P R Ó L O G O

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El Arca fue forjado 97 años atrás por sus ancestros, a partir de doce naciones espaciales, luego de que la Tierra fuera contaminada en su totalidad por la radiación, y que ésta se encargara de exterminar toda vida que se interpusiera en su camino. El objetivo de El Arca era poder contener a todas las familias y personas posibles, para tener esperanza en que la raza humana no fuera eliminada y, un día, poder volver a habitar su tan preciado hogar; La Tierra.

Pero, como era de esperarse, había reglas. Más bien, leyes vitales que tenían mucho significado para mantener un órden en El Arca y para mantener a salvo a todos sus pobladores. Eso implicaba que el menor delito cometido, ya sea peleas o robar, era sometido a la muerte o a ser encarcelado, según la edad que dicte cada persona.

Sin embargo, aún sabiendo sobre las estrictas reglas del Canciller, pensaron que él sería un buen líder y algo más considerado. Pero con lo que se venía, sería la gota que rebalsara el vaso para el resto de la poblacion. Y como si fuera poco, ningún prisionero estaba preparado para la gran desición del Canciller Jaha que haría un cambio radical en sus vidas y del cual se encargó de mantener en confidencialidad para que los prisioneros no se rehusaran a aceptar su nuevo y arriesgado destino. No tenían opción y tampoco es como si se los dieran; después de todo, se los consideraba gente desechable por robar o cometer un delito menor. Y fuese cual fuese el motivo, al Arca no le importaría, solo cumpliría y seguiría con las estúpidas leyes para no romper la "hermosa tradición".

Aún estando encerrada en esa habitación de cuatro paredes, Jayde podía escuchar todo el jaleo que se armaba fuera de su celda; los gritos de los criminales y los policías reteniendolos a la fuerza. Intentó no darle demasiada importancia, creyendo que tal vez eran personas que ya habian perdido su cordura y simplemente buscaban pelear con cualquier objeto que encontraran. Eso tendría sentido, porque cuando las personas se volvían demasiado agobiantes, los guardias se encargaban de administrarle algún relajante para que se calmaran.

Tachó una nueva línea, una de las tantas que escribió para no perder la noción de los días y, claramente, saber el tiempo que había pasado dentro de esa agobiante habitación de cuatro paredes. Se alejó, apreciando la cantidad de marcas hasta ahora, escritas en la pared. Según sus cálculos, pasó año y medio desde que la encerraron. Injustamente, claro, ya que ni se te perdonaba el haber pisado por accidente la base de control central sin permiso autorizado.

Lo único bueno de aquello, era que te daban la total libertad de hacer lo que quieras dentro del cuarto, mientras ello no implicara molestar o perjudicar a alguien más.

Suspiró, mirando el reloj que se apegaba alrededor de su muñeca. Ese objeto era poco común en el Arca y solo los que tenían suerte lo obtenían; su hermano había sido muy afortunado. Faltaban minutos, casi segundos para morir. Solo eso hacía falta para que la flotaran.

Últimamente la estación fábrica prefería ejecutar a los jóvenes a las pocas horas del segundo juicio por crímenes totalmente insignificantes. Y de eso es lo que temía por Murphy, aunque esperaba que su edad todavía lo salvara. Ella en cambio, ya no tenía a nadie capaz de arriesgarse por su vida. Su hermano le había dado otra oportunidad de vivir y aún así, la habia desperdiciado. Se sentía estúpida y más que nada decepcionada de ella misma por no poder completar el pedido de su difunto hermano.

''Vive Jay. Hazlo por papá, mamá y por mi.''

Se sentía tan miserable mientras su cerebro hacia una propia recreación de su cercana muerte.

Para empezar, el aire se le acabaría en cuestión de segundos y sus pulmones comenzarían a absorber con desesperación en busca de oxígeno, cosa que no ocurriría. Por último, su cabeza comenzaría a palpitar con dolor hasta que sus funciones vitales se apagaran o murieran, junto con el resto de su cuerpo.

The 100 [Bellamy Blake]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora