3. No podría...

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—Ella es Chun-Yan.

La mirada del japonés inspeccionó por unos instantes a la muchacha oriental a su frente, la cual el hombre presentaba como si de una barra de oro se tratase, era hermosa, sin duda alguna, su rostro parecía esculpido de la más fina porcelana y sus grandes ojos miel destellaban jovialidad. 

Sin embargo, aquella expresión incómoda sumada a su vista baja opacaban su belleza nata. 

El japonés procede a presentarse con cortesía, haciendo una reverencia, gesto que la chica devuelve.

—Es un placer conocerla, mi nombre es Kiku Honda.

—E-el gusto es mío aru...

Entonces el hombre mayor que los había presentado pareció ser el único feliz en la habitación, dando una gran sonrisa aumentando así las arrugas en su rostro, observando como ambos se inspeccionaban el uno al otro.

—Ella es tu prometida.

Sus ojos se abrieron de par en par, volteando en una décima de segundo nuevamente a ver a la muchacha a su frente, quien había cambiado su gesto de incomodidad a una mueca donde parecía a punto de romper en llanto.

Aquella persona a quien veía por primera vez sería con quien compartiría el resto de su vida...

Él había tenido otros planes, de eso estaba seguro.

Dio su más filosa mirada de desprecio al hombre frente a él.

—Sin ánimos de ofenderla, señorita—dijo mirando a la muchacha, para luego voltear una vez más al hombre—, me niego rotundamente.

El hombre borró su sonrisa, tan rápido como esta se había formado.

—Viendo tu posición, no estás en lugar de elegir, ¿lo sabes?

No tuvo argumentos.

Tras el escándalo del que había sido parte, estaba de manos atadas.

—Lo sé, padre—Soltó resignado.

En una pequeña plática su vida se había venido abajo.

*

"Por el resto de la vida"

Definitivamente el matrimonio había perdido gran parte de su significado con el pasar de los años y el "Juntos para siempre" sonaba como una frase cotidiana y falsa.

Y Kiku era más que consciente de ello, mas en ese momento, frente al altar.

En sólo un par de meses la boda había sido planeada y hoy era el día.

El japonés estaba frente al altar, vistiendo un traje, sus manos sudaban frío y su pulso iba el aumento, entonces comenzó a sonar la música que se supone acompañaría en sus pasos a la novia, haciendo que sus ojos se abrieran de par en par, confirmando que efectivamente no estaba listo para algo como aquello, sin embargo, optó por mirarla.

Era la primera vez que la había visto tan hermosa en todo el poco tiempo que llevaba de conocerla, con su cabello elegantemente recogido, muy a diferencia de sus dos moños habituales, y un hermoso vestido blanco con una larga y pomposa falda y escote en forma de corazón, mostrando la aterciopelada piel de su pecho.

Chun-Yan era una chica agradable, cálida y con un espíritu maternal y hogareño, sin contar su muy bella apariencia física y el hecho de ser hija de una de las familias más prestigiosas de todo Asia, siendo así, entonces... ¿Por qué no habría de estar feliz?

¿Por qué sentía aquellas inmensas ganas de desmoronarse?

Y ella tampoco lo estaba, bajo aquella sonrisa falsa que adornaba sus facciones, una mueca de tristeza daba a relucir, más que amantes, durante esos pocos meses de acercamiento fueron confidentes, ella contando entre lágrimas como se había enamorado perdidamente de un extranjero que sus padres no aprobaban y él... desahogandoce de como su profesor particular de filosofía e historia había robado su corazón, como una tarde había terminado por perder la compostura que tantos años había traído consigo y como un par de ojos curiosos fueron su sentencia. 

Ambos fueron el apoyo el uno del otro, ella vio en él un hermano menor a quien apoyar y en quien apoyarse y él vio en ella una amiga con quien soltar sus penas.

Minutos antes, él había presenciado como el muchacho ruso había sido sacado a la fuerza mientras ella no veía... y no pudo hacer nada al respecto, mas que sentir pena, tanto por ella como él mismo.

Y aunque todos prestaba atención a la novia, haciendo uno que otro comentario sobre su vestido o lo bonita que lucía, Kiku hace rato había pasado a mirar algo más.

Sentado en una de las primeras filas y mirando sin expresión hacia donde miraba todo el mundo, estaba Heracles, ¿cómo podía estar allí siquiera?, con una actitud tan indiferente o al menos eso parecía. Sus miradas se encuentran por un instante, pero al contrario de lo que haría normalmente no aparta la vista, mas da una desganada mirada de resignación, para voltear hacia la novia.

Entonces Chun-Yan llega a su sitio y le da una sonrisa triste, expresión que el japonés devuelve.

Y la ceremonia dio inicio.

Infinita cantidad de palabras salían de los labios del padre, pero ninguna esta llegaba a los oídos del nipón quien con la vista perdida se sumia en sus propios pensamientos entremezclados a sus memorias...

A caso, ¿el enamorado de la chica pasaría a la seguridad? ¿alguien se negaría o diría algo al respecto?

A caso... ¿Él haría algo al respecto?

Su cuerpo se tensa ante este pensamiento, sería muy absurdo de su parte fantasear en un momento como ese, de eso estaba seguro, lo más probable es que aquella boda fuese el principio del final de su vida.

Entonces las palabras siguen y siguen.

"Acepto" dice ella con una voz monótona y frívola.

—Y usted, señor Kiku Honda, ¿Acepta a la señorita Wang Chun-Yan para amarla y respetarla en la riqueza y la probreza, la salud y la enfermedad hasta que la muerte los separe?

Su mirada café se ve opacada a la hora de ver el rostro de la muchacha a su frente.

¿Ese era el rostro que quería ver al despertar por el resto de su vida?

...

—Si—Claro que no lo era—, acepto.

El hombre asintió.

—Si alguien se opone a esta unión que hable ahora o calle para siempre.

Fue cuando los segundos se hicieron horas, y ese efímero minuto de silencio fue suficiente impulso para la determinación de uno de los invitados, quien se limitó a ponerse de pie.

Allí bajo la acribilladora mirada de los invitados y los novios, sintiendo la presión del aliento contenido en los pulmones de los espectadores quienes ansiaban alguna palabra, su rostro mostraba la más filosa indiferencia.

El aire se torna pesado y un vacío en el estómago del japonés es la única señal que le indica que aún sigue con vida.

¿Era real? ¿Su mente no le jugaba una mala pasada?

Y en contra cualquier diagnóstico, la primera persona en moverse es la novia, quien le da una sonrisa de complicidad al asiático, para luego tirar el ramo a donde cayese.

Suelta el arreglo de su cabello, dejando los mechones danzar con libertad bajo su propio juicio, y aguantando la falda del pomposo vestido, sale corriendo del altar, pues alguien la esperaba.

Mientras que la atención de los invitados se había centrado en la novia, ahora todos miraban una vez más al griego de pie.

Su mirada se conecta con la de Kiku, y una oleada de felicidad moldea una pequeña sonrisa en sus labios.

¿Como iba a dejar pasar al amor de su vida de una forma tan absurda?

—Yo... me opongo.

Nunca... Nunca lo dejaría ir.

Una y mil veces. (Giripan)Where stories live. Discover now