Capítulo 5

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De a poco mis ojos despiertan. Siento el cuerpo anestesiado como si estuviera flotando entre algodones de azúcar. Todo sigue siendo tan blanco y no recuerdo bien lo que ocurrió.

— ¡Está despertando, llamen a la doctora! —avisó una voz femenina.

Reconozco el lugar, es la sala de urgencias médicas del Hospital. ¿Cómo habré llegado aquí?. Alguien dejó el periódico cerca de la cama donde me encuentro. Su titular capta mi atención: "Niño sanado milagrosamente de la peste negra luego del corte de luz en Aguas Claras".

¡El corte de luz!.

— ¡Hank!. ¿Dónde está Hank? —grité desesperado intentando levantarme.

— Sebastian, tienes que permanecer recostado. El corte en la cabeza produjo mucha perdida de sangre y tú estado de salud aún no es estable —explicó la enfermera con voz calma.

— ¡NO, HANK ! —grité más fuerte—. ¿Dónde está Hank? —repetí una y otra vez.

La robusta enfermera apoya sus pesadas manos sobre mis delgados hombros obligándome a permanecer acostado. La angustia me domina, necesito saber ahora mismo si el carnicero está bien, que el enmascarado de la hacha no le hizo daño. ¿Dónde diablos estás, Hank?.

La puerta de la sala de urgencias se abre lentamente. Ingresa la Directora Médica del Hospital, Fátima, quien se acerca a la cama, apartando con delicadeza a la enfermera.

— ¿Qué ha sucedido esta vez, Sebastian? —preguntó Fátima con sus ojos celestes achinados y su desordenada cabellera rubia y ondulada.

Fátima, mi primer amor. Una mujer joven, delgada y angelada. Siempre vistiendo un largo delantal blanco abrochado hasta el último botón para disimular sus prominentes curvas. La única hija de los Fundadores en quien podía confiar.

— ¡Tienes que ayudarme, Fátima! —supliqué—. Cuando se cortó la luz ... un hombre ... con una máscara ... asesinó a a Susan ... no pude ... Hank me ayudó ... no sé donde está ... el asesino tenía un hacha ... yo ...–las palabras se agolparon entre sí.

— Sebastián, el examen de sangre arrojó como resultado una gran cantidad de alcohol en tu cuerpo. Es la tercera vez de lo que va del mes. Tienes que superar la pérdida de Meg y Lucy, estás destruyendo tu vida, ellas no hubiesen querido eso para ti.

— No entiendes Fátima, está vez es distinto. Mataron a Susan y no sé si también a ... Hank —comencé a llorar como un niño.

— Tu adicción al alcohol empeora día a día, tu percepción de la realidad se distorsiona cada vez más y en este punto ya constituyes un peligro para tu propio bienestar. Mira la herida que te haz hecho en la cabeza. Podrías haber muerto desangrado en la calle, Sebastian –frunció el ceño.

— Por favor, tienes que escucharme, el asesino ... —nuevamente las palabras se atoraron en mi boca.

La enfermera se acerca y me sujeta con robustas manos.

— Lo siento Sebastian, no me dejas más opción que ordenar tu traslado al pabellón psiquiátrico, es por tu bien —dijo Fátima dejando caer una lágrima por su mejilla.

— ¡NO FATIMA, NO! —grité agitando mi cuerpo violentamente de un lado a otro de la cama.

La enfermera inyecta bruscamente una larga jeringa en mi brazo. No siento nada. Nuevamente la sensación de flotar en las nubes. La visión se nubla cada vez más.

Los Verdugos de la Peste ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora