“¿Qué me había pasado? ¿Dónde estaba?” Pensé a la vez que intentaba moverme, estaba tumbada sobre una superficie dura, con los ojos tapados, atada de pies y manos. Mis piernas abiertas junto a la desnudez de mi cuerpo dejaban ver todas mis vergüenzas.
“¿Qué era lo ultimo que recordaba?” Lo único que podía recordar, eran aquellos ojos verdes que me habían cautivado.
—Buenos días, bella durmiente —dijo una voz sexy desde un punto muy cercano a mí—. Me alegra ver que ya has despertado, así podre hacerte sentir, disfrutar y soñar.
—¿Quién eres? —pregunté armándome de valor.
—Un sueño, el mejor de ellos.
Sus caricias no tardaron en llegar, pero, lo que me rozaba los pechos no eran sus dedos era algo más suave como si fuese una pluma. Los recorría bajando hacia mi estómago, no pasaba de ahí, cuando llegaba a la frontera con mi monte de venus volvía a subir.
La traición de mi cuerpo era palpable, estaba excitada, recordaba muy bien a quien pertenecía esa voz; era el hombre del accidente… Ojos verdes, espalda ancha, pelo con unos cuatro dedos de longitud, ondulado que no rizado, oscuro y despeinado. Mediría uno noventa aproximadamente, sus labios carnosos clamaban besos y sus fuertes brazos prometían protección.
“¿Cómo había llegado a esa situación?”
Un mordisco en mi pecho hizo que saliera de mis pensamientos.
—¿Sigues aquí?
—¿Co...Cómo he llegado hasta aquí?
—Te desmayaste sobre mí y no pude evitar traerte a mi castillo.
Noté como sonreía sobre mi pecho. Su cálido aliento y sus manos acariciando mi piel me desconcertaban. Mi cuerpo pedía más, mi corazón palpitaba cada vez más deprisa y mi mente decía que eso no estaba bien.
Al final, mi cuerpo ganó la batalla y se ofreció a él.
Mi sexo se humedeció respondiendo a sus caricias, mis pezones se endurecieron respondiendo a sus labios y mi respiración aumento haciendo notable mi excitación.
—¿Te gusta pequeña?
—Mmmm…
—Tomaré eso como una respuesta afirmativa.
Sus besos se volvieron más agresivos, su lengua penetró en mi boca, dejándome desarmada. Deseaba tocarlo, coger su cabeza y obligarlo a no parar.
Su lengua bajo por mi cuello con una suavidad que me hacia estremecer. Rozaba cada rincón de mi cuerpo, bajaba tan despacio que era desesperante, necesitaba más, quería mucho más. Por fin llegó a mi monte de venus haciendo que mi cuerpo vibrara con el roce de su aliento.
Lamió y mordió mi clítoris, provocándome, excitándome hasta puntos insospechados y, justamente cuando estaba a punto de llegar se apartó de mí, retiró la venda de mis ojos, soltó las cuerdas y se fue hasta la pared de enfrente.
Me levanté buscándolo con la mirada, "¿qué había sucedido?"
En ese instante nuestras miradas se cruzaron; sus ojos verdes esmeralda me miraban con pasión y deseo.
—Sobre la mesa tienes tu ropa, puedes marcharte.