El Respiro Frutal

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A pesar de las adversidades, Thaddeus siempre había salido adelante. Perdió a sus padres sin poder despedirse de ellos, su hermano fue asesinado de una forma macabra por su propia hermana. Pero siempre se mantenía estoico. Siempre había sido un chico serio, ordenado y con una expresión de dureza en su rostro, pocas cosas en la vida le hacían dudar, excepto su hermana. 

El sol del atardecer se colaba por las ventanas de la casa. En la cocina, una especie de jarra de metal se calentaba sobre un pequeño fuego, y Thaddeus la miraba en silencio de brazos cruzados. Cogió un paño de tela y agarró rápidamente la jarra, dejándola en un lado de la encimera que había por toda la pared. Virtió el negro café en una pequeña taza con relieves y se dirigió con ella hacia el salón.

La ventana que habían destrozado la noche anterior estaba perfecta, y por el aspecto que tenía el salón, parecía que Thaddeus nunca había cambiado un cristal en su vida. Pero lo había hecho perfecto aún así. 

Tenía el rostro cansado y la mirada perdida. La camisa blanca estaba hecha jirones y algo sucia. No apartaba la vista más allá del cristal, donde la calle estaba hermosa y eso era muy raro en la ciudad. El suelo estaba algo mojado por la lluvia de la mañana, pero aún era lo suficientemente pronto para que el sol del atardecer abarcase las calles, reflejando en los charcos que hasta en los rincones más oscuros siempre hay belleza.

Miró a la taza humeante, y se bebió el café de un solo trago. Cogió las herramientas que había tiradas por el suelo, movió el sofá donde debería estar y barrió los pocos cristales que encontró. En pocos momentos el salón volvía a su forma original, como si nada hubiera pasado la noche anterior, y no se podría decir que hubiese ocurrido algo, por que ni siquiera el rostro cansado de Thaddeus lo reflejaba.

Subió las escaleras y se cambió de ropa. Una camiseta impoluta, unos pantalones sin una sola arruga que parecían recién cosidos. Un chaleco negro de una tela que parecía más cara de lo normal. Zapatos de cuero negros, con unos cordones perfectos y que parecían completamente nuevos. Bajó las escaleras lentamente y se puso el abrigo largo que había colgado en la percha al lado de la puerta. Cogió su bastón y se dispuso a abrir la puerta, pero antes de eso se giró de nuevo, dejó el bastón y subió de nuevo las escaleras.

Cuando bajó, llevaba unos guantes de cuero negro y otro bastón diferente y más llamativo, sin más miramientos agarró el pomo de la puerta y salió, cerrando la puerta con brusquedad.

Caminaba por la calle con algo de rapidez, sin darse cuenta de que se había olvidado de algo. Evito el contacto innecesario con la gente que le conocía. Evitó ir por las calles donde algunos comerciantes podrían distraerle e ignoró a los niños que pedían limosna, a pesar de que él siempre gastaba algo de tiempo en darles algo.

Llegó a una plaza de la ciudad, era circular y en medio de ella, había una fuente con una estatua en medio. En Rotten Hill, antiguamente, existía la creencia de que había un arbol completamente negro en El Bosque de la Paz, y que ese arbol, por muy tenebroso, oscuro y muerto que parecíese, sus frutos podían curar enfermedades, eleminar la locura y llevar a cualquier persona por el buen camino, solo con un bocado. Un alcalde hace años afirmaba haber curado sus dolencias con el fruto de ese arbol, y por ello hicieron que se contruyese una fuente con su monumento en una de las plazas más concurridas de la ciudad, a pesar de que muriese días después de una enfermedad que le hizo sufrir durante horas.

Se detuvo delante de un pequeño edificio con un cartel que rezaba: "Posada, servimos vinos y cervezas todo el día, cama incluida". Entró y miró alrededor. Estaba bastante concurrida y parecía un sitio decente, había una barra enorme de roble que recorria casi toda la totalidad de la posada. Había taburetes con cogines rojos del color del vino, mesas empotradas en la pared, también de roble, con bancos con más cojines rojos. Todo era de madera, de muy buena madera, el roble era costoso y es la madera más resistente, además, se notaba que estaba tratada por manos expertas. Lo único que no había de madera era una chimenea enorme de piedra que había en un extremo de la posada, donde había cuatro sillones rodeandola y una mesita para las bebidas, parecía el mejor sitio sin duda.

La fría sangre.Where stories live. Discover now