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El velocímetro no bajaba de ciento veinte kilómetros por hora y el automóvil se encontraba invadido por la música que salía de los parlantes a todo volumen. Gustavo Cerati entonaba Magia y Teodoro se dejaba llevar por las palabras de aquella canción. O al menos intentaba hacerlo. Lo cierto era que no podía dejar de pensar en que estaba llegando tarde.

Se había quedado dormido por culpa de la salida de la noche anterior y ahora corría contra reloj para llegar a tiempo para la cena de Nochebuena junto a su familia. Quizás lo mejor que pudiese haber hecho era emprender el viaje el día anterior en vez de quedarse para salir con sus amigos. Pero el pasado no se podía cambiar, así que tenía que conformarse con rogar llegar a tiempo.

Eran seis horas de viaje desde la capital en donde estudiaba hasta la ciudad perdida en los suburbios donde vivía su familia y donde había vivido toda su infancia. Hacía ya tres años que no estaba con ellos. A pesar de que extrañaba mucho, aquello valía la pena porque estaba estudiando la carrera que tanto le gustaba y que sólo se encontraba en la capital.

La canción terminó y empezó nuevamente. Era su favorita, lo único que podía calmarlo en aquel estado de alteración que lo atacaba al observar el reloj. Faltaban cuatro horas de viaje y ya eran casi las siete de la tarde. Confiaba en que llegaría. Confiaba en que todo saldría bien y en que el espíritu navideño se pondría de su lado. No es que creyese en eso, pero en esos momentos cualquier cosa que pudiese aliviarlo era creíble.

Tenía hambre. No había comido nada desde que se había despertado hacia casi tres horas atrás. Y ahora estaba sufriendo las consecuencias, pero no tenía tiempo para frenar y comprar algo. Aunque si calculaba bien el horario, quizás pudiese hacerlo. Necesitaba hacerlo. Pero esperaría a estar más cerca.

La noche anterior se había quedado hasta las seis de la mañana en el boliche junto a sus amigos. Había planeado volver antes, pero estaba tan divertido que no había podido lograrlo. Después de todo, no sabía cuándo volvería a ver a sus amigos. Quizás después de dos semanas, quizás más tiempo... o quizás menos. No estaba seguro de cuántas cosas había logrado empacar, pero esperaba que fuesen las suficiente para sobrevivir en su casa, al menos, hasta después del año nuevo. Antes que ese día no podía volver.

La canción volvió a repetirse... y el hambre era cada vez más intensa. El velocímetro seguía en ciento veinte y sus ojos viajaban desde la ruta hacia el reloj, ida y vuelta.

Estaba pensando en cuándo le convenía hacer una parada para comprar algo de comida cuando pasó lo peor que podía pasarle en ese momento. El auto se detuvo, en medio de la ruta.

Instantáneamente miró el marcador de la nafta, pero estaba casi por la mitad.

Golpeó el volante con mucha furia, apoyó su frente en éste superado por la situación.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿POR QUÉ? —se repetía una y otra vez.

No tardó mucho en salir del auto, también con furia, la cual se vio reflejada en el portazo que dio. Casi corrió hacia la parte delantera para inspeccionar el problema. Luego de diez o quince minutos se convenció de que ya todo estaba arreglado, pero al comprobarlo y que el auto no marchara, se resignó a mandar todo a la mierda.

Pensó en esperar en la ruta a que pasara alguien solidario que quisiese alcanzarlo. Era una locura y hacía calor, pero no teníaopción alguna. Mientras esperaba, aprovecharía para llamar a sus padres y avisarles que se demoraría un poco más de lo pensado.

Buscó su mochila, la botella de agua que tenía en el asiento del acompañante y luego el celular. O esa fue su intención. Porque el celular no apareció.

Nuevamente maldijo al destino que parecía poner todo en su contra, justo en el día en que nada debería haber salido mal. Sacó todo lo que tenía en su mochila, pensó que seguramente había quedado tapado al final de todo lo demás. Pero no estaba. Volvió a guardarlo percatándose de que esa ropa no le alcanzaría para las dos semanas que había planeado quedarse.

Sin mucha importancia por ese asunto, empezó su búsqueda por el piso del auto, la guantera y todo lugar donde podía entrar un celular. Pero este no apareció.

Y entonces se rindió.

Sacó su CD de Gustavo Cerati del reproductor de música y se aseguró de trancar todas las puertas y cerrar todas las ventanillas.

Suspiró largo y tendido, maldiciendo nuevamente por la suerte que corría. Y empezó a caminar hacia el norte. Hacia donde la ruta lo llevaba. Rogando por un poco de suerte. Rogando porque un auto pasase, frenase y lo alcanzase a su destino. O, al menos, algún lugar donde pudiese pedir prestado un teléfono.

Y avanzó. Paso a paso.

Hacia quién sabe dónde.

Encuentro en NochebuenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora