Capítulo 1

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Mi nombre es Alessandra Crane.

Vivo con mi madre y hermano mayor en un pequeño pueblo al norte del país, mucho más al norte de lo que me gustaría. Por supuesto, si me hubiese tocado elegir a mí, ahora mismo estaría tomando el sol en la terraza de mi casa a orillas del mar.

El frío y la humedad sencillamente no van conmigo, y sumado a que mis pies no parecen reaccionar adecuadamente, es un verdadero milagro que todavía conserve mi dentadura intacta. Claro que con esto no quiero decir que no he tenido mis momentos de incoordinación, es decir, donde he terminado con mi cara estampada en algún sitio.

Usen las manos, niñas, siempre usen las manos. Y no, no es que sea torpe, solo sé percibir cuándo el suelo necesita de un cálido abrazo.

Mamá decidió que mudarnos a este charco congelado era lo mejor luego de la muerte de papá en aquel accidente automovilístico. 

Yo no estuve del todo convencida, sencillamente habían demasiados recuerdos en nuestra antigua casa como para irnos sin más. Tenía la sensación de que con nuestra partida, dejaríamos a papá atrás, y no me gustaba. Nunca entendí porqué mi madre se encaprichó de tal manera en mudarnos a este sitio, un poblado tan pequeño que si deseábamos ir a un centro comercial teníamos que viajar en carretera durante una hora hasta el pueblo vecino.

De todos modos, asumí que el duelo era distinto para cada persona, y si esto le daba paz emocional a mi mamá, valdría la pena abandonar los Starbucks un tiempo.

Ya habían pasado tres años desde eso.

Una almohada golpeó mi cara, difuminando mi placentero sueño. Gemí, y otro almohadazo arremetió sin piedad. Maldije en voz baja y me aferré de la sábana con más fuerza. —Levántate, Moco, ya es tarde. -Ordenó una voz gruesa pero con atisbo risueño.

Volví a gemir. —Cinco minutos más, Marcus... -Pedí, consciente de que eso mismo había dicho hace cinco minutos, pero esperaba algo de piedad de parte de mi hermano.

—Alessandra... -Le ignoré. —Ale, vamos, se nos hará tarde. -Marcus soltó una risita, y me dio otro almohadazo. Creo que disfruta el despertarme cada día solo por este privilegio. —Bien, como quieras. -Dejó la almohada a mi lado, en el colchón. —Estaré abajo esperándote dentro de quince minutos. -Sentenció. —Si no estás allá a tiempo, espero disfrutes tu húmeda caminata hasta el instituto.

Gruñí. —Eso no es justo. -No entendía porqué todavía mi madre no me compraba un bendito coche, a este punto me conformaba con cualquier chatarra que se moviera y me cobijase del frío y la lluvia matutina. ¿Existirán bicicletas con techo? ¿Y cómo consigo una? Más tarde lo investigaría.

—La vida no es justa. -Respondió con un tono jocoso antes de cerrar la puerta de mi habitación con un estruendo que acabó de espabilarme.

Rendida, abrí los ojos y me desperecé estirando los brazos. Me puse de lado, alejé los pies de las tibias mantas y me calcé mis pantuflas de conejo, encontrando el despertador desconectado en el suelo junto a la mesita de noche. Sonreí para mis adentros. No recordaba haberlo apagado y arrojado, pero ahí estaba.

Me levanté de un salto cuando una bombilla se encendió en mi cabeza. Hoy necesitaba estar presentable y Marcus a penas me ha concedido un cuarto de hora.

Corrí hasta el baño de mi habitación, me libré de mi vestimenta en un santiamén y brinqué de lleno hacia la ducha de agua tibia. En menos de seis minutos ya estaba fuera, deslizando por mis piernas un pantalón gris oscuro modelo pescador. Escogí una blusa de encaje blanco con mangas tres cuartos, y rápidamente me calcé unas zapatillas rosa pálido. Mamá siempre dice que un atuendo bonito no puede mágicamente mejorar tu día, pero si te da la confianza necesaria para sobrellevarlo. 

RAY - Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora