Hola, reinas y reyes. Muchas gracias por seguir aquí ♡♡
Hace cuatro años, en la nota de autora de este capítulo os decía que me moría de ganas de, algún día, poder llegar a ganarme la vida como escritora. Me da mucha ternura leer esas palabras de mí yo del pasado, aunque también me apena un poco saber que durante varios años he estado algo atascada con mi vida y todavía no he conseguido los objetivos que me había marcado.
De verdad, gracias por seguir aquí. Cada una de vosotras/os contribuís un montón en que algún día el sueño se haga realidad ❤︎
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Capítulo 44
Hacía tantos días que Iker había dejado de mandarle mensajes y de contestarle a las llamadas, que Diana creía que se lo había tragado la tierra. Sin ninguna explicación, él había cambiado completamente su actitud hacia ella. De pronto era una desconocida, tal y como había sido antes de que Melissa llegara a Medinabella. Diana se sentía fatal por haber dejado que Mel la convenciera para hablar con Iker. Desde luego, ella era mucho más feliz cuando no tenía ningún tipo de relación con él y se limitaba a fingir que no le interesaba en absoluto... pero en ese momento, la sensación de haber sido ignorada y rechazada era horrible.
La joven caminaba por la calle, tratando de despejar su mente y de pensar en algo que no fuera ese hombre, pero no era tan fácil. Se había ilusionado tan rápido como si tuviera quince años en vez de estar a punto de cumplir los veinticinco. En esos momentos le habría gustado poder tener algún consejo para ella misma, igual que los que tenía para Mel, pero no era tan fácil hacer las cosas como hablar de ellas.
Suspiró y se detuvo en un pequeño parque del pueblo. Apenas tenía un par de columpios y un tobogán para niños; Diana caminó unos metros hasta sentarse en un banco de piedra que enseguida hizo que sintiera frío a través de la tela de sus pantalones vaqueros. Subió un poco más la cremallera de su chaqueta y durante unos segundos tiritó. Aun así, decidió que no quería volver al hotel y encerrarse en su habitación. Quería respirar el aire puro del pueblo.
Pese a la gran cantidad de amigos que tenía en Medinabella y el apoyo de sus compañeros de trabajo, Diana se sentía sola en esos momentos. No quería llorarle a nadie ni decir en voz alta lo tonta que había sido al emocionarse tanto con Iker, ni tampoco recordar el modo en el que había actuado con Rubén, tan egoístamente. Bastante mal se sentía ya en esos momentos. Su familia estaba lejos, sus padres habían emigrado a España desde el Caribe hacía más de veinte años, pero en ese momento ambos habían regresado a su país y su hermana llevaba un par de años viviendo en Italia. Para ser sinceros, en realidad sí estaba sola allí.
El frío siguió calando en sus huesos durante unos minutos más, hasta que sintió que dejaría de poder mover las piernas de un momento a otro si permanecía allí y entonces se levantó de ese banco. Entonces lo vio, lo vio y se murió de vergüenza.
Rubén caminaba con rapidez por enfrente del parque, al otro lado de la calle. Se frotaba las manos con ahínco y soplaba dentro de ellas para intentar hacerlas entrar en calor. Su cabello pelirrojo brillaba, resaltando sobre su abrigo negro y Diana no pudo evitar sonreír cuando atisbó que la nariz de Rubén estaba enrojecida por el frío. Le parecía adorable, típico de los niños pequeños cuya piel era muy blanca. Ese pensamiento la distrajo durante unos segundos, fue entonces cuando él también la vio allí, parada en mitad de la calle, congelada y con la cabeza hecha un lío. Rubén se detuvo casi automáticamente y miró a Diana en la distancia, sus labios se entreabrieron. Con más fuerza que nunca, en la cabeza de Diana se repitió esa escena que ambos habían vivido en la cocina de Rubén hacía sólo unos días y sintió su rostro acalorándose repentinamente. Estaba avergonzada, se sentía ridícula, tonta y caprichosa.
Rubén alzó la mano, saludándola con un gesto simple y educado que ella le devolvió al instante. Ambos se miraron intensamente y Diana supo en ese mismo instante que Rubén, apenas siete días antes, se habría acercado a saludarla con toda la calidez del mundo. Aunque le costara trabajo hacerlo, aunque ni siquiera se llevaran tan bien... Pero en esos momentos, las cosas habían cambiado ya y eso quedó totalmente demostrado cuando Rubén bajó la cabeza y siguió caminando, pasando de largo, como si no hubiera hablado más de dos o tres veces en la vida con esa mujer; como si no le hubiera confesado que se había enamorado de ella sólo unos días atrás.
Contemplar a Rubén marcharse tan sólo hizo que el frío volviera para Diana, con más intensidad aún que antes y el viento gélido pareció cortar sus mejillas cuando ella no se movió, sino que tan sólo se quedó parada en ese parque durante unos minutos más.
Diana, tan enamorada del amor como estaba y siendo la persona más romántica del universo, contempló cómo él se alejaba y supo, aunque le doliera, que ya no volvería. Por un segundo se arrepintió, pensó en que debería haberle dado una oportunidad a Rubén. Iker había resultado ser demasiado complicado, demasiado distante. Iker había resultado ser muy diferente a lo que ella había querido. Quizás se había equivocado.
La joven suspiró, encontrándose sola en ese parque. Quizás algún día aparecería alguien, ¿verdad? O al menos eso quería creer. Dejando escapar un largo suspiro entre sus labios, Diana se puso en pie y comenzó a caminar hacia el hotel con lentitud.
No sabía dónde estaba ese amor que tanto había ansiado encontrar, que tanto la había obsesionado durante años. Solamente le pedía al cielo que no tardara en aparecer.
¡Hola! Me da un montón de pena este final y me he planteado 10000 veces qué hacer exactamente con esta pareja. Creo que el destino de Diana me trae más dolores de cabeza que el de Mel y Julen, pero espero que las nuevas ideas os gusten.
Nos vemos pronto ❤︎
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Lo llaman Karma y Lo llaman Destino.
Chick-LitNovela Comedia romántica / Chick lit. Las malas acciones traen malas consecuencias, y eso es algo que Mel va a aprender muy pronto...