Como Elfrida y sus compañeros las habían visto lo suficiente como para saber que no eran ni las dos señoritas Green, ni la señora Jackson y su hija, no pudieron evitar expresar sorpresa ante su aparición; hasta que al final, recordaron que una nueva familia había comprado recientemente una casa no muy lejos de la arboleda y se apresuraron a volver a casa, decididos a no perder más tiempo y a conocer a dos chicas tan amables y respetables, de cuya familia pensaban acertadamente que formaban parte.
Conforme a tal decisión, esa misma tarde fueron a presentar sus respetos a la señora Fitzroy y a sus dos hijas. Les condujeron a un elegante vestidor adornado con festones de flores artificiales, donde fueron conmovidos por el atractivo exterior y la belleza externa de Jezalinda, la mayor de las jóvenes; pero cuando ya llevaban varios minutos sentados, el ingenio y los encantos que lucían resplandecientes en la conversación de Rebecca les gustaron tanto, que todos saltaron y en un solo acorde exclamaron:
—Adorable y muy encantadora belleza: a pesar de tu amenazadora bizquera, tus grasientas trenzas, y tu espalda abombada, que son más aterradoras de lo que la imaginación pueda explicar y la pluma describir, no puedo abstenerme de expresar mi éxtasis ante las atractivas cualidades de tu mente, que tan ampliamente compensan el horror que tu primera aparición ha de inspirar al incauto visitante.
—Sus opiniones tan noblemente expresadas acerca de las diferentes excelencias de la muselina india e inglesa, y la juiciosa preferencia que ustedes dan a la primera me han causado una admiración de tal amplitud que sólo yo puedo comprender, y les aseguro que es prácticamente lo mismo que pienso yo.
Luego, haciendo una profunda reverencia a la amable y desconcertada Rebecca, salieron de la habitación y se apresuraron a volver a casa.
Desde este momento la relación íntima entre las familias Fitzroy, Drummond y Falknor se afianzaba día tras día, hasta que al final se consolidó de tal modo que no tenían escrúpulos para echarse mutuamente a patadas hasta la calle a la menor provocación.
Durante este feliz período de armonía, la mayor de las señoritas Fitzroy se escapó con el cochero y la amable Rebecca fue pedida en matrimonio por el capitán Roger de Buckinghamshire.
La señora Fizroy no aprobó la unión a causa de la tierna edad de la joven pareja, al tener Rebecca sólo treinta y seis años, y el capitán poco más de sesenta y tres. Para poner remedio a esta objeción, se acordó que esperarían hasta que fuesen bastante más mayores.