Capítulo 1: una sola nación

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La seda se deslizó por su cuerpo esbelto, cayó al suelo y se arremolinó a sus pies como una cascada

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La seda se deslizó por su cuerpo esbelto, cayó al suelo y se arremolinó a sus pies como una cascada. A su alrededor, el vapor de la pila termal ascendía en espirales, nublando la estancia de piedra oscura.

Frente a ella se abría una terraza con vistas a toda Induarna, la capital del Imperio. Sus rascacielos no eran más que otra muestra del poder del emperador Cetus. Pero ninguna de las construcciones superaba en altura y grandiosidad al palacio imperial, que podía verse desde cualquier punto de la ciudad como una aguja negra que atravesaba las nubes.

Las sirvientas la guiaron hacia el agua caliente, donde hierbas y flores aromáticas flotaban a la deriva. Permaneció inmóvil mientras la lavaban con suavidad, admirando el brillo plateado de su piel.

El sol se ocultó al fin y en Induarna se prendieron tenues luces en todos los edificios y calles. Era una ciudad con gran actividad nocturna, especialmente las últimas noches antes del Eclipse Rojo.

Los habitantes del Imperio eran adoradores de la noche, la luna y las estrellas. Todos sabían que los dioses vivían en el satélite y despertaban al anochecer. De ellos habían obtenido el don de la magia, una magia oscura, misteriosa y etérea como el cielo nocturno. Una de las aspiraciones de todos los ciudadanos era parecerse a sus deidades, por lo que admiraban las pieles pálidas y los cabellos blancos como rayos de luna, o bien oscuros como el manto nocturno.

Ella sonrió mientras las doncellas desenredaban su pelo sin dejar de admirarla, igual que todos los induarnos. Había nacido con la piel pálida y tenuemente iluminada, los ojos grises y traslúcidos, y una larga melena negra enmarcando su rostro. De ella se decía que estaba hecha de plata y oscuridad. Era el ideal de belleza del Imperio, donde sus gentes solían tener la piel morena y el cabello rubio, unas tonalidades que recordaban al sol.

Pero era otro el motivo por el que vivía en el palacio y recibía un tratamiento especial por parte de Cetus. No era su hermosura la que había provocado que su nombre resonara por todo el Imperio: era su magia, su origen.

Ella era una enviada de los dioses para guiar a los mortales por el sendero correcto. No había sido la primera y tampoco sería la última. Era una yasunar, una criatura etérea atrapada en un cuerpo corpóreo. Con su poder, el emperador sería capaz de mantener la paz en sus dominios y continuar conquistando nuevas tierras. Su objetivo era unificar todas las naciones en una sola y acabar con la guerra que separaba a la raza humana.


Cada cien años, aproximadamente, nacía un yasunar dentro del linaje imperial. Si era hombre, heredaba el trono, mientras que si era mujer, contraía matrimonio con el príncipe para compartirle su magia divina y así poner fin a los conflictos.

Pero ella era peculiar incluso entre los yasunares, pues era la única que había nacido fuera del linaje desde que el primero de ellos pisara la tierra. La habían buscado a partir del momento en que las estrellas vaticinaron su llegada, y solo diez años después habían podido llevarla sana y salva a Induarna.

Yasunar de plata y oscuridad ✔️ [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora