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  –Lo siento.– digo pasando por delante del salón en el que se encuentra Tricia dando vueltas en círculo mientras se muerde los pellejos de los dedos.– Me perdí y se me hizo tarde.

–¿Qué te perdiste?–dice con aire amenazador. Prepárate.– ¿Estás loca? ¿Por qué no me dijiste que no sabías volver a casa? ¿Tú eres consciente del calvario en el que me has tenido, Lissele? Ya no sabía que hacer, he estado a punto de avisar a la policía, y encima llegas descalza y con los bajos del vestido rotos. No sé que  piensas que significa salir del internado, pero te aseguro que si crees que es obtener libertad absoluta estás muy equivocada. Te recuerdo que tienes 16 años, no 20.

Me quedo atónita. Sé que tiene razón pero no se que decir. Según termina de hablar bajo la mirada dándome cuenta de que tal y como dice tengo el vestido roto. Para ser sincera no recuerdo haberme enganchado con nada, pero tengo problemas más gordos que preocuparme por una estúpida prenda de vestir.

–Yo... Solo...Es...No creí que la casa de Liz quedaba tan desviada de mi camino.–digo mirando hacia bajo aferrándome a mi chaqueta vaquera.

–Encima te has...–resopla tocándose la frente.– Solo quiero que estés bien, cariño. –dice cerrando los ojos más relajada.

–Perdón.

Entiendo que he llegado tarde pero, ¿para tanto es?

–Vete a tu habitación. Estás castigada.–dice dándose media vuelta.

–Sí, claro.– digo en tono neutro. Podría ponerme a echarle cosas en cara, pero no lo haré, estoy cansada y no me apetece discutir.

Subiendo las escaleras me acuerdo de Dylan y Rachel, mis dos mejores amigos en East Aurora. Siento un gran vacío sin ellos y  el  impulso de llamarles es tan grande que apenas me cabe en el pecho , pero caigo de bruces cuando me doy cuenta de dos factores: 1. Es la una de la mañana y 2. Mi teléfono móvil está irremediablemente roto, o al menos eso dijo Ben al ver el líquido azul que emergía de la pantalla tras haberse estrellado contra el suelo. Así, que me tengo que resignar con mirar unas ochenta mil veces antes de irme a dormir, una instantánea que nos sacamos con la Polaroid marca Fujifilm que los padres de Dylan le regalaron por Navidad hace unos 2 años cuando, por razones inexplicables de la vida, se dio cuenta de que su verdadera vocación era ser fotógrafo paisajista, o en un idioma que todos podamos entender: Aprovecharse de sus millonarios abuelitos para poder sacar fotos para Playboy.

–¡Tío, eso es jodidamente machista!– replico dándole un puñetazo en el brazo a Dylan tras haber soltado por la boca una de las cochinadas más grandes que he oido en mi vida.

Ha insistido en quedarse a dormir con nosotras mientras vemos Who's the Next Top Model? y me estoy empezando a arrepentir de haber dado el brazo a torcer. Sabía que no sabría cerrar el pico y diría algo que me haría enfadar, pero me sentía mal por dejarle fuera, son las vacaciones de primavera y a ninguno de los tres nos han venido a recoger para poder pasar las próximas tres semanas en capitales europeas como al resto.

–¿Que pasa? ¿Tengo la culpa de que esté buena?–dice haciéndose el inocente. Se que es todo por aparentar, en el fondo es un trozo de pan.– Madre mía, lo que le hacía a la Allison esa.

Un trozo de pan con moho a punto de ser pasado por una trituradora con el motor de un cohete espacial.

–Ya está. Se acabó. Te juro, Stevens, que si otra frase propia de un asqueroso viejo verde vuelve a salir de tus cuerdas vocales, te meteré el somier de la cama por el agujero del culo, tan fuerte que desearas que te salga por la boca. –digo agarrando con mis puños el cuello de su camiseta.

–Joder Ly.– Ríe Rachel.– Esto es mejor que ese estúpido programa.

–Vale, vale, tú ganas Cullen.– Dice levantando ambas manos en señal de rendición. Sabe que odio que me llame así, fue gracioso en su momento, hace unos 6 años cuando nos llevaron al cine por la fiesta de cumpleaños de Marie Perkins y ella decidió que quería ver Crepúsculo. Sí, habéis acertado. Me apellido Swan, como Bella, la novia de Edward Cullen. Lo sé, es para troncharse.

–Bien.

–Pero, –comenta a la vez que le lanzo una mirada asesina– creo que ya sé que quiero ser cuando salga de este sitio.

–¿El que?– Dice Rachel mordisqueando la pajita de su refresco.

–¿Sabéis dónde está la mansión de Playboy?

Una sonrisa tonta se me cuela entre los dientes y tengo que sacudir la cabeza para no ponerme a llorar como una magdalena. 

Cojo una chincheta y clavo la fotografía en el corcho que cuelga encima de mi escritorio. Es la única cosa que conservo del mobiliario de mi antigua habitación; Me lo compré con mi primera paga como ayudante en la biblioteca, a los 12 años y está repleto de nombres de famosos por los bordes.

–Bienvenida a casa Lissele.

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Hola, siento no haber actualizado, tuve un parón de imaginación y para colmo entre exámenes y Navidad ya os podéis imaginar...
Así que subiré dentro de unos 15 minutos otro capítulo para compensaros.❣

Te prometo Manhattan|En pausa.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora