Capítulo 5: plata y oscuridad

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Deneb había contemplado miles de atardeceres, pero ninguno le había resultado tan efímero.

Mientras esperaba a que la vistieran con prendas intrincadas y delicadas, repasaba una y otra vez su estrategia. Era esencial actuar como si aún ignoraran la identidad y los planes de Cetus. Para ello, se habían encargado de devolver el medallón a su lugar antes de levantar sospechas.

Cada uno tenía su papel en aquella misión y el de ella había sido descifrar el mecanismo del conjuro. Debían impedir a toda costa que Corvus se introdujera en el cuerpo de Cepheus, por lo que habían dedicado casi un día entero a identificar a sus nigromantes.

—Ya estáis lista, Yasunar —dijo una de sus sirvientas cuando le colocó el velo para ocultar su rostro.

Deneb asintió y caminó hacia la puerta, donde fue recibida por una comitiva de nobles y guardias. Intentó controlar su respiración concentrándose en la idea de estar rodeada por los soldados de Orión.

Caminaron con parsimonia hasta el salón del trono. Allí, la comitiva se retiró para que entrara sola. La estancia estaba ricamente decorada con ramilletes de rosas negras y azules; sedas traslúcidas caían desde el techo y ondeaban ante la suave brisa nocturna. Nada hacía pensar que, en vez de una boda, tendría lugar un sacrificio.

Se detuvo junto a Cepheus en el centro del salón. El príncipe ni siquiera pareció reparar en su presencia. No sabía qué le había hecho el emperador para convertirlo en una marioneta sin sentimientos, pero debía de ser un hechizo poderoso. Si todo salía bien esa noche, Cepheus también sería libre.

Soltó un suspiro y se volvió hacia Corvus, en pie ante ellos con una amplísima sonrisa y la pesada corona de acero sobre su cabeza.

—No os hacéis una idea de lo feliz que me hace este momento —dijo con su voz quejumbrosa que siempre le había parecido paternal y ahora solo generaba odio en su interior.

Deneb inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa fingida. De reojo, observó a los doce nigromantes encapuchados, vestidos con túnicas carmesíes, del mismo color que empezaba a teñir la luna.

No había nadie más presente. Deneb hubiera pensado que buscaban intimidad, pero ahora sabía la verdad: Corvus no quería testigos. Cuando todo aquello terminara, esperaba asomarse al palco y saludar a su pueblo desde el cuerpo de Cepheus y con una yasunar impostora a su lado.

«Jamás», se prometió.

—Por el poder que me ha sido otorgado por los dioses —comenzó el emperador—, procedo a unir en matrimonio a este hombre y a esta mujer.

Ella y Cepheus se arrodillaron ante él en el centro del círculo que los nigromantes habían creado.

Deneb observó cómo los acólitos comenzaban a tomar el poder del Eclipse Rojo para canalizar su magia a Corvus. El anciano posó sus manos repletas de arrugas sobre la cabeza de su hijo y recitó los versos del conjuro.

Yasunar de plata y oscuridad ✔️ [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora