DE LA SEÑORITA GEORGIANA STANHOPE A LA SEÑORITA XXX
Miércoles
Mi querida Anne:
Sophy y yo hemos estado pergeñando un pequeño engaño para nuestra hermana mayor en el que no estamos completamente de acuerdo, pero las circunstancias eran tales que, si algo puede excusarlo, deben ser éstas. Nuestro vecino, el señor Watts, le ha hecho una propuesta de matrimonio a Mary: propuesta que ella no sabe cómo valorar, ya que, aunque siente especial aversión hacia él (ella no es la única que siente tal cosa), se casaría con él de buena gana antes que arriesgarse a que nos lo propusiera a Sophy o a mí, lo que, en caso de que lo rechazase, él dijo que haría. Debes saber que, puesto que la pobre chica considera el que nos casemos antes que ella una de las mayores desgracias que podrían sucederle, para evitarlo se aseguraría voluntariamente su eterno sufrimiento mediante un matrimonio con el señor Watts. Hace una hora se acercó a nosotras para sacarnos información acerca de nuestras intenciones respecto al asunto, las cuales determinarían las suyas. Poco antes de que viniese, mi madre nos lo había contado, y nos había dicho que no iba a dejarle ir en busca de una esposa fuera de nuestra familia.
—Y por eso —dijo—, si Mary no lo acepta, Sophy debe hacerlo; y si Sophy tampoco, lo hará Georgiana.
¡Pobre Georgiana! Ninguna de nosotras teníamos intención de modificar la decisión de mi madre, la cual, siento decirlo, es más fruto de la obcecación que de la racionalidad.
Tan pronto como se hubo ido, sin embargo, rompí el silencio para asegurarle a Sophy que, si Mary rechazaba al señor Watts, no esperaba que ella sacrificase su felicidad convirtiéndose en su esposa por motivo de generosidad hacia mí, cosa que temía que su bondad y su cariño fraternal le inducirían a hacer.
—Deja que nos hagamos ilusiones —dijo ella— pensando que Mary no le rechazará. Pero, ¿cómo puedo esperar que mi hermana acepte a un hombre que no puede hacerla feliz?
—Es verdad que él no puede, pero su fortuna, su nombre, su casa, su carruaje, sí que pueden, y no tengo ninguna duda de que Mary se casará con él; de hecho, ¿por qué no lo haría? El no tiene más de treinta y dos, una edad muy adecuada para casarse un hombre. Es bastante poco atractivo, a decir verdad, pero, ¿qué es la belleza en un hombre? Si tiene una figura distinguida y una cara de persona sensata, eso es más que suficiente.
—Todo esto es cierto, Georgiana, pero la figura del señor Watts es, desafortunadamente, muy vulgar y su rostro muy duro. Y luego, en relación con su carácter, se cree que es malo, pero ¿no puede estar todo el mundo engañado en su juicio? En su temperamento hay una sincera franqueza que le sienta bien a un hombre. Dicen que es tacaño: nosotras lo llamaremos prudencia. Dicen que es receloso. Eso procede de una calidez de corazón siempre excusable en la juventud; y, en pocas palabras, no veo razón para que no pueda ser un muy buen marido, o para que Mary no sea feliz con él.
Sophy se rió, y yo continué:
—Sin embargo, lo acepte Mary o no, yo estoy decidida. Mi resolución está tomada. Nunca me casaría con el señor Watts, aunque la mendicidad sea la única alternativa. ¡Es tan poca cosa en todos los sentidos! Atroz de carácter, y sin una buena cualidad que pueda redimirlo. Su fortuna, para serte sincera, te diré que es buena. ¡Pero no tan grande! Tres mil al año. ¿Qué son tres mil al año? Sólo son seis veces los ingresos de mi madre. Eso no me tentará.
—Pero será una buena fortuna para Mary —dijo Sophy, riendo de nuevo.
—¡Para Mary! Sí, efectivamente, me encantaría verla a ella con tal riqueza.