Sail away, my little sister

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Corrí hacia la habitación para contarle a Kaya que por fin sería libre. Estaba tan emocionada que lloraba de alegría por primera vez en mi vida. Las camas estaban tendidas y ella no se encontraba allí.

Me acerqué hasta su almohada y vi un papel plegado. La mano me tembló mientras lo tomaba. Era una carta.

Sé que serás una gran reina.

Lamento dejarte solo un papel. El rey me dejará partir.

Te espero en la coronación.

Kaya

¿Dónde había ido? No pude salir a buscarla porque llegaron las personas encargadas de mi preparación. Me vistieron con las sedas más finas y otras telas bordadas en hilo de oro. Era solo la ropa, pero ya podía sentir el peso de lo que estaba por asumir.

—El rey desea verla antes de la ceremonia.

Seguí las indicaciones. Debía atravesar tres largos pasillos hasta llegar a una puerta que daba a la salida del castillo. Apenas la abrí, recibí una brisa reconfortante y algunos rayos del sol. Sentí que eran una bendición y sonreí.

Era la primera vez que pisaba el jardín, si es que podría llamar de esa forma a la extensión de hielo tallado que tenía ante mí. Allí se encontraban representadas las figuras mitológicas de los espíritus antiguos. También estaba el primer rey, en un imponente bloque que fácilmente duplicaba el tamaño que habría tenido en vida.

Seguí internándome entre filas y filas de esculturas. Las contemplé maravillada preguntándome quién era el arquitecto detrás de semejante obra.

Cada rasgo estaba detallado con suma precisión. En más de una ocasión me giré al sentirme observada, pero solo me encontraba con más rostros de hielo, con sus ojos cristalinos abiertos en una actitud de vigilancia constante.

Todos parecían haber sido detenidos en algún punto del tiempo en pleno movimiento. Era como ver recortes de distintas existencias.

—¿Qué opinas?

Me sobresalté al sentir la voz grave del rey. Di vueltas sobre mi eje pero no conseguí verlo.

—Es maravilloso. Muy realista. —Me decidí a responder.

—Te mostraré el sector más especial.

Apareció a mi izquierda y me indicó que lo siguiera. Recorrimos varios minutos en silencio, internándonos en las profundidades del laberinto de seres.

Frenó en seco, provocando que casi lo chocara. Tomé distancia y observé horrorizada.

—Aquí están mis hijos.

Bebés y niños de todas las edades se hallaban a nuestro alrededor. Congelados como si hubieran estado jugando antes de quedarse dormidos.

—Pe... pe... pero usted no tiene descendencia. Por eso necesita una nueva esposa.

Chasqueó la lengua.

—Este es mi legado. Te necesito para completar mi colección.

Me tomó de las manos y sonrió. Vi la sinceridad de sus ojos y la oscuridad de su alma.

—No entiendo.

—Pronto lo harás. En consideración a mi futura esposa, le prometí un lugar a Kaya.

Lo escuché incrédula y observé de nuevo las esculturas. Era imposible.

—¡No! Ella necesita ser libre. El arreglo era ese, una iría al exilio.

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