3.- Paranoia Cervical

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Las vacaciones son de esos momentos en la vida donde uno debería relajarse, descansar, conversar, disfrutar, conocer y tomar mucho alcohol, pero para mí, estar lejos de casa, lejos de mi lugar de confort, es uno de los peores sacrilegios de la existencia.

Llevaba 11 años de casada, nunca habíamos salido de casa y siempre había vivido ahí. Nunca hubo viajes, ni vacaciones, ni hijos. Todo se remontaba a mi eterno miedo ¿Qué pasa si dejé alguna puerta abierta? ¿O si no apague el calefón? ¿Qué pasaría si alguien entra? ¿O si se quema la casa? Mis cosas, todo lo mío se iría al tacho de la basura.

Pero finalmente acepte, nunca había visto a mi esposo tan emocionado. De solo pensar en todo lo que puede pasar mientras no estamos, me da un escalofrió en toda la espalda y una pequeña puntada cosquillosa en la cervical.

Siete horas de viaje para llegar a una casa de mierda, casi en un colapso directo al derrumbe, en la plena soledad cerca del lago, sin luz, ni cómodos sillones. Solo esperaba que las camas fueran cómodas. No, no lo eran.

La noche caía, el susurro de las hojas, los búhos y pájaros gritando, creaban un panorama de lo más acogedor, si claro. Extrañaba demasiado mi cama.

Eran las doce de la noche y no podía dormir, al día siguiente teníamos un paseo planeado, pero simplemente no conciliaba el sueño. Hasta que una risa, me despertó al grado de no poder dormir más nunca. La risa sonaba una y otra vez, no se detenía, pero era tan leve ¿Podría ser una animal?

Baje las escaleras, la madera crujía y pasos se escuchaban por fuera de la casa, me acelere un poco más. Por las ventanas podía ver sombras, que se movían de un lado a otro, tratando de buscar una entrada, las manillas de las puertas traseras se oían forzar. Con rapidez salí afuera alterada y grite:

-¿Quién anda ahí? – nadie respondió. Pero las risas no se detenían.

-No trates de burlarte de mí – le digo bajando la voz – sé que estas, no soy de por aquí, pero los denunciare por invadir propiedad privada – un ruido se escuchó entre los arbustos – ¡los pilles niños hijos de puta! – al mover los arbustos, no había absolutamente nada.

¿Qué estoy pensando? Me pregunte mientras caminaba de vuelta a la cama. ¿Soy una puta enferma paranoica? Solo quería sentirme en casa, son esos momentos cuando te das cuenta que el miedo es más fuerte. Pero es cierto, tengo algo que si traje de casa, mi marido. Él es por lo cual vine, por lo cual aún sigo con vida, al que amo y deseo con toda mi alma.

¡Aaaaaaaaaah! – grite mientras veía la última escena antes de olvidarlo todo.

Mi esposo yacía en la cama completamente irreconocible, lleno de tajos, cortes y su rostro totalmente deformado a golpes. Sus extremidades estaban esparcidas por toda la habitación y podía reconocer parte de sus intestinos colgados en las paredes. Su cabeza estaba a punto de caerse, su cuello no existía. Una fachada de sangre permanente y fresca pintaba el techo y las paredes.

Un golpe me llega por detrás en la cabeza y caigo al suelo escuchando unas últimas palabras antes de perder la conciencia.

-Nunca... salgas... de casa...

Oscuridad: Cuentos y relatos terroríficos (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora