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Un año más

        El gran salón estaba a punto de estallar, los invitados llegaban y por más que la fiesta estuviera movida, no había espacio para nadie más. El rey celebraba sus diecinueve años recién cumplidos, la tradición era invitar todo el pueblo y demás allá del territorio, para festejar y ofrecer la joventud hacia el moreno y sentir desdichado si él elegía con quien governar, pero Zayn no tenía ojos para nadie más que para su castañito y sus padres lo sabían, todo el palacio lo sabía, Richard, dijo que no había porque desobedecer las reglas del linaje que sólo disfrutará de su fiesta, únicamente esa parte, su pareja ya estaba destinada.

Pero no podía elogiar su propia fiesta con todos los hombres y mujeres presentándoles a sus hijos, venían familias y como patitos le seguían pisándole los talones, insistiendo en hechar un vistazo la descendencia, Zayn fingía una sonrisa de interés. Tenía que hacer creer a los demás su objetivo por encontrar pareja.

Y allí estaba parado junto a las escaleras doradas con una copa de vino en su mano, haciéndo todo por no poner los ojos en blanco cuando vio a su padre sonreírle en modo de disculpa mientras se acercaba a él con un hombre envuelto de telas finas bordadas por hilos plateados y una majestuosa corona de oro puro descansaba en su cabeza castaña.

—Hijo mío, quiero presentarte al rey de Alemania— su padre palmeó su hombro, incitándolo a saludar.

—Alteza, Zayn— el hombre se inclinó hacia enfrente y luego estrechó su mano con el moreno. —Mis más gratas deseos, rey. Hoy como todos venimos a ofrecer nuestros hijos, yo especial mente vengo a presentarle a mis dos hijos— un par de mellizos fue lo que vio, una hermosa chica pelirroja de ojos verdes y un chico de cabello rizado rojizo con una mirada grisesca.

—¿Que te parece, hijo?— su padre preguntó, sabía que solo seguía la mentira y como todo un pillo solo corrió la mirada en los menores, sonrió forzando sus comisuras y bebió de su copa.

—No había visto nadie con estos rasgos tan, peculiares.

—Oh, alteza, le puedo asegurar que mis hijos serán una buena compañía, mire— el rey tomó el brazo del chico y le alzó la manga de su prenda, dejando ver su piel pálida con unos lunares plateados. —Ambos pueden darle todos los herederos que usted deseé, mi rey.

—La fiesta aún no termina, todavía quedan más por ver— comentó el azabache sin interés, llevo una vez más la copa de bronce a sus labios viendo la decepción en la mirada esmeralda de la chica. —Le puedo decir de anticipación que sus hijos pueden ser la excepción— le tendió una reverencia cordial a la familia y camino lejos, quería tomar aire fresco, quería a su bebé.

Por cierto, ¿dónde está?

    
         El pequeñito y bonito Liam no estaba en la fiesta, se había sentido mal desde días atrás y ahora fue el mejor día para que su estómago revolcará desfrenado. Vomitando todo lo ingerido hacia el retrete, sus ojitos lloraban a causa de la irritación que se expandía en su garganta, dañando sus cuerdas vocales de paso, privando de siquiera susurrar. Dejó caer su cuerpo al piso y se recargó en el borde del escusado, sin importarle la suciedad, limpio sus labios pálidos y tragó saliva intentando humedecer su reseca boca, se sentía tan débil, sin fuerza para levantarse y la lavar sus dientes, nada podía hacer con la cabeza dándole vueltas junto con su visión borrosa por las lágrimas, sus lunares ardían como si pinchazos le dieran en cada manchita opaca que por alguna extraña razón no brillaban.

Chillo al escuchar la puerta llamar, unos golpes tímidos hicieron eco en el interior y Liam cubrió sus oídos.

—Joven Liam, ¿Se encuentra bien?— murmuró la sirvienta que le ayudó a traerlo desde el salón, movió la perilla intentando ingresar al cuarto de baño. —Joven Liam, abra la puerta, déjeme ayudarlo.

Los Deseos del Rey |Ziam|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora