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Emma se acomodó frente al árbol de navidad para la tradición anual de abrir los regalos en la mañana del veinticinco de diciembre

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Emma se acomodó frente al árbol de navidad para la tradición anual de abrir los regalos en la mañana del veinticinco de diciembre. Generalmente los recibía de su madre y varios familiares los días previos a la fecha marcada en el calendario, del mismo modo los enviaba con una semana de antelación para evitar problemas de congestionamiento en la sala de correos.

Ella no era muy de celebrar esas cosas, sin embargo, últimamente comenzaba a tomarle el gusto al asunto. Sobre todo, después de casarse.

Sin embargo, a pesar de lo mucho que quería a su madre y a sus hermanos, había decidido que al menos, en navidad, quería pasar unas fiestas tranquilas lejos de algunos miembros de su familia, de modo que las visitas se quedaban relegadas hasta año nuevo.

Emma tenía un árbol familiar lleno de ramas, que a su vez tenían ramitas y esas ramitas tenían ramitas, de modo que al tratar de evitar los malos tragos decidió que era mejor perder el contacto hasta una fecha menos "significativa".

—¿Ya dividiste los regalos? —Le preguntó Maggie acomodándose a su lado mientras colocaba un bol con palomitas de maíz de manera estratégica para que las dos pudieran comer. Emma sonrió al verla con su típico vestido suelto, el suéter navideño y el gorro de Santa Claus.

—Están en perfecto orden—contestó con una sonrisa forzada.

—¿Con cuales comenzamos? —preguntó Maggie una vez más, mirando las cajas apiladas, aunque aquello fue mera cortesía porque sus pupilas estaban enfocadas en un sobre brillante que resaltaba por encima de los demás debido al material en que se encontraba envuelto.

—Tomemos los que son para las dos—Emma alargó las manos hacia el primer regalo, ese que Maggie miraba tan insistentemente—. Este es de parte de mi mamá —Ella leyó la tarjeta—. "Para Emma y Maggie con cariño"—y revisó su contenido sin poder evitar un pequeño temblor en las manos.

—Un cupón de descuento para un tratamiento de inseminación artificial por parte del médico familiar—canturreo Maggie quitándole el sobre y revisando su contenido—Una tarjeta de regalo de quinientos dólares en Amazon, una tarjeta para iTunes y otra para "El emporio del bebé"—Maggie sonrió—. Tu madre es la perfecta combinación entre lo sutil y lo directo.

—Me quedo con la de Amazon —dijo Emma negando con la cabeza ante la "sugerencia" tan clara en los regalos de su madre.

—Supongo que me quedo con la de iTunes y... Creo que tengo un baby shower pronto, así que me quedo con la del emporio —Los ojos de la chica brillaron con avidez mientras Emma fruncía el ceño.

—¿Y que se supone que haga con el descuento de fertilidad? —pregunto viendo fijamente el cupón.

—Deja que venza la fecha—sugirió encogiéndose de hombros y luego tomó otra caja de regalos, esta vez más grande y pesada que el escuálido sobre de la madre de Emma—. Esta es de mi mamá y la tarjeta dice... "Para mis nenas preciosas, quienes espero que comiencen a beber té en tazas decentes"—Maggie levantó una ceja—. Esta mujer...—masculló sonriendo.

—Vaya, pero que elegancia—exclamó Emma viendo la caja después de quitarle la envoltura, se trataba de un juego de té carísimo al cual se le había quedado pegado el precio en grande—Y hablando de sutilezas...

—Es su manera de decirme que tengo un gusto de mierda para las tazas—dijo Maggie y luego se rio tomando otro de los regalos.

Ellas pasaron alrededor de veinte minutos, quizá un poco más, viendo los típicos envoltorios con calcetas, marcos y trastes adentro. Desde que estaban casadas cada regalo que recibían era para las dos y aunque llevaban un tiempo juntas, ese año había sido especialmente dedicado a "Los regalos de pareja". Era gracioso porque prácticamente todos eran cosas del "hogar" como si no hicieran otra cosa aparte de cocinar y limpiar la casa.

Emma les habría dicho un par de cosas de no ser porque siempre le caían bien un par de vajillas caras.

Cuando llegaron al último regalo Maggie se le quedó viendo. Era una carta escrita a mano de una profesora de la secundaria, con cien dólares para cada una y la petición encarecida de que, sin importar si decidían adoptar o tener hijos, no le pusieran a su bebé el nombre de ningún planeta como le habían prometido cuando eran sus alumnas.

Emma y Maggie recordaban a la profesora perfectamente, ella siempre les escribía y ellas siempre le enviaban regalos para navidad y mantenían correspondencia frecuente a lo largo del año, sin embargo, les pareció sorprendente que de golpe ella hubiese recordado aquel incidente de cuando eran chicas.

—Debe ser porque nos estamos poniendo viejas—puntualizó Maggie.

Luego de un segundo de silencio y sin que pudieran controlarlo, las dos se echaron a reír.

Emma no era mucho de risitas, pero cuando estaba con Maggie no podía evitar el buen humor.

Maggie no era mucho de decir lo que pensaba, pero a Emma le contaba todo.

Ellas estaban juntas desde hace tiempo, eran individuos, pero también estaban conectadas. A veces podían pasar tiempo separadas por culpa del trabajo y pelear por tonterías, pero al final del día siempre se tenían la una a la otra.

Emma sonrió, ella amaba la navidad desde hace cinco años, cuando conoció a Maggie y comenzó a luchar por que su jefe le concediera el día libre durante el feriado más importante de diciembre. Maggie siempre fue muy festiva y adoraba celebrar todo al lado de Emma.

—¡Está decidido! —exclamó esta cruzándose de brazos—No importa si es niño o niña, si adoptamos o lo tenemos o si solo decidimos robarnos un perro, sea lo que sea, se llamará Júpiter—Y volvieron a reírse con fuerza.

Para Emma y Maggie era fácil ser felices si estaban juntas.

Esa clase de amor (Antología)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora