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- Bueno, Ginny, ya está, es suficiente.

- No, no lo es!

Harry quería arrancarse los cabellos desordenados de la coronilla. O todos. Su cara de hastío era magistral, y su esposa parecía no notarla. O no le importaba, en realidad.

Había vuelto del Ministerio de Magia. Apenas había llegado, cientos de memorándums ya estaban posados en su escritorio, y cientos más volaron a su cabeza durante el transcurso de la mañana. Utilizó alguna técnica de relajación respiratoria para apaciguarse. Le había funcionado, hasta que en algún momento gente de otros departamentos ministeriales comenzó, como todas las mañanas, a requerir sus servicios por cosas por las cuales él no había estudiado en la Academia de Aurors, y menos por las cuales era el Jefe del Departamento de Aurors del Ministerio de Magia.

Con toda la paciencia que pudo reunir, intentó resolver los problemas de los demás, los de su departamento, y al mismo tiempo, tratar de no sucumbir ante las indirectas feroces que le lanzaba su cuñado y mejor amigo, Ron. Trabajar juntos a veces podía ser una tortura.

Cuando llegó a su casa, mucho más temprano de lo que esperaba pese al trabajo – aunque sabía que luego del mediodía debía volver -, y se dirigió a su cuarto para arrancarse la ropa que lo agobiaba, notó en el espejo que tenía tanto la túnica como la corbata torcida, el cabello en todas direcciones – más que de costumbre – y los lentes incrustados en la nariz, de tantas veces que los había presionado durante la mañana, presa de la impaciencia.

Y su paz no había durado demasiado.

Si las indirectas feroces de Ron no eran suficientes, las directas violentas y tempestivas de Ginny completaban la ecuación. Estaba especialmente belicosa esa mañana, y Harry intuía que era por culpa de Ron, más que por otra cosa.

Volvió a suspirar, intentando soltar su cabello.

- Ginny...estás tratando el tema como si fuese el comienzo de la cuarta guerra mágica. Cálmate un poco.

- Y piensas que es menos importante? Tu hijo es menos importante?

- No, mi hijo no, pero el asunto sí.- Harry hubiese reído en otras circunstancias menos serias, pero la expresión en el rostro de su esposa hizo que quisiera taparse la cabeza con los brazos.- Que Albus haya quedado en Slytherin no es la gran cosa, Ginny...o acaso vas a discriminarlo por eso?

- Claro que no!.- chilló, levemente histérica.- No lo entiendes, Harry...no te das cuenta, que seguro allí hay hijos de mortífagos, hijos de amigos de mortífagos, nietos de...

- Entendí el concepto.

- Bien. Pues espero que también entiendas el peligro que corre...está solo! James no puede vigilarlo todo el día, Harry...y si le hacen algo cuando esté en la sala común? Y si alguno de esos que quedaron en libertad intenta algo contra él por venganza hacia ti?

- Ginny.- la realidad es que escuchándola tan alterada, a Harry le hacía dudar de su seguridad.- A James podría haberle pasado lo mismo, y no pasó. Ni siquiera ha tenido problemas. Problemas con los Slytherins.- aclaró al ver la expresión incrédula de su mujer.

- Es diferente. Él estaba entre los suyos, Harry.

- Quienes, los Gryffindors? Y si los Slytherins son los de Albus?.- Ginny se sentó delante de su esposo, en el comedor. Quedaron en silencio un momento. Era incómodo.

- Tú crees que...Albus es tan diferente a nosotros?.- preguntó la pelirroja en un hilo de voz, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

- Tiene una personalidad diferente, y siempre fue así, y lo sabes. No lo veas como una pena de muerte, Ginny...tenemos que dejar el pasado atrás.

Los Sagrados VeintiochoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora