Pereza

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  [Armin]

Cuando llamaron yo aún no existía. Flotaba en medio de una Nada brumosa con tintes de púrpura, calor corporal y algún que otro rayo de luz solar, como si el universo empezase a despertar. Estaba oscuro por lo demás, con esa oscuridad que sale del interior de tus párpados y se extiende por el resto de tu consciencia, buscando cada pequeño rincón de ti para pintarte las paredes a golpes en vez de pinceladas. Algo me reclamaba, algo tiraba de mí, sacándome de las zonas de Nada y llevándome hacia el Fuera que requiere tomar aire a bocanadas. Algo sonoro. Algo irritante. Era, de hecho, el ruido más molesto del mundo, no doloroso, no aterrador,sólo molesto. Lo cual era aún peor porque en lugar de sufrimiento lo único que me llenaba era de ira, de despreciado, de la conocida sensación de "¿Quién es el responsable, cómo se atreve y cómo le mato?" Si no me encontrase tan poco ensamblado hubiera sentido más furia pero en mi pobre situación la única reacción posible era hacer comparaciones.

No era peor que el grito de mi madre, o que el sonido de batería baja en el momento crucial de una partida pero si era mas odioso que encontrar el sexto Caterpie en el mismo cuadrante de hierba. Más aún que los chillidos molestos de Alexy cuando me reclamaba que no le hacía caso, más que el maldito mensaje de la Princesa Peach que sólo te da una basura de beso tras pasarte medio mundo y matar millares de monstruos por ella. Aunque en cierto modo era mucho más terrible. El timbre del despertador y con él la realidad de un nuevo día por delante. Un día de diario, lleno de clases, caminatas y autobuses llenos de viejos sudorosos y gruñones, de Alexies chillones, de deberes, de tareas de casa y, si fuera Martes, de aquellas absurdas clases de kárate que mi padre se empeñó en que probara. Me cansaba de sólo pensarlo.

Alargué el brazo y traté de trastear a oscuras con el maldito reloj, apagando el aviso sin ni siquiera considerar retrasarlo diez minutos como era habitual. Tampoco intenté girarme hacia el otro lado o recolocar mi almohada en busca de aquel resquicio de frescura que aparecía en mi amada cada mañana, aquel día no tenía fuerzas ni para aquello. Mi cuerpo pesaba como un millar de pecados. Traté de mover los dedos de las manos y luego lo de los pies, apenas conseguí que me respondieran los meñiques. Suspiré frustrado y deseé ser otro.

Pereza. Ese era mi sino, mi carga y mi atributo más característico, ni siquiera los videojuegos podían competir con la modorra que me entraba a aquellas horas. El edredón nórdico parecía sustituir su relleno de plumas por algo parecido a la plastilina o al puré de patatas pero con el peso de varios muertos. Siempre pensé que así es como debería de sentirse alguien cuando le caía un caballo encima. O una vida. Aunque, para ser sinceros, dudaba de que bajo un caballo se estuviera así de bien. El calor se extendía uniformemente por toda la superficie de la tela, reconfortante como unos calcetines calientes tras una tarde de lluvia, no como el truhán que me rondaba a las tres de la mañana, pegajoso y lleno de dudas. La almohada me amaba y se adaptaba a la forma de mi cabeza sin perder su perfecta temperatura, ningún beso debería aspirar a menos. Un pié fuera del paraíso, rozando la pared y enfriando el resto del cuerpo, las manos en torno a un segundo cojín, tan amoroso como el que sostenía mi cabeza aunque un poco menos posesivo.No era sólo que mi cama pareciese extender los tentáculos de su poder de seducción a lo largo de todo mi cuerpo, era que este respondía con fervor casi religioso. Apenas podía pensar, mi garganta estaba tan dormida que mis gruñidos no llegaban ni a susurros y ni siquiera me molestaba en tratar de abrir lo ojos, llenos de legañas y de quejas. Todas mis articulaciones parecían hechas de metal, todas excepto alguna pieza de mi oído, que registraba movimiento en el piso de abajo.

Con un esfuerzo sobrehumano, disipé la bruma de mi audición y traté de calibrar a qué correspondían los ruidos. Maquinilla eléctrica y agua del lavabo. Puertas cerrándose y ruido de cacharros. Mi padre debía estar desayunando, hidratos de carbono, esperanza y café cargado, mi madre se acicalaría, primero sus ideas y luego sus ropas y mi hermano estaría tratando de afeitar una barba prácticamente inexistente y en absoluto merecedora de las encendidas quejas que se le dedicaban.. En un alarde de heroísmo, y arriesgándome a morir por agotamiento en el intento, levanté el brazo hacia el reloj y calibré otros diez minutos antes de una segunda alarma. Diez minutos. Sólo diez minutos...  

Seven Sins [CDM 7Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora