Capítulo 2

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— ¡Ya recuerdo! —interrumpí a Hank—. La mujer era Susan, la maestra jardinera de mi pequeña Lucy, quien al verme salir del bar corrió directo hacia mí, pero apareció a sus espaldas un sujeto ... el de la túnica ... tenía una extraña máscara blanca con un largo pico ... como el de un cuervo —dije dudando de mis propias palabras.

Tomo aire.

La sangre salía a borbotones del cuello de Susan, su cuerpo se desplomó, me abalancé sobre el asesino y luego ... no recuerdo nada más.

Otra vez, mi mente en blanco.

— El encapuchado —continuó Hank—, logró esquivarte, pero al hacerlo perdió el equilibrio y justo antes de caer al suelo, estiró su brazo cual manotazo de ahogado y con el cuchillo te lastimó la cabeza.

— ¿Y qué sucedió después? —pregunté con ansiedad.

— Salí disparado a darle la mayor paliza de su vida —respondió Hank mientras apagaba el cigarrillo—, pero el malparido —dijo con mezcla de frustración y enojo— se incorporó muy rápido, tomó el cuchillo y huyó. No supe que hacer, todo estaba a oscuras, tenía miedo a que volviera, no había nadie cerca a quien pedir ayuda y la vereda era un río de sangre.

Hank tose con dolor, seca el sudor de su rostro y continúa.

— Con las pocas fuerzas que me quedaban te cargué al hombro y arrastré a Susan hasta la carnicería. Sabía que estaba muerta, pero no podía dejarla en la calle tirada como un perro. Cerré todo, bajé las persianas, con la luz de una vela pude coserte la herida y a los pocos minutos de dar la última puntada, volvió la luz.

— ¿Dónde está el cuerpo de Susan? —pregunté confundido al no ubicarlo por ninguna parte.

Hank señala con su dedo la cámara frigorífica donde conserva los lechones.

Advierto con pavor el extenso tendal de sangre que dejó el carnicero cuando arrastró el cuerpo inerte de la maestra jardinera hasta la puerta del cuarto de frío. Mis manos, mi ropa, el delantal de Hank, todo teñido de rojo oscuro. Sangre, sangre y más sangre.

— ¡Hay que llamar a la policía! —enloquecí.

— ¡No funcionan las líneas telefónicas! —gritó Hank enojado—. Es lo primero que intenté hacer —explicó aminorando el tono de voz.

— ¿Entonces qué haremos?.

— No podemos salir, Sebastian. Si bien volvió la luz, aún es medianoche y hay un asesino suelto en el pueblo. Tendremos que esperar que alguien nos ayude, la policía, un vecino, no sé —dijo rascándose confundido la cabeza.

Afuera el silencio es absoluto. Ni los pájaros trinan. No puedo entender como nadie escuchó los gritos de Susan pidiendo ayuda. Recuerdo haber sido el último en salir del bar, pero adentro aún quedada su dueño, el gordo Boris, contando dinero de la caja registradora. ¿Estarán todos escondidos?.

La tensión de la luz empieza a subir y bajar de manera incesante. Uno de los focos que cuelgan del techo explota. Quedo inmóvil, la piel se me eriza, no es miedo lo que siento, es terror.

— Tranquilízate, Sebastian —intentó calmarme—, deben estar trabajando en la central eléctrica para normalizar el servicio de ...

Antes de que Hank pudiera terminar la oración todo vuelve a quedar a oscuras y de repente un golpe seco, de gran potencia, impacta contra la puerta de la carnicería.

!BUM!

Los Verdugos de la Peste ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora