Capítulo 2

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Abrí de nuevo la puerta vieja de madera haciéndola chirriar, para luego salir a la calle donde la lluvia caía con fuerza. Miré hacia arriba mientras las gotas de agua se encargaban de empapar mi cara, para entonces vi a la chica volviéndose a sentar en aquél muro de piedra y cemento que daba límite a la terraza del edificio. Sus pies, ahora ambos calzados, volvieron a colgar  hacia abajo mientras eran agitados divertidamente.

Con que Charlie, ¿eh?

Sonreí para mis adentros y me metí las manos en los bolsillos, dispuesto a continuar con mi viaje a la relojería. De aquí que llegara ya habrían cerrado, y no me hubiera servido de nada que el agua me calara hasta los huesos.

Bueno, así al menos quizás llegaba a coger un catarro y me pasaba unos días en casa sin hacer nada y menos.

Al fin y al cabo era un buen plan para no ir a trabajar.

Mientras me dirigía a la relojería  con despreocupación comencé a pensar sobre aquella chica, Blue. Debería tener mi edad más o menos, así que, ¿por qué no la había visto jamás por el barrio?

Seguramente iría a la universidad, aunque el verano había comenzado y todos se encontraban en vacaciones. Yo debería ir a la universidad, sí. Debería, pero no lo hacía. Calum me trató de convencer varias veces que las clases en casa eran muy aburridas, que la universidad era algo impresionante y allí conocías cientos de personas que resultaban ser iguales a ti.

Yo siempre le respondía lo mismo: No me gusta la gente.

Al parecer él era bastante popular en el campus, así que en cuanto le viera de nuevo le preguntaría por Blue.  Estaba seguro que la conocería de algo al igual que todos me conocían a mí. Al parecer eres bastante fácil de identificar cuando tienes el pelo de color azul.

Finalmente llegué a la relojería, la cual parecía que estaba a punto de cerrar. No había nadie dentro, simplemente el empleado, quien seguramente estaba recogiendo las últimas cosas.

Le di un par de golpecitos al cristal de la puerta y el hombre alzó la mirada con el ceño fruncido. Le saludé inocentemente y él dejó lo que fuera que estaba haciendo para acercarse a mí. Abrió la puerta un par de dedos simplemente para que pudiera escucharle.

-Hola –sonreí-. Vengo a por…

-¿No has leído el cartel de la puerta? –Me interrumpió señalando el folio de papel pegado con celo- De 9 de la mañana a 7 de la tarde. Son las 7:05 chaval, lo siento.

-Pero es que necesito un reloj –hablé rápidamente.

-Pues vuelve mañana.

Suspiré pesadamente y él hizo ademán de cerrar la puerta, pero se lo impedí.

-Solo deme un reloj de pared cualquiera, el que usted quiera, yo le doy el dinero y en menos de dos minutos me habré ido.

Él negó con la cabeza manteniéndose firme.

-Vuelve mañana –dicho eso cerró la puerta con llave y volvió a meterse hacia el interior de la puerta.

-Maldita sea –gruñí.

Volví a meterme las manos en los bolsillos y me giré para caminar bajo la lluvia de vuelta a casa una vez más. ¿Tanto le costaba haberme dado un maldito reloj? Si lo llego a saber me hubiera quedado en casa comiéndome el sándwich que tanto había estado esperando durante todo el día.

Caminé por las mismas calles de antes donde la gente ahora caminaba a toda prisa con los paraguas en las manos. Ojalá yo también hubiera cogido un paraguas, la lluvia comenzaba a molestarme bastante.

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