1.1.- La luz en el cielo

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¿La esperanza renace?

La primera vez que Jhon vio la luna, no pareció llamarle la atención mucho. Y sobre todo, no pensaba que le ganaría tanta aversión un día.

Su enorme presencia en el cielo lo avasallaba y la luz que lo bañaba a través de la ventana de aquel cuarto mugroso le hacía recordar una imagen que evitaba recordar.

El aire frío movía las cortinas y hacía temblar el vidrio, empañándolo y formando extrañas figuras de hielo sobre estas.

Él se entretenía viéndolas aparecer por unos segundos para luego esfumarse, siendo reemplazadas por unas más grandes y confusas.

El gélido viento chocaba contra su cuerpo, le hacía sentir vivo. Los labios resecos y el estómago vacío luchaban por mantenerlo despierto a medida que sus ojos se cerraban cada vez por más tiempo.

El cuerpo pesado, cansado y flácido debido a la desnutrición. La piel agrietada por el frío. Los pies llenos de llagas de tanto caminar. Una existencia demacrada, apenas viva.

El pesado rifle de asalto apretaba su pecho, entorpeciendo la respiración. El dedo se resbalaba del gatillo una y otra vez.

Los ojos fijos en el vacío de la noche, entumecidos pero atentos. Ojos precavidos, que buscaban cualquier movimiento sospechoso. No sólo el de espectros, sino también de saqueadores.

Por que ese era el nombre que se les había dado, espectros. Un nombre común, fácil de pronunciar y de identificar. Si alguien decía "espectros", era casi una ley universal que se referían a aquellas criaturas oscuras y mortales, que salieron de la oscuridad un día cualquiera, y cambiaron el mundo para siempre.

Cuando el frío dejaba su papel de alarma y se volvía insoportable, Jhon encendía un cigarrillo. Sacaba un encendedor del bolsillo de su vieja chaqueta. La mano llena de vendajes y cubiertos de sangre sostenían adoloridamente el artefacto frente a su cara.

Con el cigarro en la boca, el calor que proporcionaba aquel fuego momentáneo era suficiente para aliviar su fatiga, pero también, para ver una figura extraña y evasiva.

Aquella persona que se reflejaba en el espejo. Esa persona tan ajena, tan lejana, que Jhon apenas podía decir que era él mismo.

Pero claro, ya habían pasado cuatro años desde aquel día.

Ahora, el cabello castaño, largo y sucio, caía como una cascada hasta sus hombros. El rostro delgado, con los pómulos sobresaliendo. La piel cuarteada y reseca, pálida detrás de esa mugre que la cubría por completo.

Pero aquello que más odiaba de la imagen frente a él era aquel vacío de su lado derecho, cubierto por un parche que apenas escondía una gran cicatriz. El corte empezaba desde su ceja, y viajaba hasta el final de su barbilla.

Un viejo recuerdo de una batalla perdida y el estigma de un error que nunca podría perdonar.

Pero el humo empezaba a salir de su boca, cubriendo el extraño que aguardaba detrás de aquella niebla, volviéndose en sólo un recuerdo borroso que ya no quería despertar.

El aire cálido entraba por sus pulmones e iba una y otra vez por su garganta. La toxicidad del humo le hacía sentir bien, una castigo que se hacía cada vez que podía.

Pero de pronto un sonido minúsculo, casi imperceptible, se escuchó desde el otro lado del cuarto.

Jhon apagó el cigarro instantáneamente y lo guardó en su bolsillo más cercano. Dejó su silla y, con el rifle en la mano, avanzó con mucho cuidado hacia el pórtico. El sonido de sus pasos se ahogan en la madera podrida del suelo mientras la luz de La Luna dibujaba su silueta en esta.

Los espectrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora