Organismos depredadores

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A sus treinta años, Bill Newman poseía un rostro digno de un hombre de cincuenta

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A sus treinta años, Bill Newman poseía un rostro digno de un hombre de cincuenta. Ostentaba una poderosa mandíbula viril que le dotaba de una apariencia algo bestial. Los otros guardias le apodaban 'Bull'. Miró con seriedad al prisionero que yacía sentado en la silla eléctrica.


—¿Ellen? —balbuceó el susodicho sudando. Tenía la mirada perdida, como si pudiera ver algo que Bill no, cosa que resultaba bastante inquietante.


Ellen no era un nombre que a Bill le gustara escuchar.


Ellen Lindsey era la directora de la Zona B de El Casillero.


"La doctora Lindsey es la mensajera de la muerte" pensó Bill. Caminó hasta la esquina dispuesto a activar la silla de tortura. Tocó la pequeña palanca, pero algo le detuvo, el prisionero 999 estaba atemorizado, y hablaba solo con una tal Ellen. El guardia comenzó a sospechar.

"¿Acaso este hombre sabe algo que yo no?".


Negó con la cabeza y sujetó la palanca decidido a cumplir su trabajo. Ajustó el voltaje. No mortal. 999 había intentado escapar, no era el primero en hacerlo, pero tampoco sería el primero en ser castigado. Newman puso su mano sobre el interruptor. Entonces, su mirada se encontró con la del condenado, lágrimas caían de sus ojos, sus labios estaban ligeramente separados, como si soplara.


—Ayuda —tartamudeó el reo.


 Bill sintió lástima. El interruptor estaba bajo su poder, y él decidía qué hacer.


Lo presionó.


***


Un destello azulado recorrió la superficie metálica de la silla. Charles se retorció como si estiviera apunto de dar a luz. Soltó un grito desgarrador que le hizo sangrar por la garganta. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron por la energía. Dolor. Sus ojos se desorbitaron antes de cerrarse.


La silla se apagó cuando el guardián soltó el interruptor para ajustar la intensidad nuevamente.
Scott convulsionaba en la silla, podía sentir a su cerebro colapsar. Sus neuronas vibraban como locas. Un mechón de cabello cayó sobre su frente. Su piel blanca transpiraba.
Charles Scott sintió como unas manos le sujetaban de la espalda, y el siseo de la bestia le hacía cosquillas en la nuca.


—¿Eres la muerte? —preguntó en su mente al monstruo sin ojos que le acariciaba.


 "Muerte... ¡Muerte!"


Entonces recordó.


Pudo ver a la criatura, emergiendo del cuerpo de un anciano, tras quebrarle el pecho con fuerza. El viejo moribundo gritó escupiendo sangre negra. Sus costillas sobresalían de su piel, los pulmones eran visibles. El demonio de cabeza alargada era rojo, chillaba como un recién nacido, y luego un científico corría para sujetarlo y meterlo en un contenedor con una letra en color dorado.

ALIEN: AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora