Pasteur propuso un experimento a Louvrier:
"Inyectó debajo de la paletilla de los animales sendas dosis de microbios virulentos del
carbunco. Al día siguiente, todas las vacas presentaban grandes hinchazones en la
paletilla, tenían fiebre y respiraban fatigosamente. Dos vacas le comisionaron a
Louvrier, a las que se les sometería a su tratamiento; las otras dos, serían tratados por
Pasteur."
Louvrier trato a las dos vacas: una murió y la otra siguió con vida.
Pasteur obtuvo los mismos resultados, una muerta y la otra con vida, pues entonces,
las vacas con vida fueron sometidas a nuevas dosis de carbunco, capaces de matar a
un rinoceronte; inyectó a las vacas, pero no les sucedía nada. Pasteur llegó a una
conclusión: "Cuando una vaca a tenido carbunco y sale adelante, no hay en el mundo
bacteria capaz de producirle otro ataque: esta inmunizada."
Pasteur había encontrado la clave principal para inmunizar a los animales, la clave era
dejar envejecer los cultivos, de tal modo que los animales se infectaran ligeramente y
se repusieran de ello. "Un día trajeron al laboratorio a un perro rabioso; bien atado y
con gran riesgo para todos, fue introducido en una jaula con perros sanos con el fin
que los mordiese. Roux y Chamberland sacaron la baba del animal y la inyectaron a
conejillos de Indias." De cuatro perros sanos mordidos, solo dos mostraron síntomas
de la enfermedad y los otros vivieron meses normalmente antes que se manifestara.
Las conclusiones que sacaron fueron que: El virus de la rabia que penetra en las
personas con la mordedura se fija en el cerebro y en la medula espinal. Todos los
síntomas hacen supones que este virus ataca el sistema nervioso. Si se inyecta
debajo de la piel hay la posibilidad de que se extravíe en el cuerpo antes de llegar al
cerebro.
"Roux cogió un perro sano, lo anestesió con cloroformo y, haciéndole un pequeño
agujero en la cabeza, dejo al descubierto la masa encefálica viva, donde inyectó un
apequeña cantidad de cerebro machacado de un perro recién muerto de rabia."
No había trascurrido dos semanas cuando el animal dio síntomas de la infección, y
murió a los pocos días. Uno de los perros inoculados con la sustancia procedente del
cerebro virulento de un conejo, dejo de ladrar, de temblar y milagrosamente se puso
bien, se restableció por completo. Pocas semanas más tarde inyectaron en el cerebro
a este mismo animal, una dosis del más virulento cultivo del que disponían. La
pequeña herida sanó rápidamente, y Pasteur esperaba la aparición de los primeros
síntomas fatales, pero no se presentaron, estaba inmunizado. Y por fin dieron un
procedimiento para atenuar el virus de la rabia: No era a los perros a quienes se
debería de inyectar la vacuna de la rabia, sino a las personas enfermas, cuando una
persona ha sido mordida por un perro rabioso, el virus tiene que abrirse paso desde la
mordedura hasta el cerebro y mientras eso sucede hay tiempo de inyectar la dosis de
14 vacunas.
La primera vacuna hecha a un humano fue el 6 de julio de 1885 al niño Meister, el cual
sobrevivió.