DE LA MISMA A LA MISMA
Sábado
Querida Anne:
Mary, ansiosa por que todos supieran lo de su boda, que ya se aproximaba, y más especialmente deseosa de triunfar, como ella decía, sobre las Dutton, quiso que esta mañana caminásemos con ella hasta Stoneham. Como no teníamos nada más que hacer, accedimos de buena gana, y tuvimos un paseo tan agradable como podía tenerse con Mary, cuya conversación consistió todo el rato en insultar al hombre con el que pronto va a casarse, y en anhelar un carruaje azul con detalles en plata. Cuando llegamos a la casa de los Dutton, encontramos a las chicas en el vestidor con un joven muy guapo al que, por supuesto, nos presentaron. Es el hijo de Sir Henry Brudenell de Leicestershire. El señor Brudenell es el hombre más apuesto que he visto en mi vida; las tres estamos encantadísimas con él. Mary, que hasta el momento en el que llegamos al vestidor se había estado creciendo con su propia importancia, y con el deseo de comunicar la noticia de su boda, no pudo quedarse callada sobre el asunto mucho tiempo después de sentarnos y pronto dijo, dirigiéndose a Kitty:
—¿No crees que será necesario tener todas las joyas nuevas preparadas?
—¿Necesario para qué?
—¿Para qué? Vaya, pues para mi aparición en público.
—Te pido perdón pero realmente no te entiendo. ¿De qué joyas estás hablando, y dónde harás una aparición pública?
—En el próximo baile, a decir verdad, después de mi boda.
Puedes imaginarte su sorpresa. Al principio estaban incrédulas, pero al final, cuando confirmamos la historia, se lo creyeron.
—¿Y con quién? —fue, por supuesto, la primera pregunta. Mary fingió timidez y respondió turbada, con los ojos bajos:
—Con el señor Watts.
Esto también requirió nuestra confirmación, puesto que apenas podían creer que alguien que tenía la belleza y fortuna (aunque pequeña, la verdad) de Mary quisiera voluntariamente casarse con el señor Watts. Habiendo sido aclarado el asunto y viéndose ella el centro de atención de todos los invitados, perdió toda su turbación y se volvió absolutamente abierta y comunicativa.
—Me pregunto si no habíais oído nada de esto antes, puesto que generalmente los asuntos de esta naturaleza se conocen muy bien en el vecindario.
—Te aseguro —dijo Jemima— que nunca tuve la menor sospecha sobre el asunto. ¿Lleva en curso mucho tiempo todo esto?
—¡Oh!, sí, desde el miércoles.
Todos rieron, especialmente el señor Brudenell.
—Tenéis que saber que el señor Watts está muy enamorado de mí, así que es una unión por amor, por su parte.
—No sólo por la suya, imagino —dijo Kitty.
—¡Oh! Cuando hay tanto amor por un lado, no hay lugar para él en el otro. Sin embargo, no me disgusta mucho, aunque es muy poco atractivo, para seros sincera.
El señor Brudenell se quedó estupefacto, las señoritas Dutton rieron, y Sophy y yo estábamos sinceramente avergonzadas de nuestra hermana. Ella continuó:
—Tendremos una nueva silla de montar, y muy probablemente podremos construir nuestro faetón.
Sabíamos que esto era falso, pero a la pobre chica le agradaba la idea de hacer creer a los invitados que eso iba a ser así, y yo no iba a privarle de un entretenimiento tan inofensivo. Continuó:
—El señor Watts va a presentarme con las joyas de la familia, que supongo, son muy considerables.
No pude evitar susurrarle a Sophy:
—Yo creo que no.
—Estas joyas son, imagino, de esas que deben ser engarzadas de nuevo antes de lucirlas. No debo lucirlas antes del primer baile al que vaya después de mi boda. Si la señora Dutton no fuese, espero que me dejéis haceros de carabina; seguramente lo haga con Sophy y Georgiana.
—Eres muy amable —dijo Kitty— y ya que estás dispuesta a asumir el cuidado de jóvenes damiselas, he de aconsejarte que convenzas al señor Edgecumbe para que te permita hacer de carabina a sus seis hijas, quienes, junto con tus dos hermanas y nosotras, haremos tu entrée de lo más respetable.
Kitty nos hizo sonreír a todas excepto a Mary, que no entendió sus palabras, y dijo fríamente que no le gustaría hacer de carabina a tantas personas. Sophy y yo intentamos entonces cambiar de conversación, pero sólo lo conseguimos durante unos pocos minutos, puesto que Mary se encargó de atraer de nuevo la atención hacia ella y la boda que se avecinaba. Me dolía, por el bien de mi hermana, ver cómo el señor Brudenell parecía disfrutar escuchando su relato, e incluso la animaba mediante preguntas y comentarios, ya que era evidente que su único propósito era burlarse de ella. Me temo que él la encontraba muy ridícula. Contenía perfectamente su semblante, pero era fácil ver que le costaba hacerlo.
Sin embargo, al final parecía cansado e indignado con su ridícula conversación, puesto que se volvió hacia nosotras y apenas le habló a ella durante aproximadamente media hora antes de irnos de Stoneham. Tan pronto como estuvimos fuera de la casa, nos unimos en alabanzas al señor Brudenell, a su persona y a sus modales.
Encontramos al señor Watts en casa.
—Y bien, señorita Stanhope —dijo—, ya ve que vengo a cortejarla como un verdadero amante...
—Pues no habría sido necesario que me lo dijese. Sé muy bien por qué ha venido.
Entonces Sophy y yo salimos de la habitación, imaginando, por supuesto, que debíamos ausentarnos por si fuese a empezar una escena de cortejo. Nos sorprendió ser seguidas casi inmediatamente por Mary.
—¿Tan pronto ha acabado tu cortejo?
—¡Cortejo! —respondió Mary—. Hemos estado discutiendo. ¡Watts es tan idiota! Espero no verle nunca más.
—Me temo que lo harás —dije yo—. Puesto que hoy cena aquí. ¿Pero cuál ha sido vuestra disputa?
—Vaya, sólo porque le dije que esta mañana había visto a un hombre mucho más apuesto que él se puso como una furia y me llamó zorra, así que sólo me quedé para decirle que pensaba que era un sinvergüenza y me fui.
—Todo muy educado y escueto —dijo Sophy—; pero te ruego que nos digas, Mary, ¿cómo se va a arreglar esto?
—Debería pedirme perdón; pero si lo hiciese, no le perdonaría.
—Su sumisión, entonces, no sería muy útil.
Cuando estuvimos vestidas volvimos al salón, donde mamá y el señor Watts mantenían una conversación íntima. Parece que él había estado quejándose del comportamiento de su hija, y ella le había convencido de no pensar más en ello. Por tanto, fue a buscar a Mary con toda su acostumbrada urbanidad y, salvo una mención acerca del faetón y otra acerca del invernadero, la velada transcurrió con gran armonía y cordialidad. Watts va a ir a la ciudad para acelerar los preparativos de la boda.
Tu afectuosa amiga
G. S.