Al cabo de tres días se produjo el enlace entre el capitán Roger y Rebecca, e inmediatamente después tuvo lugar la ceremonia en el carromato que iba a la casa del capitán en Buckinghamshire.
Los padres de Elfrida, aunque hubieran deseado realmente verla casada con Frederic antes de morir, sabiendo que su estado de ánimo no podría soportar ni el menor esfuerzo, y juzgando acertadamente que fijar el día de su boda sería uno muy grande, se abstuvieron de pincharla sobre el asunto.
Transcurrieron semanas y semanas sin que se avanzase nada; las ropas se pasaron de moda, y al final, el capitán Roger y su señora llegaron a visitar a su madre y a presentarle a ella a su hermosa hija de dieciocho años.
Elfrida, que había descubierto que su antigua amiga se estaba haciendo demasiado vieja y demasiado fea como para resultar aún agradable, se alegró de enterarse de la llegada de una chica tan guapa como Eleanor, con la que decidió cultivar la más estrecha amistad.
Pero pronto descubrió que la felicidad que había esperado del hecho de conocer a Eleanor no le llegaría, puesto que no sólo tuvo la mortificación de verse tratada por ella como poco menos que una anciana, sino que incluso tuvo el horror de percibir una creciente pasión en el pecho de Frederic por la hija de la amable Rebecca.
En el mismo instante en el que tuvo conocimiento de dicho afecto, voló hasta Frederic, de un modo verdaderamente heroico y le balbuceó su intención de casarse al día siguiente.
A alguien que estuviera en su aprieto y que poseyera menos valor que el que Frederic poseía, ese discurso le habría supuesto la muerte; pero él, que no estaba atemorizado en absoluto, respondió valientemente:
—¡Maldita sea, Elfrida! Puede que tú estés casada mañana, pero yo no lo estaré.
Esta respuesta la angustió mucho debido a su delicada constitución. Por ello se desmayó y tuvo una sucesión de desmayos tan seguidos, que apenas tenía tiempo suficiente para recuperarse de uno antes de caer en el siguiente.
Aunque ante cualquier peligro que amenazase a su vida y libertad Frederic era tan valiente como un león, en otros aspectos su corazón era tan suave como el algodón, y, al enterarse del peligro en el que se encontraba Elfrida, inmediatamente voló hasta ella y, encontrándola mejor de lo que le habían hecho esperar, se unió a ella para siempre.