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¿Sabeis cuando Cristóbal Colón fue en busca de una nueva ruta a India y acabó descubriendo América, cosa que le hizo completamente rico?

Bueno, pues eso es todo lo contrario que me ha pasado a mi.

Sí, al final me he perdido, pero, eso no es lo peor de todo, sino que hará como unos veinte minutos mi móvil tomó la decisión de apagarse y no volver a encenderse, cosa que hizo que me enfadara y diera una patada al suelo. Y, ¿a que no sabéis que había en el suelo?

Una caca de, quiero pensar perro, del tamaño de Alaska.

Sí, por si no os habéis dado cuenta, la vida me sonríe.

–¡Paul, tío, no seas gilipollas!– oigo a mis espaldas. Lo primero que pienso es que Paul el Gilipollas y su amigo, acaban de salvarme de una posible muerte. Después, un millón de casos del apartado de sucesos me hacen caer en toda la maldad que hay en el mundo y por mi cabeza solo pasa una palabra: violación.

Pero, ya es tarde, me han visto y no tengo nada que perder además de mi virginidad.

–Eh... Perdonad...¿Sabéis donde se encuentra la calle Simon Maxwell?– digo mientras recoloco mi bolso, que cuelga de mi hombro.

–¿Simon Maxwell? Bonito nombre. Yo soy Paul.–me responde "Paul" arrastrando las palabras. Genial, me ha tocado el borracho del pueblo.

–Paul, maldito hijo de puta, cierra el pico.–interrumpe su acompañante mientras le agarra por los hombros evitando que se caiga.– Mira, para llegar a la calle que buscas tienes que ir todo recto y al final, girar a la derecha en Bleach Bulevard, después cruza la carretera y continúa en diagonal hasta que veas una placa que te señale que acabas de llegar, ¿lo has entendido?– cuando estira su brazo para darme las indicaciones, me fijo en que tiene los dedos de la mano torcidos a más no poder, y ahí pierdo la concentración; Ben tenía los dedos así. Era cuestión genética, pero, a mi siempre me habían parecido preciosos, puro arte.

–Espera, ¿Bleach qué?– continuo volviendo en mi.

–Joder...–susurra lo suficientemente alto como para que le escuche.–Bleach Bulevard.–No quiero irme, pero ese: «Joder...» me descoloca y, a pesar de no haber entendido nada. Le doy un gracias y me alejo.

–¡Espera!...¡Chica!–grita el amigo de Paul, el cual está oliendo las hojas de un árbol cercano– Nosotros vamos para allí, si quieres, puedes venir.

Ya es un hecho. Seguro que abusarán de mi. Debía haber dejado que Eliza me acompañara, ahora acabaré en una cuneta.

–Creo que puedo llegar sola, gracias.–me doy media vuelta pero, mientras recorro el quinto metro otra vez una voz interrumpe mis pensamientos.

–¡Es por el otro lado!–ríe.– Por cierto, soy Ben.

Me paralizo en el sitio. Le miro de arriba a abajo y no solo no puedo cerrar la boca si no que el móvil se me cae de la mano emitiendo un estruendo que me hace dar cuenta de la posibilidad de que la pantalla se haya roto.

–Mierda...–digo saliendo de mi ensimismamiento. Ben me mira como si yo fuera una fan que se acaba de dar cuenta de que su  ídolo, él, está justo en frente.– Yo soy Lissele.–Digo recogiendo mi móvil del suelo y comprobando que, efectivamente, tiene un rayonazo que cruza la pantalla de una esquina a otra.

–Mierda...– digo echándome las manos a la cabeza.

–Esto...¿Te encuentras bien?–  dice. Noto que está a punto de reírse y se me crispan los pelos de la nuca cuando veo esos preciosos hoyuelos que se le forman en las mejillas cuando sonríe.

–Sí, mejor que nunca.–respondo sonriedo.

Segunda verdad del día.





Te prometo Manhattan|En pausa.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora