Capitulo IV

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Iba todos los días buscándola, pero nunca la encontraba. Hasta ese día cuando ya la desesperación me estaba volviendo loco la vi aparecer. Estaba tan preciosa como siempre. Le indicó a la camarera que quería lo de todos los días, se sentó en su mesa habitual y sacó su ordenador. Era una mujer de costumbres pero hoy tenía muchas ojeras, cosa que no había conseguido tapar con el maquillaje.

Los días continuaron igual: la veía en la cafetería, luego la esperaba a que saliera del trabajo y la seguía a casa. Me estaba convirtiendo en un acosador psicópata y esto no podía seguir así. Debía enfrentarme a ella y a mis sentimientos, debía coger el toro por los cuernos.

Un nuevo día se abría ante mí; de hoy no pasaba.

Me puse mi mejor traje, cogí mi maletín y fui a donde ella desayunaba diariamente. La vi desayunar igual que todos los días, y vi cómo se dirigía a su oficina. Esperé veinte minutos antes de levantarme, pagué mi té rojo con leche y fui tras ella.

Después de quince minutos mirando la puerta de la empresa de abogados, decidí entrar. Me atendió una señorita muy amable que decía llamarse Mireia, tenía el pelo largo rizado y castaño como sus ojos.

—Buenos días, venía a visitar a la señorita Larks.

—Buenos días ¿señor?

—Sánchez, Alexander Sánchez.

—Señor Sánchez, ¿tenía cita?

—Pues.... La verdad es que no Señorita Mireia, pero querría darle una sorpresa. ¿Puede decirle que hay una persona que le trae un paquete y que se lo tiene que dar en mano?

Después de unos segundos eternos, al final asintió y cogió el teléfono.

—Cleissy, aquí hay un señor con un paquete que insiste en que debe dártelo en mano. ¿Bajas tú o sube él?

Hubo unos segundos de silencio en los que supongo que ella debía estar contestándole.

—Por supuesto, enseguida sube.

Colgando el teléfono me indico donde estaba el ascensor, cosa que yo ya sabía.

Me dirigí a éste tranquilo, sin prisa pero sin pausa. Cuando el ascensor llego a su planta me entraron ganas de darme media vuelta “¡me había vuelto loco!¿Y si me denunciaba por haberla secuestrado?” Después de unos minutos interminables decidí llamar a la puerta.

Toc toc toc

—Pase —dijo con su dulce voz.

Y así lo hice.

—Deje el paquete por donde pueda y deme el albarán antes que se le olvide —dijo concentrada en su ordenador.

Al ver que yo no me movía, levantó la cabeza, escapando así dos mechones de su oscura y rebelde melena. Sus preciosos ojos azules se encontraron con los míos y brillaron de forma desconcertante. No habló, sólo se levantó de su silla y caminando decidida vino hasta estar a tan solo unos centímetros de mí. Su respiración era rápida, descompensada al igual que la mía. Me soltó un bofetón que me cruzó la cara y seguidamente pasó algo que no me esperaba: se lanzó a mi cuello besándome como si fuera el aire que le faltaba, como si me necesitara más que nada en este mundo. Bajé una de mis manos por su cuerpo hasta su culo, mientras la otra la mantenía en la cabeza, cogiéndola cada vez más fuerte para que esta vez no tuviera escapatoria.

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