"Para él, la vida carecía de sentido. No podía lograr comprender por qué aún seguía vivo, ya que no tenía un motivo para seguir estándolo."
El pequeño niño estaba mirando tranquilamente como la nieve caía, a través de su gran ventanal. Su rostro no reflejaba sentimiento alguno. Él sólo estaba ahí, inmóvil, como si tratara de buscar algo en la lejanía.
—Joven amo, su merienda ya está servida, ¿desea que se la traiga aquí o prefiere bajar? —habló la sirvienta.
—En un momento bajo —respondió sin darle demasiada importancia. Cuando escuchó la puerta cerrarse suspiró. Estaba cansado. Cansado de la misma rutina todos los días. Primero ir al colegio, luego ir a clases de karate, esgrima, ingles, español, canto, violín, basquet y tenis. Y el poco tiempo que le quedaba libre tenía que pasarlo dentro de aquella prisión a la que llamaban casa. No, eso estaría mal, el término adecuado para eso sería mansión. Así es, una mansión sólo para él, porque los únicos que vivían ahí eran los sirvientes y él, nadie más.
Continuó observando la vista, sentado en el marco del ventanal, pensando, tratando de recordar algún momento bueno en su vida, pero no había ninguno. Desde que tenía uso de razón jamás recibió aquello a lo que llaman cariño, aprecio. Lo único que recibía de los demás eran falsas muestras de cariño, porque él lo sabía, no era ningún tonto, él sabía perfectamente que todas esas muestras de afecto, todas esas sonrisas dirigidas hacia su persona eran simples engaños, farsas. Para las personas a su alrededor, lo único que les interesaba era el dinero que poseía su familia. Ni siquiera su propios padres lo querían, es más, incluso podría decirse que lo odiaban, ya que él fue un hijo no deseado, el fruto de una aventura. Era por este motivo que vivía sólo en aquel lugar. Pero nada de eso le importaba, nunca le importó, nunca se sintió mal por no recibir afecto, después de todo uno no se puede sentir mal por no recibir algo que nunca conoció.
Seguía inmóvil en aquel lugar, sus ojos acompañaban la delicada caída de cada uno de los copos. Hoy, por culpa de la tormenta de nieve, no pudo ir a sus últimas dos actividades, por lo tanto eso implicaba que se quedaría más tiempo encerrado sin hacer nada.
Tal vez algunos piensen que el pequeño era alguien resentido, alguien que odiaba a todos, pero la realidad estaba muy alejada de eso. Más bien parecía ser alguien serio, sin emoción o sentimiento alguno. Estaba aburrido, cansado de todo eso, de siempre lo mismo. Para él, la vida carecía de sentido. No podía lograr comprender por qué aún seguía vivo, ya que no tenía un motivo para seguir estándolo. Varias veces pensó en el suicidio, no porque quisiera acabar con su sufrimiento, sino porque pensaba que la muerte sería más interesante que la vida que llevaba, pero por alguna extraña razón nunca lo hizo.
Bajó por las escaleras y se encontró con su merienda servida, tal y como le dijo la sirviente. Observó la sonrisa falsa que esta le dedicó, pero no le tomó importancia, ya estaba acostumbrado.
—Cuando termine puede ir a hacer sus deberes, recuerde que si necesita ayuda con gusto llamaremos a la profesora para que le venga a explicar aquí.
—De acuerdo —el único deber que le quedaba era el de literatura, ya que los demás ya los había hecho. Tenía que leer un cuento y responder unas simples preguntas, nada complicado para alguien como él. Al terminar fue directamente a su habitación, tomó sus cosas y comenzó a leer. La historia hablaba de un caballero que iba cabalgando largas distancias en busca de una doncella a la cual proteger y que, en uno de sus viajes, encontró a una simple campesina y juró protegerla hasta el final.
—Qué ridículo —pensó—. ¿Qué clase de persona haría algo como eso? Proteger a alguien que apenas vio una sola vez... Es simplemente ridículo —por más que lo pensaba, una y otra vez, aún no podía comprenderlo. Terminó con sus deberes y se dispuso a observar nuevamente la nieve. Esta lo ayudaba a pensar. Trató de comprender aquella historia pero por más que pensaba no se le ocurría nada.
Y así los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. La blancura de la nieve dio lugar al verde vivo de los árboles y de las plantas. El joven se marchó hacia aquella zona en donde podía alejarse un poco de la realidad. Era un lugar oculto que se encontraba dentro del profundo bosque. Ahí le gustaba sentarse, al frente del pequeño arroyo, y ver cómo fluía el agua o cómo jugaban los pequeños animales. Cada vez que tenía un poco de tiempo libre, se escapaba para poder ir ahí, y hoy no era la excepción. Su profesor de tenis había ido a un torneo y eso significaría que él podría quedarse más tiempo del habitual.
El cielo estaba completamente despejado y había una temperatura casi veraniega. Sin dudas un día perfecto. Estaba caminando hacía su lugar habitual pero el sonido de alguien llorando lo alarmó. Cuando llegó pudo ver el origen de aquel sonido. Una pequeña niña, con un bello vestido blanco, estaba llorando, abrazada a sus piernas. El corazón del joven niño se detuvo por un momento. Al ver aquellas lágrimas caer, para él todo tuvo sentido. Al fin pudo comprender lo que sintió aquel caballero. Ese sentimiento de protección y cuidado. Al verla ahí, tan frágil y delicada, sin que nadie pudiera consolarla, le provocó un profundo dolor en su pecho. Quería decir algo para que aquel llanto parara pero ninguna idea se le venía a su mente, hasta que lo recordó.
—Las bellas princesas no tienen que llorar —pronunció amablemente, citando una parte de la historia, pero cambiándole el dama por princesa, ya que para él, ella era mucho más que una simple dama, era una princesa y merecía ser tratada como tal.
—¿Q...Quién e...eres?... —la niña habló con dificultad por culpa de sus lágrimas. Y en ese momento, en ese instante en que sus miradas se cruzaron por primera vez, él supo que lo había encontrado, que había encontrado aquello que le daba sentido a su vida. Ese preciado tesoro que sólo él podía proteger y cuidar.
—————
El suave tacto de una mano delicada iba acariciando lentamente su cabello, mientras que algunos rayos del sol se asomaban por la ventana del departamento indicándole que la noche ya se había marchado y un nuevo día comenzaba.—Buenos días —la dulce sonrisa de la joven fue lo primero que vio Marin al abrir sus ojos.
—Aún es muy temprano... —haciendo un berrinche y volviendo a tratar de dormir.
—Vamos dormilón que ya amaneció, tienes que levantarte —decía Marinette divertida, moviéndolo para que él no volviera a dormir.
—Si no puedo dormir sólo, entonces... —tomándola gentilmente del brazo y jalándola hacia la cama— dormiré contigo —con una sonrisa seductora, envolviéndola en un abrazo. La joven rió ante tal acto, con un notorio sonrojo en su rostro.
—Estas loco —sin parar de reír.
—Loco por ti —acercando peligrosamente su rostro al de ella.
—Ja ja ja ni lo pienses —apartándolo con la mano, divertida— de acuerdo, me rindo, te dejaré dormir sólo un poco más.
—Gracias mi dulce princesa... Mi dulce ángel —abrazándola aún más.
—Descansa mi caballero... —y así el joven cayó nuevamente en los brazos de morfeo.
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Agonía de amor [Pausada]
Fantasy"¿Sabes? Dicen que si le pides un deseo a un ángel, este te lo cumplirá... claro, siempre y cuando puedas pagar el precio. Porque... después de todo... no puedes recibir sin dar algo a cambio..." ----------------- MIL GRACIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS...