí estar a tu lado, pasara lo que pasara. 

Oh, justo te has girado a mirarme. Por un momento tu cara es de desconcierto y poco a poco tus labios se curvan hacia arriba. Dios mío, cómo amo esa sonrisa. 

Con infinito cariño: 

tu esposa, tu alma, tu memoria.

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