Paz nocturna.

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La sangre goteaba de la silla como la lluvia cae de las canaleras. La madera de la silla estaba cada vez más negra y el olor se había pegado a ella, todo el sótano estaba cargado de un olor que le traía un recuerdo dantesco a Thaddeus, por eso estaba tan empeñado en acabar con ese ambiente. 

Estaba sudando, agotado y la hora de volver a casa se acercaba, tenía que deshacerse de lo que una vez fue un hombre y de la silla antes de cerrar el negocio. Thaddeus agarró un saco y un cubo semi lleno de agua que había al lado, abrió un barril y con la ayuda de una pequeña pala empezó a echar la pólvora en el saco. Cuando el saco estaba algo cargado, mojó la pólvora, dejando el saco prácticamente negro y completamente inservible, solo tenía que tirarlo.

Un brazo, un pie... a Thaddeus ya no le hacía sentir nada tirar las partes de una persona a un saco de pólvora mojada, pero cada vez que ocultaba la cabeza entre los restos, evitaba mirarle a los ojos, sentía como si, a pesar que no hubiese vida en ella, le observara y le juzgara por lo que estaba haciendo. 

Se quedó pensativo mirando el lugar, la mesa limpia, el suelo fregado, incluso encendió incienso para que el olor se despejase. Solo quedaba la silla, en medio de la sala, era como ver un punto de oscuridad en una luz cegadora, corrupta y pestilente. Thaddeus se acercó a la silla, la cogió con cuidado y se acercó a la pared, con tranquilidad la destrozó abruptamente contra ella y los trozos de madera cayeron generando un gran estruendo. Tenía que quemar los trozos pero ya no tenía tiempo, así que se giró, agarro con fuerza el saco y subió las escaleras, sin apagar el incienso.

Salió del local con el saco en su mano derecha y su abrigo en la mano izquierda, ya casi era de noche y la oscuridad empezaba a inundar las calles. Mientras Thaddeus cerraba la puerta con llave, un hombre algo encorvado por la edad avanzaba lentamente con un palo metálico que terminaba con una mecha que iba encendida levemente. El hombre llevaba un largo abrigo de cuero marrón y un sombrero de copa muy alto, sus rasgos entonaban una edad avanzada: arrugas, pelo canoso y escaso, pero lo más destacable eran sus ojos, parecía como si tuviese un grado alto de cataratas, o incluso ceguera, aunque no lo parecía.

Thaddeus se guardó la llave en el bolsillo y se puso su abrigo mientras veía al farolero encendiendo las luces, cogió el saco de nuevo y se acercó al hombre.

"Buenas noches Marcellus, ¿necesita ayuda?"- Dijo Thaddeus mientras se acomodaba el abrigo aún, mirando de reojo a la puerta de su local.

"Buenas noches Thaddeus, no necesito ayuda, pero te noto desasosegado" - Dijo el hombre, cerrando la puertecita del farol sin dificultad.

"Sí bueno, se me ha mojado un barril y tengo casi un saco entero de pólvora inservible, no es que pierda mucho pero... ya sabe." - Le respondió Thaddeus con total seguridad.

El hombre descansó el brazo y se apoyo en el largo bastón metálico que usaba como herramienta de trabajo, no le dijo nada, asintió con la cabeza mientras miraba el saco en silencio. Thaddeus miraba a los ojos al hombre, le fascinaba, un hombre tan mayor que no era capaz ni de saber cual era su edad, con esos problemas de vista y aún trabajaba por una miseria como si fuese el primer trabajo de un chaval.

"Sí... espero que ese sea tu mayor problema chico, dale recuerdos a Octavius" - Dijo el hombre mientras empezó a caminar lentamente hacia el siguiente farol. Thaddeus se quedó observando el paso lento del hombre, daba la sensación de que caería al suelo en cualquier momento y exhalaría su último aliento, pero Thaddeus lo veía de otra manera, no importaba el dolor de sus huesos, ni el frío que hacía aquella noche, ni siquiera su ceguera. Era como un guardián, cuando llegaba la oscuridad, el aparecía dejando luz a su paso.

Thaddeus empezó a caminar, las calles estaban prácticamente vacías, el sonido de sus zapatos contra la dura piedra resonaba por los callejones oscuros y sombríos. La luz de las lamparas y las velas de las casas empezaban a escaparse por las ventanas. Thaddeus adoraba esa sensación, Rotten Hill hacía honor a su nombre, era una ciudad fría, a penas se veía el sol, por esto las chimeneas siempre estaban encendidas y por el humo a veces costaba incluso ver la luna, pero la luz que salía de las ventanas encantaban a Thaddeus, era como sentir el calor del hogar y la familia cada vez que pasaba cerca de una. De pequeños, Buford, María y él se escapaban mientras sus padres preparaban la cena, y se asomaban por las ventanas de los vecinos para ver que hacían, casi todos los que vivían cerca de ellos los conocían, la chica plateada y sus hermanos. A pesar de ya no ser así, sentir el calor al pasar por al lado de una ventana, le daba ganas de llegar a casa y sentarse enfrente de la chimenea a leer un buen libro, pero hoy había planes.

La fría sangre.Where stories live. Discover now