Presentaciones

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Emil tenía grandes expectativas sobre lo que debería ser un íntimo paseo en coche con Mickey. El vehículo olería a panne cotta, tal y como olía su dueño, y mientras disfrutaban de la envolvente melodía de Serenade for Two entablarían una ligera conversación en la que no hablarían de nada en especial, pero para ellos sería todo cuanto sus corazones quisiesen decirse. El frío invernal de Roma decoraría las ventanillas con una fina carpa de escarcha, pero en el interior la calefacción les envolvería de un calor reconfortante que instigaría a Emil a apoyar la mano en la pierna de Mickey mientras éste conducía.

—Bonita ciudad —opinaría entonces el checo, y podría contemplar por escasos segundos cómo los ojos de Mickey brillaban aún más que las luces navideñas que ornamentaban las calles—. Aunque, ya sabes, tú lo eres aún más.

Un rubor surgiría en ambos rostros y se buscarían mutuamente, apremiantes por fundirse en el beso más dulce que se pudiese dar en el apático siglo XXI.

Por desgracia una ciudad que definitivamente no era Roma, una temperatura invernal que imposibilitaba cualquier indicio de nevada, una canción arrítmica de una emisora nacional y el carácter defensivo-agresivo de Mickey se tragaron cruelmente sus expectativas. A pesar de ello le seguía pareciendo una travesía maravillosa por el simple hecho de estar junto a él.

El coche estaba sumido en un silencio sepulcral —de vez en cuando Emil soltaba alguna que otra frase insustancial que todos ignoraban, salvo por Sala, quien le respondía de vez en cuando—, que se rompió cuando, al pasar por un bache, el equipaje del maletero rebotó y dejó escapar un sonido animal.

—Emil —la voz de Mickey denotaba una paciencia que se había colmado hacía ya muchos años de forma permanente—, ¿me puedes explicar qué ha sido eso?

—La magia de la Navidad —respondió una voz más grave que la de Emil desde la parte trasera del vehículo.

Era la primera vez que el hermano de Emil abría la boca y, a decir verdad, a Mickey le resultó algo inquietante. Podía describir a esa "cosa" como una exageración de todo lo contario de su hermano: un adolescente tan callado y sobrio que, de no ser porque poseía una mirada digna de un psicópata, se fundiría con el entorno hasta desaparecer. La primera vez que sus ojos se encontraron sintió una oleada de desprecio tan intensa que se llegó a convertir en un escalofrío.

Definitivamente ese no era el tierno hermano mayor que Emi había descrito en innumerables ocasiones y mucho menos la ardilla hiperactiva que Mickey había esperado encontrarse. Si por un improbable capricho del destino la magia de la navidad resultaba ser un ser vivo —o su cadáver— encerrado en la maleta de Janik, Michele prefería no saberlo.

Y, como prefería no saber absolutamente nada más que su cuñado perturbado tuviera que decir, acotó la conversación con un sonoro "ahm", dejando así que Emil siguiera rellenando los huecos que dejaba el silencio de vez en cuando. Era impresionante cómo ese parloteo continuo podía llegar a ser ciertamente agradable.

Emil aprovechó los últimos minutos de viaje para repasar mentalmente todas las pautas que debía seguir en el transcurso de la cena, con todas sus advertencias y prohibiciones.

«Uno; sólo somos amigos.

»Dos; no preguntar por la señora Crispino.

»Tres; sentarse junto a Mickey y Janik.

»Cuatro; ser educado con el señor Crispino.

»Cinco; no comer como un cerdo.

»Seis; ser educado y cordial.»

Para cuando terminó su lista el coche ya había llegado a su destino y los dos ocupantes de los asientos de atrás estaban frente a la puerta principal. No necesitó preguntar por qué Mickey no había salido todavía del coche, y es que su semblante le respondió como un libro abierto. Reconocía esa expresión, esa angustia propia de cualquier patinador antes de hacerle frente a la segunda mitad de una competición arrastrando todo el peso de los fallos irreversibles de la primera.

Navidad con los Crispino - Emil x MickeyWhere stories live. Discover now