Polvo y barro.

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La calle estaba llena de charcos, el suelo asfaltado estaba manchado de barro y lleno de pisadas. Acababa de amanecer y apenas había un alma, el frío viento calaba los huesos de dos niños con sucios harapos que descansaban sentados en la acera. Llevaban ropa algo deshilachada y tenían los rostros manchados de lo que parecía aceite. Uno de los niños miró a su derecha y se levantó rápidamente, acomodándose la sucia camisa de color marrón y sacudiéndose para quitar las manchas de su chaqueta. 

Por la calle se aproximaba una mujer con un velo que ocultaba su rostro, con un vestido muy cuidado completamente negro. El niño que estaba de pie se giró y le hizo un gesto al otro niño, este miró hacia la mujer y se levantó rápidamente, colocándose al lado del otro chico y sujetándose las manos firmemente. La mujer llegó hasta ellos y se quedó de pie mirándolos a través del velo con un silencio devastador. Uno de los chicos extendió su mano sin apartar de la mirada del velo, apretando los labios, mientras que el otro agachó la cabeza y se apartó ligeramente, negando con la cabeza. 

La mujer tenía un sobre en perfecto estado bajo su brazo izquierdo, lo cogió con su mano derecha y lo colocó cuidadosamente sobre la mano del chico. El sobre estaba algo abultado y parecía tener algo de peso, por lo que el chico, con ambas manos, lo guardó en un bolsillo que había oculto en su chaqueta.

- 218 de Paulum Lane, en cuanto canten los gallos. - Dijo la mujer con una voz fría.

La mujer se quitó el guante de la mano derecha y le ofreció la parte superior de su pálida mano. El chico cogió su mano con suavidad y la besó rápidamente, agachó la cabeza e hizo una pequeña reverencia ante la mujer mientras decía: "Haré todo lo que me pida señorita".

El chico se apartó y miró de reojo al otro, que esperaba de pie mirando sus sucios zapatos. La mujer se acercó a el y le levantó el rostro con su mano desnuda, apoyándola en su barbilla. Le miró fijamente durante unos segundos hasta que el chico apartó sus ojos hacía otro lado. Ella soltó su barbilla y comenzó a ponerse el guante.

- Eres un buen chico, y eso te recompensará en el futuro, pero cuidado, la cobardía puede casar de una forma horrible con la bondad. - Dijo la mujer enderezándose lentamente.

La mujer empezó a caminar sin mediar ni una sola palabra más, y los chicos se miraron fijamente. El que tenía el sobre salió corriendo en dirección contraria a la mujer, mientras que el otro chico se volvió a sentar en la acera, se sacudió la camisa y la chaqueta, y se sentó de forma recta, mirando para ambos lados de la calle.

La mujer, que ya llevaba un largo camino andado, se levantó el velo al ver como las gentes de Rotten Hill comenzaban a avivar las calles. María no miraba a nadie mientras se seguía acomodando el guante, y avanzaba a paso firme entre la gente que comenzaba a montar un pequeño mercadillo en la calle principal. María era conocida por muchos en Rotten Hill, por su felicidad y su buen hacer, pero ese día no parecía ella misma, su rostro era completamente serio, y en su mejilla derecha se curaba una herida muy reciente.

Cuando llegó a la calle donde estaba el negocio familiar, vio a lo lejos a Marcellus, descansando en un taburete con su herramienta de trabajo al lado. María se acercó y su rostro se transformo de nuevo al que le dio reconocimiento en la ciudad.

- Buenos días Marcellus, ¿estás bien, necesitas un vaso de agua? -

- María... no gracias, escuchar tu voz en una mañana tan fría ya es suficiente para mi. - Dijo Marcellus, de una forma sosegada y tranquila.

- Siempre que quieras puedes entrar a descansar del frío, no puede ser bueno para tus huesos buen hombre. - Dijo María con tono amable.

Marcellus se levantó del taburete apoyándose en su bastón metálico y se acomodó el abrigo de cuero mientras se giraba hacia la muchacha, buscando su rostro con sus ojos prácticamente muertos. 

La fría sangre.Where stories live. Discover now