1. Creando Lazos.

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El autobús se detuvo en el hermoso parque adornado con árboles que se movían al compás del viento. Un viento fuerte a causa de la estación que se adentraba en el mes de septiembre, aquel mes y los siguientes que eran justamente los favoritos de Sara.

Bajando del autobús —con su ligero abrigo color negro manga larga adentrado en el jean azul oscuro que en conjunto enmarcaba su pequeño y menudo cuerpo— Sara inhaló el fresco, casi frío viento, con éste haciéndole volar su largo cabello color negro, mientras sus oídos se deleitaban con una suave música de los 80; un gusto por la época de esa música absorbido desde su difunto padre.

Echó un vistazo al parque, estudiando los alrededores, mientras aseguraba mejor los audífonos en sus orejas, podía asegurar que vivía en vecindario decente: casas pequeñas, —algunas un poco más grande— modestas, cómodas para vivir, sobre todo cuando la familia que la habitaba se podía contar con sólo dos dedos de una mano.

Por ende, no le era difícil aceptar y asegurar que el vecindario en donde se encontraba en ese momento sobrepasaba el suyo en todos los aspectos: Las casas eran más grandes, en abundancias, con hermosas estructuras que las hacían ver —y no dudaba que eran— mucho más caras, enormes jardines bien cuidados, y los autos que podría apreciar afuera de éstas era la cereza que terminaba de decorar el pastel.

Definitivamente mejor en todos los ámbitos.

Aún así, no cambiaría la armonía y
comodidad de su casa que logró construir con su madre.

Pero, las ganas de habitar una de esas hermosas casas en un futuro estaban flotando en su interior y no prevalecerían, con el pensamiento y el sentimiento de ganárselo con el sudor de su esfuerzo.

Cruzó la calle aferrando sus manos al bolso que sostenía de lado llevando los materiales que necesitaría para su primer día laboral. Lo normal sería estar malhumorada por estar de camino a hacer lo que más las personas odiaban hacer: trabajar.

O quizás sólo la mayoría.

Pero la verdad era que Sara se encontraba muy lejos de estarlo, en cambio, no podía estar más agradecida de haber sido contrata para ese generoso trabajo para alguien como ella, que no tenía experiencia en impartir lo que de pequeña aprendió.

Y gracias a la persona que más amaba y admiraba —su madre—, que es enfermera de un reconocido hospital y asistente de una de las mejores pediatras del lugar, quien buscaba una profesora de español que su hijo necesitaba para aprender lo más importante del idioma; que requeriría para su carrera como empresario.

Laura en forma de broma había recomendado a su hija de 18 años, pero, su sorpresa fue grande al ver a su jefa interesada con la propuesta. Puesto que Laura a parte de ser la mejor empleada que había podido llegar a tener —honesta, entregada a su labor, sin parar de dar su esfuerzo cada día desde que fue contratada— se había convertido en una gran amiga dentro del hospital.

Por eso, ambas sabían sobre lo que pasaba en sus vidas, contando a lo que más anhelaban en este mundo: sus hijos.

Y en cierto modo, a pesar de nunca haberla conocido en persona, Ana le tenía un pequeño aprecio a la hija de su asistente, gracias a todo lo que le había contado Laura, era la hija que nunca tuvo, pero que hubiera deseado tener.

Sara, que había nacido en los Estados Unidos pero a los 10 años tuvo que ir a vivir a la ciudad natal de su madre —en ese período de tiempo—pudo aprender y perfeccionar su español, antes de regresarse nuevamente a los Estados Unidos.

Y ahí se encontraba, frente a la casa más pequeña —que aún así no dejaba de ser impresionante— del vecindario.

Tocó el timbre mientras se quitaba los audífonos y los guardaba en su bolso junto con el móvil, al minuto pudo escuchar unos gritos alterados femeninos, y después como unos tacones pisaban el interior de la casa fuertemente acercándose a la puerta.

Más fuerte que el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora