2. Volver.

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Las tardes en Grecia eran cálidas, quizá mucho más de lo que habría esperado en comparación al clima de su país natal, que peses a ser cálido también, era totalmente distinto. Ese inmenso e infinito cielo azul que se extendía hasta más allá de donde alcanzaba la vista y aquella brisa que chocaba contra su rostro que tan difícil era poner en palabras siempre fueron objeto de magnetismo para el asiático, pero... había algo que le era aún más atrayente...

Hace unos tres años, cuando visitaba por primera vez la isla, había sido victima de un desagradable incidente, donde algún ocioso se había tomado la molestia de hurtar su billetera, junto con todo su efectivo y tarjetas, inclusive su teléfono móvil, dejándolo sin dinero e incomunicado por la semana entera que estaría allí hasta que saliera su vuelo de retorno (Que por cierto, ¡Gracias al cielo el ladrón no había dado con su boleto!), ese día fue para memorar por varias razones, pero la primera fue la promesa que se hizo el japonés a sí mismo de no volver a poner un pie en el país y muy probablemente quedarse en casa para las próximas vacaciones.

Y el día fue de mal en peor...

Ya para el final de la tarde había llegado a una pequeña plaza, donde daba a relucir su desánimo cubriendo su rostro con sus manos... siendo ignorado completamente por los locales.

Y cuando creyó todo venirse abajo, un extraño tomó asiento a su lado, Kiku no hizo esfuerzos en cubrir su incomodidad, puesto que el desconocido había elegido el asiento a su lado de entre tantas bancas vacías, ¿A caso planearía robarle? Con su suerte no lo ponía en duda.

Pero a diferencia de lo que creía, esta persona no hizo más que ofrecerle su más cálida sonrisa sin pedir nada a cambio, adivinando por deducción que era un turista y comenzando desde allí supo sacar tema de conversación hasta dar con sus desventuras de aquel día.

Y cómo enviado desde el mismo cielo, aquel muchacho resultó ser el dueño de una bonita y reconfortable posada, ofreciendo hospedaje puesto la desafortunada situación del japonés, por supuesto, Kiku se negó una y mil veces, apenado, hasta que los argumentos perdieron su relevancia y la opción de depender de la solidaridad de una persona que acababa de conocer fue mucho más tentadora que pasar la noche en la banca.

La posada era encantadora, no pudo negarlo, cálida y hogareña hasta el punto de parecer que el griego abría las puertas de su propio hogar, y con la promesa de pagar el doble del costo de la estancia, aceptó.

Durante la semana entera Kiku ayudó a Heracles con la administración diciendo que de ese modo pagaría el favor. Puesto que ese año la isla había sido mucho menos concurrida, el mediterráneo daba mayores atenciones al japonés, y el trabajo era casi inexistente.

Heracles no dudó ni por un instante en ofrecer su ayuda a aquel turista, ese que desde la primera vez con aquella adorable y trágica expresión de derrota había captado su atención por completo.

Entonces luego de haber transcurrido la semana y devuelta en su hogar (Luego de pagar su estadía una vez más, cosa que el griego siguió negando hasta que supo que con esto satisfacería al japonés) Kiku se había hecho otra promesa, una que a diferencia de la que se había hecho del otro lado del mundo, iba a cumplir... Volver a Grecia.

Y así lo hizo, por varios años más, con la excusa de saldar su deuda con la solidaridad del griego (cosa que por mucho ya había cubierto) ayudando al griego en la mera semana pico de la época vacacional, sin embargo, el motivo de sus viajes iba mucho más allá de lo que era moralmente correcto para el japonés.

Entonces allí, mirando disimuladamente por la ventana de su habitación era la mayor muestra de ello.

Observaba meticulosamente, como viendo la cosa más interesante del mundo y prestando atención hasta el más mínimo detalle, cada gesto, expresión y movimiento de Heracles.

Desde el segundo año algo había despertado en el interior del japonés, entonces los mensajes y cartas ya no eran suficientes y la estrecha amistad que tenían mucho menos, entonces aquella semana (que gradualmente pasó a ser tres por año) se sentía transcurrir en un suspiro. Algo había cambiado, pese a que todo aparentaba ser igual que siempre.

Sus mejillas se ruborizan, a su vez desvía la mirada, apenado de haber estado por mas de veinte minutos enteros mirando fijo al griego alimentar a sus mascotas, pensando que aquello sería de mala educación.

Quizá algún día daría con la palabra correcta que definiese sus sentimientos.

Por su parte Heracles había sido consciente de la constante mirada sobre sí todo este tiempo.

Él ya había dado con la palabra bastante tiempo atrás, sólo esperaba por el japonés, no planeaba presionarlo en lo absoluto.

Sus labios forman una pequeña sonrisa de lado.

¿Cuándo fue que... mis ojos comenzaron a perseguirte?

Una y mil veces. (Giripan)Where stories live. Discover now