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  La semana ha pasado tan rápido que cuando me doy cuenta ya es jueves y ni siquiera he ido a comprar los libros que necesitaré para clase.

A decir verdad, ni siquiera había caído en que en breve, tendría que empezar a un nuevo instituto con nueva gente. Por suerte Liz va al mismo en el que Tricia me ha matriculado y eso me facilitará las cosas. En cuanto a Ben, no le he vuelto a ver, cosa lógica ya que estoy castigada y no puedo salir de estas cuatro paredes. El lunes me pareció verlo sentado en el banco que hay debajo de mi portal pero luego resultó ser un vagabundo con su perro que, al notar mi mirada sobre él, decidió dedicarme un gesto obsceno con su dedo corazón y marcharse.

En cuanto a mis mejores amigos, la relación se ha enfriado tanto que parece que me he ido a vivir a otro planeta. Solo he hablado una vez con ellos y al colgar lloré tanto que casi me dejó en carne viva las mejillas; Están más unidos que nunca y recientemente se han hecho amigos de Sarah Slater, una alumna de intercambio que hasta hace dos semanas nos odiaba.

Creo que alguien está celosa.

Que te den.

Sacudo la cabeza y bajo la pantalla de mi portátil, mi mirada se para en la moqueta del suelo y entonces lo veo, tiene ojos grandes y me mira desafiante.

–¿Mega Maind?–Digo recogiendolo del suelo. He estado tan aturdida estos días que ni siquiera había reparado en la figura de 50 centímetros que Ben se dejó la última vez que vino a jugar a mi casa.

Pienso en devolvérsela, pero, tras saber lo sumamente celosa que es su novia, prefiero mantener las distancias con él.

–¡Ly! ¿Puedes bajar un momento?– Gritan desde la cocina.

–¡Voy!

Nada más poner un pie en la cocina se que las cosas van mal, los platos están sin fregar y no hay rastro de la Lucy la novia de mi madre.

¡Ah! ¿No os lo había dicho? Unos 5 años después de que mi padre decidiera irse a alguna isla paradisíaca  con su oculista 20 años menor, mi madre conoció a Lucy otra mujer divorciada que quería probar cosas nuevas. El caso es que de alguna manera lo que empezó en amistad acabó en enamoramiento.

–Y, ¿Lucy?–digo pasando por su lado y sentándome sobre la isla de la cocina.

–Se ha ido.–dice sollozando. Deja .

–Oh... ¿Estás bien?– Nunca se me ha dado bien consolar a personas. Pero, me acerco a ella y la rodeo con mis brazos. –Pero, ¿cómo ha sido? Estabais bien.

No lo entiendo. Esta mañana, cuando he bajado a desayunar el ambiente era totalmente distinto.

–Su marido–, explota en un mar de lágrimas que tarda 10 minutos de abrazo en disiparse.– Su ex marido le ha pedido otra oportunidad.

Según tengo entendido mi madre siempre ha sido una persona fuerte, del prototipo de mujeres que aparecen en los libros de historia o como las protagonistas de las películas de la Segunda Guerra Mundial.

–Mamá, ella no va a volver con él. ¡Le gustan las mujeres!

–Me ha dicho que lo tiene que pensar. Que está confusa.

Tuerzo el gesto y Tricia se gira, enfrentandome con esos ojos, ahora tristes, que solían ser el foco de mis sueños infantiles. Imaginaba que mi madre regresaba y me traía de vuelta a casa. Hasta que fui lo suficientemente mayor para comprender que hasta que pasaran unos años, eso no ocurriría.

–Me has llamado mamá.– dice amagando una sonrisa.

–Supongo que si. –digo acariciándole la cabellera azabache.

–Me gusta.–dice envolviendome en un abrazo con olor a champú de jazmín y canela.

Nos pasamos pegadas tanto tiempo que cuando nos separamos su máscara de pestañas se ha corrido no solo por sus mejillas si no también por mis pómulos.

–Bueno. Creo que debería irme a hacer algo productivo. ¿Qué quieres de cenar?– Río ante su cambio de humor aunque sé que se trata de una estratagema para que no me de cuenta de su sufrimiento.

–Leche con miel y galletas estaría bien.

–Marchando.–Dice llevándose la mano a la cabeza imitando a un militar.

Decido salir de la cocina y cuando cruzo el hall me percato de un sobre en el parquet. Lo agarro con mis manos y observo que no contiene un sello ni un remitente, tan solo el nombre de mi madre en letras mayúsculas, lo que me hace pensar que alguien lo ha debido de meter por la ranura del correo mientras hablabamos en la sala. Juego con la idea de entregársela a ella, dado que alguien quiere que la lea, pero cuando la escucho cantar Sweet Home Alabama opto por abrirla yo misma y dársela  más tarde.

No lo hagas, es su intimidad.

Tarde.

Despego la solapa con sumo cuidado y saco la cuartilla de folio que se encuentra perfectamente doblada por la mitad.

Me arrepiento de mi comportamiento nada más con leer la primera línea.

«Querida Tricia,

  Lo siento.

Sé que prometí estar ahí siempre, juré que jamás te dejaría sufrir y tú me dijiste que en cuanto pudiéramos nos casaríamos, traerías a tu hija de vuelta y así podríamos volver a ser felices.

Cuando Hank me llamó por teléfono el otro día, a punto estuve de no cogérselo, pero, cuando vi su nombre en la pantalla, sentí unas mariposas que pensaba ya habían muerto el día en que firmé el acta de divorcio y cuando me di cuenta ya tenía el móvil pegado a la oreja.

Tienes que creerme cuando te digo que, todo este tiempo que he estado contigo te he querido. Todo sentimiento de mi parte hacia ti ha sido totalmente sincero y desinteresado.

Desearía que nos hubiéramos conocido en otras circunstancias.

        Te quiere, Lucy Marie O'brian."

Cuando acabo de leerla siento que me mareo y por poco no me caigo redonda. No sé cómo se lo diré a mi madre ni mucho menos que hará.

–Cielo, ¿estas bien? Parece que acabas de ver un fantasma. –dice mi madre entrando en la habitación sin llamar y posando sobre mi escritorio una bandeja con comida.

–¿Qué? –Digo girando sobre mis pies y escondiendo a mis espaldas La Carta.

–¿Qué tienes ahí?– Ríe intentando arrebatarmela de las manos.

–Nada. –digo empezando un tira y afloja.

–Si no es nada, ¿por qué no me lo enseñas? –dice arrancándomela de los dedos.

Veo como la expresión de mi madre va descomponiéndose en una copia exacta del cuadro El Grito de Edvard Munch y mi cabeza empieza a turbarse imaginando un millón de reacciones posibles, pero cuando abre la boca me quedo atontada.

–Lissele, haz las maletas. Nos vamos con la tía Suzanne. –Dice rompiendo la nota en innumerables pezados y saliendo escopetada por la puerta de mi habitación y cerrando tras de sí con un portazo que asustaría incluso al mismísimo Lord Voldemort.

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Gracias por leer.



Te prometo Manhattan|En pausa.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora