Cada persona, cada ser humano tiene la manera de percibir algo –o en este caso- alguien que le atrae ya sea por sus gestos, su forma de ser, su apariencia, entre otras cosas.
Estar sumido en sus pensamientos y saber que esa persona –que no conoces- está allí y con tan solo voltear podrás corroborar su existencia.
Así me sucedió a mí. Un día normal, en la cola de la cafetería percibí eso que me dejo inquieta hasta que voltee a verlo.
Él. Allí estaba, a más o menos diez personas detrás de mí, con su guitarra en su estuche colgado a su brazo derecho –lo cual me hizo dar cuenta que era de música- y charlando con sus amigos.
Por su apariencia pude decir que tiene lo que me atrae de un chico, que hasta ese momento no sabía que tenía un gusto en particular; cabello no muy corto ni tan largo, listo hasta su frente, ojos claros, tez blanca pero bronceada y un poco más alto que yo.
Sí, todo eso lo observe a la distancia donde me encontraba. No pude apartar mis ojos de él hasta que por instinto voltee porque supe que iba a mirar a donde me encontraba.
Desde años anteriores a cada chico que veía con esa descripción física le colocaba un nombre; Diego. Y pues sí, había encontrado otro Diego, que para ese entonces pensaba que solo sería un chico que consideraba atractivo y que no lo volvería a ver.
Que tan equivocada estaba.