Wilsonville es un pueblecito ubicado a unos 300 kilómetros de Las Vegas lo suficientemente pequeño como para que puedas pasar por su lado sin apenas percatarte de que está ahí.
Antes de que mi madre me llevara al internado East Aurora Wood y de que me detectaran la enfermedad, mi amiga Eliza y yo solíamos correr por la pequeña calle principal hasta que llegábamos al parque y nos lanzábamos al verde prado como si fuera una colchoneta manchándonos los pantalones de verdín. En una de nuestras competiciones conocí a Ben Sloan. Ben era un niño de tez morena y cabello oscuro que iba a un curso más que nosotras, en el colegio.
–¡Vamos Liz, te voy a ganar!– dije, girando mi cabeza. El ruido de mis sandalias sobre las baldosas de la acera despertaban curiosas miradas de los pocos transeúntes que había esa calurosa tarde de mediados de julio.
–¡Eh, no es justo mis sandalias no tienen tiras y se me escapan! ¡Lissele, no seas tramposa!– aceleré el paso. Me encantaba correr, el pelo azotándome la cara como látigos sin fuerza, el mundo girando entorno a mis pies. Eso sí era libertad.– ¡Lissele, cuidado!
Ya era tarde, cuando me quise dar cuenta ya estaba en el suelo con la rodilla derecha raspada y mi minifalda vaquera rota.
–¿Eres tonta? Casi me rompes la bici– levanté la cabeza. Madre mía de mi vida. ¿como puede existir un ser tan perfecto?–¿No sabes hablar?
–¿Qué?–dije bajando de la nube. Hasta que caí en la cuenta de que me acababa de llamar tonta.– Pero si has sido tú el que me has tirado, mira mi rodilla.
–¡Lissi! ¿te encuentras bien?–respondió mi amiga, intentando llenar sus pulmones de aire.
–Si, vámonos Liz.– hablé levantándome y virando en dirección opuesta. Se me habían quitado las ganas de subirme a el tobogán.
Los acordes de una guitarra eléctrica hacen que regrese al mundo real. Un cartel a lo lejos me indica que estamos a punto de llegar a nuestro destino. Tricia y yo apenas hemos cruzado unas pocas palabras, sé que para ella es duro que no la llame mamá, pero, he pactado conmigo misma no volver a llamarla así hasta que me cuente por que me dejó sola sin ninguna explicación lógica.
–El pueblo no ha cambiado nada, la tienda de Rob sigue en el mismo sitio y vendiendo las mismas cosas.– miro por la ventana los altos árboles mientras me encojo de hombros. Oigo como un intento de risa se ahoga en su garganta.– Por cierto...hay alguien que nunca ha dejado de preguntar por ti.
En ese momento giro bruscamente la cabeza enfrentando los grises ojos de Tricia, se que, muy fácilmente se me hayan dilatado las pupilas como siempre me pasa cuando me ilusiono con algo; me gustaría poder esconder mi entusiasmo tras una mueca desinteresada pero no puedo. Quiero que pronuncie su nombre.
–¿Sí?
–Sí, ¿recuerdas a Eliza Hemminger?, cuando erais pequeñas estabais todo el día juntas, no había quien pudiera separaros. –me sorprendo a mi misma sintiendo tristeza. En el fondo esperaba que Ben preguntara por mi todos los días, pero, ¿que me pensaba? Ben y yo nunca habíamos ido más allá de jugar a juegos infantiles y de competir tirando piedras al lago. – Tiene muchas ganas de verte, quería venir conmigo a recorgerte, pero ha tenido que quedarse a hacer un examen de química avanzada.
–Ah, si, es una pena, yo también la extrañaba. –mentira. Apenas recuerdo su cara.
Tricia estaciona dos calles antes de un "supermercado" y compra dos botellas de agua. A través de los cristales del Citröen el mundo parece hermético, pequeño y, por un instante deseo quedarme ahí, sola, sin tener que preocuparme de nada ni de nadie.
Pero el mundo no es una fábrica de conceder deseos y, el sonido de unas risas, seguidas de un par de gritos de voz masculina me dan un susto de muerte, segundos después un grupo de unos 5 chicos aparece en mi campo de visión, hablan divertidos sobre temas que, sinceramente prefiero no saber.
Mientes otra vez.
¡Hola!, ¿que tal?, ¿alguien ahí?
Siento haber tardado pero he tenido 1000 exámenes y no he podido centrarme en otra cosa.
Espero que os guste.
ESTÁS LEYENDO
Te prometo Manhattan|En pausa.|
Teen Fiction«El cálido y sofocante aire de Los Ángeles se cuela por mis poros y hace que, por duodécima vez desde que subí al avión piense en lo que estaría haciendo en Wilsonville, o incluso en East Aurora. -Lo siento-dice Tricia subiendo el tirador de su male...