Capítulo Dos:

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Sumido en mis pensamientos me la pasé toda la noche. Después de todo, era lo único que podía hacer. Me dió un terrible dolor de cabeza; Pensaba que me iba a reventar tarde o temprano. No aguanté más y, lentamente, me senté al borde de la litera. Miré el suelo pensativo por unos segundos, cerré los ojos y comencé a frotarme la sien. Quiero dormir, pero mi cuerpo no me obedece... Y mi mente no se calla.
Miro a mi izquierda el reloj de pared, a penas logro visualizarlo. Intento acostumbrar la vista y me sorprendo al ver que son las tres de la mañana. Debo intentar dormir... aunque sé que es en vano.

Miro un poco más a la izquierda y logro ver la pesada puerta de madera. Toda magullada y rasguñada por el pasar de los años. Puedo notar que la luz del exterior se asoma tímidamente por el umbral. La sigo mirando extrañado. Al parecer hay alguien en el pasillo. Luego de unos segundos escucho movimiento fuera. Comienzan a pasearse de un lado a otro de el pasillo mientras apaga y prende las luces rápidamente. Cada vez que lo hace da la impresión de que solo se paseara frente a nuestra puerta.

«Pero, ¿Porqué? ¿Quién puede estar fuera a esta hora? ¿Y si realmente está frente a nuestra puerta?» La luz entonces se prende y se apaga por última vez. Los pasos se detienen de golpe. «Esto está mal... Esto está muy mal.» Siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Las preguntas entonces iban y venían rápidamente por mi cabeza. «¿Y si abre la puerta? ¿Y si esta noche nos toca a nosotros? No, eso no puede ser, no hemos hecho nada mal... ¿O sí? Acaso, ¿Me venían a castigar por lo que sucedió al mediodía? No, esto está mal...» Esperé sentado, sin moverme, estaba petrificado. Me quedé esperando lo que parece ser una eternidad... Entonces escuché un sonido de metales chocando a lo lejos. Luego, silencio sepulcral. Creo que abrieron el portón que separa el edificio de las niñas y los niños... 

Suspiré ruidosamente, ni siquiera me había dado cuenta que había dejado de respirar. Me acomodé muy lentamente sin querer hacer ruido. Apoyé mis codos en las rodillas y las manos en la cabeza. Creo que definitivamente debo intentar dormir al menos unos minutos. Mañana va a ser un día muy largo.

Me acomodo la melena negra y aparto hacia atrás los cabellos que me caían en la frente. Bueno, como usualmente suelo llevarlo. Pasando de el susto, me acomodo en la cama dispuesto a "dormir". Después de todo no nos pasó nada así que no debería haber nada porque preocuparse... Bueno, sí que lo hay. Espero que mañana esté bien... Poco a poco mi cuerpo comienza a entender que es hora de dormir así que me dejo llevar.

Mama! Papa! — La cama se sacude violentamente. Rápidamente entro en estado de alerta y mi corazón late a mil por hora. Por el susto caí sentado quedando con una pierna por fuera de la cama. Se comienzan a oír unos sollozos.

Estaba aturdido pero aún así capto lo que sucede. Me levanto de mi incómoda cama. Al ser alto logro encontrarme con Mischa. Está sentado tapándose los ojos con las rodillas y los puños.

—Mischa...— Le susurro, pero parece no escucharme. Tiene la respiración rápida y entrecortada.

Pomogite im[1] sollozaba.

—Oye, Mischa...— Estiro la mano y la coloco en su cabello albino revuelto. Comienzo a moverla lentamente para reconfortarlo. —Tranquilo, solo fue un mal recuerdo. Ahora estás bien, estás conmigo. No dejaré que nada malo te suceda. Tus padres están en un lugar mejor. Seguramente ellos te cuidan siempre.

A medida que hablaba fue dejando de sollozar. Levantó su cabeza lentamente y me miró. La tristeza de sus ojos me invadió. Aparté la mano e intenté forzar una sonrisa para que no se sintiera tan mal. Soy un asco reconfortando a los demás... pero al menos lo intento ¿no? 

—¿Puedes volver a dormir?

Puedo notar que duda un poco en contestarme. —D-Da... Spokoynoy nochi...

Orfanato Siete HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora