A LA SEÑORITA LLOYD
Mi querida Martha:
Como breve testimonio de la gratitud que siento por su reciente generosidad hacia mí, acabando mi capa de muselina, pido permiso para ofrecerle esta pequeña producción de su sincera amiga
La autora
-----------------------------------------------------------------------------------------------
El tío de Elfrida era el padre de Frederic; en otras palabras, eran primos hermanos por parte de padre.
Habiendo nacido los dos el mismo día, y habiendo ido a la misma escuela, no era extraño que sintiesen por el otro algo más que simple cortesía. Se amaban con mutua sinceridad, pero ambos estaban decididos a no transgredir las reglas del decoro consumando su afecto ni con el objeto amado ni con nadie más.
Eran extremadamente guapos y tan parecidos entre sí, que no todo el mundo podía diferenciarlos. Ni siquiera sus amigos más íntimos podían distinguirlos por nada que no fuese la forma de la cara, el color de ojos, el tamaño de la nariz y la diferencia en el cutis.
Elfrida tenía una íntima amiga a quien, en una visita a una tía suya, escribió la siguiente carta:
A LA SEÑORITA DRUMMOND
"Querida Charlotte:
Te agradecería que me comprases durante tu estancia con la señora Williamson un nuevo gorro a la moda, que le siente bien al cutis de tu
E. Falknor"
Charlotte, en cuyo carácter prevalecía la voluntad de hacerle favores a todo el mundo, cuando volvió a la ciudad le llevó a su amiga el gorro deseado, y así acabó esta pequeña aventura, para gran satisfacción de todas las partes.
En su regreso a Crankhumdunberry (dulce pueblo del cual su padre era el párroco), Charlotte fue recibida con la mayor de las alegrías por Frederic y Elfrida, quienes, tras abrazarla el uno y la otra alternativamente, le propusieron dar un paseo por una alameda que iba desde la casa del párroco hasta un prado verde esmaltado con una amplia variedad de flores coloridas y bañado por un arroyo ondeante que llegaba del valle de Tempé a través de un paso subterráneo.
Llevaban apenas nueve horas en la arboleda cuando fueron agradablemente sorprendidos al escuchar una voz de lo más encantadora trinar la siguiente estrofa:
Canción
Que Damon estaba enamorado de mí
Una vez pensé y creí
Pero ahora que veo que no es así
Creo que engañada fui.
Nada más acabar los dos últimos versos vieron por un camino de la arboleda a dos elegantes jóvenes apoyadas la una en el brazo de la otra, las cuales, al verlos, tomaron inmediatamente un sendero diferente y desaparecieron de su vista.