Leyendas Norteñas (Andalgalá - Catamarca)

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LEYENDA DE LA MICA 

  Ampatu era un guerrero fornido y valiente aunque no muy dotado por la naturaleza en sus rasgos fisonómicos, que eran más bien ásperos.

A la hora de enamorarse, su corazón se conmovió ante la belleza de Tusca y empezó su cortejo. Pero la indiecita era muy pretenciosa, consentida y de un carácter espinoso. Ella no podía prestarle atención a un indio feo, teniendo tanta hermosura en sí misma para amar y admirar.Tusca se pasaba los días buscando adornos de todo tipo para engalanarse: flores perfumadas; dijes que ella misma fabricaba con guijarros cristalinos y piedrecillas vistosas; hilos de colores, que sustraía del telar de su madre y con los que tejía primorosas vinchas y brazaletes.Ese era su mundo, al que Ampatu quería, de algún modo, acceder. De pronto tuvo una idea. Debía buscar algo fuera de lo común, único, algo que la embelesara y sólo él pudiera suministrárselo.Ampatu esperaba las noches de luna llena y, con sus certeras flechas, arrancaba astillas de plata del brillante disco, que iba guardando en sus bolsillos para hacer un collar para Tusca. Pero se excedió tanto que, antes del tiempo fijado, la luna entró en cuarto menguante, alterando todos lo ciclos vitales.Tan grande fue el enojo de los dioses, que inmediatamente transformaron a la vanidosa en una planta que cuando se llena de flores es hermosa, pero nadie se le acerca por las espinas.El osado Ampatu fue petrificado con sus bolsillos cargados de hojuelas plateadas. Es así que las serranías de La Chilca y Ambato, con sus caras rugosas, descubren por ahí sus recónditos depósitos de mica.
LEYENDA DE LA SALAMANCA DEL ARENAL


Había en aquellos tiempos un diablillo travieso que no entendía las leyes de la comunidad diabluna, ¿Qué era eso de vivir escondidos en cuevas?. ¿Por qué no andar entre toda la gente?. ¿Por qué no tener una casita de pircas, como esas que recortan su figura cúbica en todo el paisaje calchaquí?, ¿Por qué no corretear libremente a pleno día, como lo hacen los jóvenes indios entre el Famabalasto y el Chaupiyaco?. Yo voy a vivir así – se dijo.
Y se puso a buscar las piedras para hacer su vivienda, para lo que se escapaba de las cavernas ocultas y salía a la luz del sol.
Los otros diablos decidieron castigarlo, ¿Él quería una casa de piedra?, Muy bien, tendría una hermosa morada pétrea. ¿Quería disfrutar de los espacios libres del campo?, Tendría campo al por mayor. Entonces entre todos cortaron un inmenso bloque de la piedra más dura, que desde lejos parecía casa, y la pusieron en una lomadita solitaria, en medio de los arenales. Y esa fue desde entonces la casa del diablo. Allí lo condenaron a vivir a él y sus descendientes por todas las generaciones, hijos, nietos, biznietos, tataranietos y choznonietos. Nadie puede escapar a su destino de diablo y allí tuvieron que fundar, aislada del resto del mundo, su Salamanca.



LEYENDA DEL VOLCAN

Hubo un tiempo en que el valle de Andalgalá producía alfarería de la mejor calidad, allá por los siglos que se llamaron diaguitas.
La mancomunión estrecha entre el hombre y la tierra, el sentido de pertenencia al paisaje, permitían una vida en armonía y de respeto hacia la naturaleza, todas las cosas se hacían sin excesos, tomando lo justo y devolviendo a la Pacha los favores recibidos.
Los alfareros tenían esta suprema consigna. Elegían la greda y la modelaban, con esa convicción previa de que el simple barro era la joya y ellos, sólo los mediadores para que el soplo del arte infunda las formas de diferentes prodigios: el puco, la urna, la pipa, etc.
Soñocamayoc era un artesano privilegiado. Desde su edad más temprana, la magia de sus manos se puso en evidencia. A medida que crecía, su prestigio fue extendiéndose por la comarca y por otros valles vecinos y su cerámica no tuvo competencia.
La teja más fina y más resistente, los diseños más exquisitos, surgían de su taller. Soñocamayoc era un hombre laborioso, no podía sustraerse al afán de dar vida a sus hijos de barro y complacer a todos los que querían tener sus cacharros. Pero el tiempo no lo ayudaba. La búsqueda personal y al acarreo de la arcilla le llevaban varias horas que quitaba a su inspiración creadora. Al verlo tan empeñoso Pacha decidió ayudarlo.
Una mañana muy temprano, Soñocamayoc caminaba desde Chaqui Yacu arriba, por un brazo del Pujya Mayo, cuando en el cauce del arroyuelo descubrió una nueva vertiente y, a pocos metros, en la ladera de la lomada, un afloramiento natural de barro, listo para modelar. En los alrededores abundaban los retamales para alimentar el horno de cocción. Milagro, pensó, y desde ese momento se instaló con sus utensilios y su entusiasmo en ese paraje destinado por la madre tierra sólo a él.
Sin embargo, ante tanta prodigalidad, Soñocamayoc no supo medirse, olvidó que el trabajo debe convivir con el descanso. Deslumbrado y envanecido por su propia obra, transcurría todo su tiempo modelando y cociendo vasijas y objetos de toda clase, los que empezaron a amontonarse, porque ya superaban las necesidades de la tribu y los trueques que se realizaban con otras.
Hasta que un día el ollero prodigioso no pudo plasmar en greda sus ansias. La fatiga le dijo basta y el reposo eterno vino a confinarlo en el seno de una urna funeraria.
Desde entonces el barro arcilloso fluye y se escurre por la falda de la lomita, donde ha ido acumulándose hasta formar un cono que los lugareños llaman El Volcán y que sigue esperando a aquel alfarero que le daba un destino de joya artística.


LEYENDA DE LA QUEBRADA DE LOS MORTEROS

En la margen izquierda del Río La Cañada, que por intervención de la mano humana se convirtió hace unas décadas en el Río Andalgalá, entre las lomaditas que separan el Julumao de la Quebrada de Villavil, hay un pequeño huayco donde insólitamente aparece, en el lecho rocoso de unas caídas de agua de lluvia, un conjunto de morteros comunitarios.
Si las concavidades para la molienda del maíz y la algarroba eran labradas en piedras estratégicamente ubicadas en un nivel superior a los cauces, ¿qué explicación tienen estos morteros en un paraje tan recóndito y ubicados en el mismo lecho del cauce?
Dicen los viejos del lugar, que a su vez se informaron en otros más viejos que ellos, que la aloja fue la causante de esta rareza.
La bebida espirituosa era elaborada con una serie de rituales por la tribu y destinada a las ceremonias de culto, de estilo bacanal, que periódicamente se realizaban. Para ello se la conservaba en tinajones muy controlados por la clase sacerdotal.
Pero ocurrió que un grupo de jóvenes indios se aficionó a los estados de exaltación, que devenían de cada ingesta, y se ingenió para burlar a los cuidadores y escamotear cada noche una tinaja. Hasta que fueron descubiertos.
Fueron condenados a devolver con creces la aloja hurtada, pero, a fin de que se acobardaran, debían sufrir en sus propios músculos el cansancio y el dolor de machacar y machacar la piedra para dar forma a las oquedades de los morteros. Así fue que los llevaron a ese escabroso lugar, donde todo les era más difícil, y obligados a trabajar bajo la lluvia, en pleno cauce de la correntada serrana, con el agua amortiguando sus golpes y duplicando el esfuerzo. Luego tuvieron que arrastrar lo que podían moler cada día, hasta el poblado.
De esta manera, con el escarmiento y los trabajos forzados, castigaron a los culpables de alterar el orden social establecido. Y quedaron, como mudos testimonios ejemplificadores, los hoyuelos de piedra de la Quebrada de los Morteros.

Leyendas De Terror Y Origenes De Los CreepypastasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora