El suelo negro bajo sus pies debería haber estado helado; sin embargo, Deneb no sentía nada.
El corredor en penumbra se extendía frente a ella, que se movía como una sombra en la quietud de la noche. Entró en los aposentos de Cetus sin toparse con un solo guardia ni detenerse ante una puerta cerrada. Era extraño pero, de algún modo, Deneb así lo esperaba.
En el interior todo estaba a oscuras, salvo por la luz rojiza del eclipse lunar. No dudó y caminó hasta la cama con dosel donde podía oírse la estertorosa respiración de Cetus.
Alzó la mano derecha y un rayo de luna impactó contra el filo de la daga que sostenía. No estaba segura de dónde había salido esa arma, solo sabía lo que debía hacer con ella.
Sin dudar un instante, bajó el brazo con fuerza sobre el pecho del emperador. La hoja hendió la carne y la sangre comenzó a manar de inmediato. Cetus abrió los ojos repentinamente, pero no le permitió gritar, pues volvió a blandirla y le cortó la garganta. El emperador luchó unos segundos antes de ahogarse en su propia sangre.
Deneb dejó caer la daga, que rebotó contra el suelo, rompiendo el silencio. Sus labios se entreabrieron y de ellos salió un lamento lleno de congoja que resonó entre los rayos de luna.
Siguió chillando incluso después de despertar sobre su cama. Las sábanas de seda estaban enredadas en torno a su cuerpo y le impedían moverse. Sentía que se ahogaba sin poder hacer nada.
La puerta se abrió de golpe, chocando contra la pared. Por ella entró Orión a la carrera, con la espada desenvainada y una llamarada azul chisporroteando en su mano izquierda.
—¡Deneb! —Su grito sonó lleno de furia, como el bramido en una batalla.
Recorrió la sala con ojos frenéticos en busca de enemigos, pero pronto descubrió que no había nadie y que la joven se debatía entre las sábanas sin causa aparente.
Envainó su espada y dejó que la llama se apagara. Caminó despacio hasta la cama, aún en tensión, y la miró. Sus ojos estaban abiertos y aterrorizados mientras se revolvía sin poder escapar.
—Deneb, detente —susurró, pero ella seguía llorando.
Orión mantuvo las manos apretadas en puños unos segundos más, intentando calmarla con palabras sin que surtieran efecto. Lo que en realidad deseaba era abrazarla. Pero no podía hacer eso sin tocarla y los únicos que lo tenían permitido eran sus doncellas, el emperador y Cepheus, su futuro consorte. Deneb no vería con buenos ojos que volviera a quebrantar la ley.
Pero verla así era peor que la posibilidad de cualquier represalia. Había algo en ella, seguramente ligado a su divinidad, que afectaba a todos los que la rodeaban. Estar tan cerca de su sufrimiento era insoportable.
Sin dudar un segundo más, se inclinó sobre ella y posó las manos en sus hombros con suavidad pero con firmeza.
—Deneb —la llamó, y apartó el pelo negro de su rostro para poder mirarla a los ojos—. Deneb, estoy aquí.
Sus ojos plateados lo miraron al fin y su respiración comenzó a acompasarse.
—Orión...
—Estoy aquí. No hay peligro.
—No es por mí por quien siento miedo —murmuró, intentando apartar las sábanas.
—Permite que te ayude. —Extrajo un puñal de su cinto y procedió a rasgar algunas zonas de la seda: no tenía la paciencia para desenredarla.
Cuando Deneb pudo incorporarse, se dio cuenta de que la mano que tenía sobre su espalda la incomodaba. Lentamente, se apartó de ella, pero continuó sentado sobre su cama, atento a su rostro.
—He tenido un sueño —confesó, aún con la respiración agitada—. La verdad es que lleva repitiéndose noche tras noche desde hace un mes. Tal vez te parezca una tontería...
—Eres hija de los dioses —la interrumpió—. Nada que te preocupe será una tontería. Si este sueño te inquieta, y además se repite, no dudaré de su importancia —prometió—. ¿Qué ocurre en él?
Con la voz entrecortada y en un susurro apenas audible, Deneb le contó el contenido de su sueño. Cuando llegó a la escena en que asesinaba al emperador, apartó la mirada. Orión la escuchó hasta el final, sin intervenir en ningún momento.
—Debes de creer que soy una traidora o...
Se detuvo cuando las manos doradas de Orión se posaron sobre las suyas, relajando su agarre. Deneb estaba apretándoselas tanto que sus nudillos se habían tornado blancos.
—Tú nunca nos traicionarías —dijo con firmeza.
—¿Porque vengo de la Luna?
—No, porque eres Deneb. Y yo conozco a Deneb. Y sé que nunca harías daño a alguien si puedes evitarlo.
Ella asintió con aire ausente, recordando algo más acerca de sus sueños.
—A veces soy capaz de resistirme. A veces me quedo quieta frente a su lecho y no lo asesino. Pero entonces Cetus se incorpora de golpe y, como poseído por un demonio, me clava la daga en el corazón —susurró con un estremecimiento—. Y entonces muero, y duele —dijo, llevándose la mano al pecho.
—¿En tu sueño, no hay otro final? ¿Eres tú o el emperador?
—Sí. Da igual lo que haga, durante el eclipse, uno de los dos muere. Nunca termina de otra forma —se lamentó.
Orión se puso en pie y le dio la espalda.
—Probablemente no es nada —habló sin mirarla—. Una simple pesadilla. Es posible que se deba a toda la responsabilidad que hay sobre tus hombros.
Ella lo contempló estupefacta.
—Pero tú dijiste...
—Sé lo que dije —la interrumpió, caminando hacia la puerta—. No me prestes atención, Deneb. Estoy algo paranoico después de tantos años en el frente. —Se volvió y la miró—. Si necesitas algo, estaré montando guardia ante tus aposentos. Puedes llamarme en cualquier momento.
Antes de que pudiera decirnada, él ya se había marchado, dejándola con un mal presentimiento en el pecho.
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Yasunar de plata y oscuridad ✔️ [EN FÍSICO]
FantasyEn el eclipse, Deneb dará su poder al emperador y pondrá fin a la guerra. Pero lo que creía correcto se esfuma con el regreso del general Orión. ** A esc...