Capítulo 5: Tía Clarine:

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Ya en la calle, se dirigieron a la plaza y allí se sentaron. De repente, una mujer rubia de cabello entrecorto mira a María y se acerca:

An: ¿María? ¿Estoy viendo a María Shipson?

M: ¿Y tú eres Ana Remson? ¡Un gusto Anita!

An: ¡Creí que nunca volverías! ¿Gerardo también está acá?

M: Claro que sí. Hemos vuelto a vivir acá. Estamos muy felices de estar de vuelta.

An: ¡Qué bueno! Tenemos que juntarnos algún día.

M: Si... extraño las tardes de mates y río.

An: Yo también. ¿Éste es Cristian?

M: Sí, él mismo.

An: ¡Qué grande está!

C: Un gusto.

An: Bueno, un gusto tenerlos acá. Me voy que tengo que cocinar. ¡Adiós!

M: Adiós.

María volvió a sentarse en el banco, y como de la nada se acordó de una persona:

M: Ay, ¡Cris!

C: ¿Qué pasa?

M: ¡La tía Clarine, Cris!

C: ¿Y quién es ella?

M: Es una tía abuela tuya. Yo nunca le agradé, siempre fue mala conmigo. Cuando se enteró de que me casé con tu padre armó un escándalo tremendo. Entonces mis padres me echaron.

C: ¿Cuál es el problema ahora?

M: No le va a gustar tenerme en Trank.

C: Yo creo que deberíamos ir a saludarla con respeto. Capaz que viéndonos educados no quiera armar tanto lío.

M: Tienes razón... Esta tarde iremos.

C: Sólo para tantear. Tampoco es para refregarle en la cara lo que te ha hecho.

M: Claro. Vamos a casa para comer, Cris.

Volvieron al hogar donde Gerardo los esperaba con una pizza que había conseguido en un local cerca de allí. Comieron en absoluto silencio, y al terminar, Gerardo salió al auto para bajar las cosas que habían traído. María fue tras él y juntos pasaron toda la tarde desempacando, mientras Cristian dormía en el sofá del living.

Al terminar, María se sirve un vaso de agua y se sienta al lado de Cristian, contemplándolo. Y éste, al sentirse observado despertó:

C: No te olvides de lo que dijiste.

M: Claro que no. Pero tú estás durmiendo demasiado.

C: Anoche no dormí nada. Y el auto nos es incómodo para reparar fuerzas. Pero, ¿De qué te quejas?

M: Que el señorito evadió la tarea de desempacar.

C: No lo creo. Si vivieras el cansancio entenderías. ¿Ya desempacaste mis cosas?

M: Sí.

C: Gracias. Pero ese fue tu error. Tendrías que haberme esperado.

M: Vamos a ir a ver a tía Clarine ¿Sí o no?

C: Por supuesto.

M: Vamos, Cris.

La casa de Clarine era gris, grande e imponente. Cristian tocó timbre y del segundo piso se asomó la mismísima Clarine Shipson, una mujerona vieja, corpuda y sin vergüenza, vestida de negro y con un pelo blanco escarcha al estilo Marilyn Monroe. La señora da un enorme suspiro y se dispone a abrir la puerta sin quitar el pasador.

Cl: ¿Qué quieres de mí, María?

M: Vengo a hablar contigo, tía Clarine.

Cl: No necesito hablar. ¿Cuándo te vas?

M: Me quedo a vivir hasta mi muerte en mi pueblo querido.

Cl: ¿Y ese niño que viene contigo?

C: Soy Cristian. Usted debe ser mi tía abuela Clarine. Un gusto-le tiende la mano y Clarine la rechaza-.

Cl: Pasa, María. Tengo que decirte algo.

Ya dentro:

Cl: Es la herencia. Como desde que te casaste con Gerardo tus padres no te quisieron nunca más, te desheredaron y cuando murieron yo heredé todo. Inmuebles, dinero, joyas.

M: ¿No quedó nada mío?

Cl: ¡Para nada!

M: No me importa, señora Clarine Shipson. Todo lo que he conseguido en Córdoba lo hice con el sudor de mi frente y la de Gerardo. Haré lo mismo aquí en mi pueblo entonces.

Cl: Tus padres no te querrían en Trank.

M: Eso no es asunto suyo. Buenas noches Clarine Shipson, que descanse bien.

Dicho esto, María se retiró con Cristian de la mano.

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